Ingrid Briggiler advirtió que lo que buscaba en Cartagena no eran sus playas sino su historia y su gente.
Ingrid Briggiler advirtió que lo que buscaba en Cartagena no eran sus playas sino su historia y su gente.
Una santafesina que descubre el Caribe
Ingrid Briggiler tiene 24 años y partió desde Santo Tomé -a mediados de diciembre- rumbo al Caribe. Su mayor anhelo es ser escritora -a pesar de que estudia Medicina- y, por eso, quiere conocer a Gabriel García Márquez. A través de su blog cuenta su experiencia, que durará tres meses.
TEXTOS. INGRID BRIGGILER. FOTOS. GENTILEZA INGRID BRIGGILER.
Mi mayor sueño en esta vida es ser escritora y aquí empieza esta historia. Cuando estaba terminando de cursar mi última materia de Medicina empecé a planear mi futuro y decidí que después de aprobarla haría un viaje.
Desde la escuela secundaria tenía la ilusión de recorrer América Latina pero había algo más en mis planes. Yo quería conocer a Gabriel García Márquez, el colombiano premio Nobel de Literatura, porque es mi escritor preferido, mi inspiración, mi ejemplo literario, y quería que él mismo me diera consejos o quizás la receta fácil de la novela moderna. Ahora me río de eso.
Trabajé dos años para juntar el dinero para el viaje: como profesora de macramé, dándoles clases a dos grupos muy diferentes pero lindos por igual, a las chicas de Mirada Maestra y en la cárcel de mujeres de Santa Fe. En Internet escribí en varios blogs: “No entiendo a los hombres” del diario Perfil.com, BlogCorazón.com de la red Hipertextual y OpiniondeMujer.com, un proyecto de Santa Fe, y me pagaron por eso.
Los domingos iba a la feria de la plaza Pueyrredón a vender mis artesanías en macramé y me iba bien. En la ferretería de mis padres, en Santo Tomé, también tuve un sueldo por atender, y hace un tiempo, empecé a vender un producto novedoso para las mujeres, que también me ayudó a juntar unos dólares. Y en un año organicé todo el viaje.
Me traje varias cosas: mis artesanías en macramé para vender, mis tarjetas personales para repartir entre mis nuevos amigos, mi equipo de pesca y mi snorkel. Con todo eso ya estaba lista para partir sola hacia el Caribe.
Sí, yo viajo sola. Me hubiese encantado hacer este viaje con mi novio Axel, pero él no podía irse de vacaciones por tres meses. Con mis hermanas (Indira y Sofía) también me hubiese encantado viajar, pero ellas son un poco más chicas y no es fácil salir a recorrer el Caribe sin más planes que pasarla bien.
Por otro lado están mis amigas; hubiese sido muy divertido viajar con ellas, pero fue difícil coordinar los tiempos de cada una. Así que no esperé que mi novio renunciara, que mis amigas organizaran su tiempo, ni que mis hermanas crecieran. Agarré todas mis cosas, mis ganas y mi tiempo y me fui a vivir la aventura en primera persona y sí, sola.
MI LUGAR EN EL MUNDO
El 13 de diciembre de 2010 empezó mi viaje en Venezuela y la familia All -amigos de mi familia- me recibió en su casa. Pero al día siguiente salí para Colombia. Llegué a la ciudad amurallada el 17 de diciembre, después de viajar más de tres días en diferentes colectivos y de tomarme un avión porque por ruta no se podía continuar. Pero no me importó porque en Cartagena encontré mi lugar en el mundo.
Tenía una amiga que me estaba esperando: Luisa Santiaga, y de esa forma fue más fácil conocer la ciudad y hacer nuevos amigos. Yo quería saber qué era lo que tenía Cartagena de Indias que había cautivado tanto a Gabito y -desde el primer día que llegué- lo descubrí.
Es una ciudad de ensueño donde uno puede remontarse al pasado dando tres pasos por el centro histórico. Cada casa tiene un color y olor diferentes y un balcón especial. Todo el casco antiguo está resguardado por la muralla que ya no sirve de fortaleza, sino que funciona como guardiana de misterios, es una construcción que abraza a la ciudad para hacerla cálida, dulce y tranquila. El Castillo de San Felipe, las Bóvedas, la India Catalina, el hotel Santa Clara, antiguo convento donde transcurre “Del amor y otros demonios”. Todo en Cartagena es mágico, antiguo y hermoso a la vez, salvo la playa.
Después de haber estado casi una semana en el Caribe no había pisado una playa y estaba desesperada. Tenía la fantasía de la arena blanca y las olas azules, pero no son así las playas en Cartagena, lo que me decepcionó un poco, pero en seguida entendí que lo que yo buscaba de la ciudad no eran sus playas sino su historia y su gente porque no encontré personas más amables que ellos.
