La responsabilidad del Estado
La responsabilidad del Estado
Del acoso en los semáforos
La multiplicación de los limpiavidrios es un emergente de lo que las cifras oficiales ocultan: la lacerante pobreza. Y un fenómeno que tiende a desbordarse y deriva en aprietes, insultos y a veces golpes a los automovilistas.
Encerrona. Chicos y muchachos se abalanzan sobre autos detenidos por la luz roja en Av. Leandro Alem y Belgrano. Foto: El Litoral
José Civita
La modalidad se hizo hábito durante la crisis de 2001-02. Limpiavidrios y malabaristas encontraron la oportunidad de hacerse de unos pesos con sus servicios express ofrecidos en el corto lapso que tarda la luz roja del semáforo para trocar a verde luego de un breve parpadeo amarillo.
Hay conductas y rebusques que salen a la superficie con las crisis. Es más, para el observador atento funcionan como sensores de la sociedad que expresan problemas de fondo. La asociación entre crisis y proliferación de limpiavidrios sugiere una causalidad que debería ser investigada por los políticos de turno y los estadígrafos que manipulan cifras y enmascaran realidades.
En este sentido, la multiplicación de limpiavidrios estaría evidenciando lo que los números oficiales ocultan. Sería la contracara del fenómeno vacacional que moviliza en miles de autos y ómnibus a centenares de miles de turistas a los lugares de veraneo. Es que si se atiende a la cifra de población aportada por el último censo (2010), hay que tener presente que la Argentina tiene más de 40 millones de habitantes, y que por lo tanto es contra esa cifra total que se deben contrastar las magnitudes del turismo.
De modo que si se toma la cuestión con seriedad, el dato callejero que ofrece la notoria expansión del número de limpiavidrios y malabaristas, adquiere la consistencia de una realidad social negativa. Y se alinea con informaciones no oficiales relacionadas con el volumen que ha cobrado el lacerante problema de la pobreza en la sociedad argentina. A la vez, invita a políticos y sociólogos a leer con atención y detenimiento esta situación dinámica que se retroalimenta con la falta de respuestas del Estado en sus distintos niveles y jurisdicciones.
La otra fase del problema, adherida a la descripta como la otra cara de una moneda, es que el contingente de limpiavidrios, librado a su autorregulación, da muestras crecientes de peligrosa incontención.
Cada semáforo de la ciudad -principalmente los de tres y cuatro tiempos- ha sido colonizado por bandadas de chicos y muchachones que cada día, y de manera más ostensible, pasan del ofrecimiento de un servicio al paso -el rebusque- al apriete liso y llano para obtener la moneda que buscan. Las que más lo sufren son las mujeres, que con frecuencia son insultadas mientras sus vehículos son golpeados con manos y pies. Pero ese acoso no es una lamentable exclusividad de género, también alcanza a conductores varones e, incluso, a choferes de camiones, principalmente a los que realizan transportes internacionales.
El problema se extiende como una mancha de aceite y no se observa reacción alguna por parte de las autoridades provinciales y municipales. Tampoco de las nacionales, habida cuenta de que varios de los principales focos de irregularidad se advierten sobre la traza de rutas nacionales, como la 168 que atraviesa la ciudad por avenidas céntricas como 27 de Febrero y Leandro Alem.
Precisamente, en esta última vía y su intersección con calle Belgrano se observa uno de los puntos más conflictivos ya que la cantidad de limpiavidrios -y sus edades- genera una fuerte presión en conductores que más que recibir ofertas padecen urgidas demandas. Otro tanto podría decirse de la Ruta 11 y, por ejemplo, el denso cruce de Iturraspe y López y Planes.
Pero lo importante, en concreto, es que el referido doble problema concierne a quienes nos gobiernan -en los diversos planos- y que miran para otro lado, mientras le echan el fardo de la deuda social, el peso cotidiano del apriete, el acoso y la ofuscación al ciudadano común, que ahora también debe penar por el solo hecho de usar un auto. Y que además de pagar impuestos, también se ve compelido a pagar peajes ilegales a cazadores urbanos que lo emboscan en puntos fijos.
Así las cosas, llegó la hora de que el Estado se haga cargo de sus responsabilidades: que realice un censo de las personas que pueblan los semáforos, que envíe a los chicos en edad escolar a recibir educación o a campos de deportes a practicar actividad física y aprender normas de convivencia, que provea capacitación en oficios a mayores de edad, que separe a los que quieren trabajar de los oportunistas y malvivientes; en una palabra, que haga la tarea que justifica su existencia.