Un día en la playa estaba vendiendo mis artesanías cuando uno de los vendedores ambulantes me chista y me hace seña para que me acercara. Yo pensé que me iba a retar por estar “robándole clientes”, pero -para mi sorpresa- lo que quería era ver mi mercadería porque le parecía linda, saber de mí y descubrir qué me había llevado a Cartagena. Esto se repitió en cada ciudad de Colombia y yo aprendí que no hay nada más noble que ser generoso con el otro.
EN CARTAGENA
Después de hacer todo lo turístico de la ciudad me dediqué a vivirla como una ciudadana más. Hice muchos amigos, salí con ellos, busqué trabajo y lo encontré. Trabajé cinco días en un restaurante del centro histórico de Cartagena, Donde Olano, adonde me recibieron muy bien.
Fue una experiencia linda y divertida para mí: hice amigos, aprendí un oficio nuevo (moza) y comí muchas cosas ricas que me preparaban con amor los excelentes chef del comedor. Pasé ahí el 31 de diciembre, así que nunca me olvidaré de ese trabajo porque un año nuevo de mi vida empezó ahí.
Pero la mejor parte de mi estadía en Cartagena fue con una persona especial que tuve la suerte de conocer gracias a Fernando Jaramillo que me lo presentó por mail, don Jaime García Márquez, el hermano menor del famoso escritor.
Cuando llegué a Cartagena lo llamé por teléfono y me invitó al día siguiente a su oficina en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano para que nos conociéramos. Hablamos casi tres horas. Fue una charla muy cálida que guardo en el corazón con un respeto celoso y una admiración única.
Cuando le mostré el regalo que le había llevado a Gabo -un hermoso cuadro pintado al óleo por mi papá Sergio Briggiler- se emocionó y cuando le dije “pero no se lo dejo a usted porque no pierdo la ilusión de dárselo en mano a Gabito”, él me dijo “eso era justo lo que estaba pensando, no tienes que soltar este cuadro”. Siempre recordaré esto.
Jaime es una persona Caribe: apasionado, amistoso, divertido y social, pero -sobre todo- generoso porque me abrió las puertas de su casa, su familia y su historia personal solo porque sí, porque él es así, bueno, y no tiene otras intenciones que conocer a la gente en su simpleza. Yo no soy nadie más que Ingrid para él, pero que de todas formas quiso encontrarse conmigo.
OTROS DESTINOS
En Colombia solo visité la zona costera del país. Fui a Barranquilla -al bar La Cueva que también forma parte de la ruta de vida de Gabo-, a Santa Marta, a Taganga y al Parque Tayrona, donde dormí una noche en el medio de la selva y pasé dos días de aventura intensos. Había que escalar, caminar, embarrarse y transpirar mucho para ir de un lugar al otro.
Después de todas estas experiencias tan fuertes en Colombia no me quería ir del país, pero mi viaje tenía que continuar como lo había planeado. Así, el 8 de enero salí en velero para Panamá sin conocerlo a Gabo porque este año, como excepción, no viajó a Cartagena para las fiestas de fin de año. Pero yo sigo cuidando mi cuadro y no descarto la ilusión de encontrarme con él en México, donde vive ahora.
Nunca antes había navegado y ya sabía que me iba a marear, pero nunca me imaginé que tanto. Fueron cinco días en total, aunque los dos primeros fueron los más difíciles porque íbamos por mar abierto, sin ver tierra y el barco se movía mucho. Pero por suerte al tercer día llegamos al paraíso: el archipiélago de San Blas, un conjunto de 365 islas -una por cada día del año- habitadas por los kunas, la única tribu india que le ganó a los colonizadores y que hasta el día de hoy es independiente y sigue sus costumbres de antaño.
El barco anclaba a doscientos metros de la isla y nosotros nos íbamos nadando y haciendo snorkel a explorarla. Fueron días hermosos a puro sol, playa, pescado, langostas y kunas. Un día entero me la pasé con ellos enseñándoles a hacer un sombrero con palma de palmera cocotera que yo había aprendido hacía unos años en Cuba cuando fui con mi tío Ariel.
En el velero Maluco -significa loco- también tuve mi segundo trabajo del viaje. Mi tarea era preparar los desayunos y el almuerzo para los otros pasajeros y ayudar un poco en el orden y la limpieza. Así que me ahorré cien dólares por eso y la pasé igual de bien que los otros. De ese viaje me llevo lo mejor, unos buenos amigos: dos franceses que están dando la vuelta al mundo ecológica en bicicleta (enviroulemonde.fr), Pierre y Laure; el alemán Thomas, y John, el capitán venezolano.
EN PANAMÁ
En Panamá se me presentó el primer inconveniente del viaje: me robaron el celular en un colectivo de larga distancia y tuve que ir a buscarlo adentro del bolso del ladrón porque yo sabía que era él el único que podía tenerlo. Cuando yo grité “que no se baje porque me falta el celular”, el acompañante del chofer me llevó a hablar con el ladrón pero no hizo nada y yo tuve que revisarlo. Fue muy bizarro pero al final conseguí mi celular de vuelta y aprendí que no hay que usarlo en lugares públicos.
Crucé de un océano al otro, llegando al Pacífico en tren. En la ciudad de Panamá fui a un hostel muy divertido, Panamá by Luis, donde me encontré con dos compatriotas santafesinos Max Grether y Facu Mudry que me llevaron a casa el exceso de equipaje.
En Panamá visité la ciudad antigua y el famoso canal. Haber visto el funcionamiento de las compuertas y cómo el agua sube y baja los barcos fue increíble. Lo que más me llamó la atención fue que para que un barco pase se necesitan 200 mil litros de agua, ninguna otra fuente de energía. Lo único malo es que luego esa agua se tira al mar, desperdiciándose. Por suerte en Panamá llueve ocho de los doce meses del año y pueden almacenar el agua en los lagos artificiales que retroalimentan al canal.
Estuve tres días y me volví a la costa Caribe. Llegué al Archipiélago Bocas del Toro pensando en quedarme dos días y ya hace ocho que estoy y no tengo pensado irme todavía. Estoy durmiendo en el hostel Casa Verde: es como un hotel cinco estrellas, construido sobre el mar al estilo muelle, donde me ofrecieron trabajo a cambio de la cama. Acepté y soy recepcionista. Como si esto fuera poco, también me ofrecieron escribir una nota en el diario local “The Bocas Breeze” que se publicará en tapa y estoy super entusiasmada.
En el archipiélago de San Blas, la santotomesina estuvo en contacto con los kunas, la única tribu india que le ganó a los colonizadores.
+ información
www.90diasxelcaribe.com.ar
e-mail: [email protected]
Ingrid pudo conocer a Don Jaime García Márquez, el hermano menor del famoso escritor.
El viaje de la santotomesina implica navegar, caminar, andar en colectivo o tren y, sobre todo, conocer gente.
sigue en la próxima página
En Cartagena, Colombia, Ingrid se encontró con Jaime García Márquez en las oficinas de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
viene de la página anterior
+datos
Saldo positivo
Viajar es lindo, a quién no le gusta, pero también es fácil porque uno puede arreglárselas con el dinero. Se encuentran buenas personas en el camino y sabés que podés volver a casa si algo sale mal. Solo hay que animarse a salir de nuestra zona de confort para vivir algo diferente, porque siempre el saldo es positivo.
Yo estoy muy contenta y agradecida de que toda mi familia me apoye en este proyecto y que intente siempre hablar conmigo para hacerme compañía, sobre todo mi mamá Iliana, que siempre está conectada por si necesito algo. Pero lo más importante para mí es que mi novio me contiene desde allá, porque no es del todo fácil estar sola, pero sí vale la pena intentarlo.
Todavía faltan dos meses de viaje y viviré muchas historias similares a las que les conté. Cada día es una nota, cada hora es una aventura nueva y cada persona es un amigo más.
El viaje de Colombia a Panamá fue en velero, primera experiencia de la cronista con un barco.
En tierras de García Márquez
Con esta vivencia que había tenido con Don Jaime yo ya estaba más que satisfecha con respecto al cumplimiento de mi meta de “conocer a García Márquez”, pero el hermano del Nobel fue por más y nos invitó a mí y a mis amigas a hacer un ‘conversatorio sobre la vida y obra de su hermano Gabito’ -como él le dice-, mientras caminábamos por la ciudad amurallada, lugar donde ocurren varias historias del Nobel.
Nos decía: “Ésta es la casa de Fermina Daza (protagonista de mi novela preferida ‘El amor en los tiempos del cólera’), éste es el ‘Callejón de los escribanos’ que describe Gabito, pero en realidad se llama ‘de los dulces”, y otras tantas cosas similares. Nos la pasamos juntos cuatro horas; el tiempo se volaba sin que nos diéramos cuenta.
También fue Jaime el que me contactó con la gente de Aracataca y allí conocí a Rafael Darío Jiménez, que es la persona más interesada en el desarrollo cultural del pueblo, un inspirador, agitador de llamas. Él me presentó a Tim, un neerlandés que instaló el único hostel que tiene el pueblo y que ahora se dedica al turismo literario.
Yo iba en búsqueda de Macondo, el pueblo mágico que creó García Márquez basándose en su Aracataca natal, y les aseguro que lo encontré y que viví dos días en el realismo mágico del lugar, porque si alguno de ustedes leyó “Cien años de soledad” me entenderá si les digo que me emocioné hasta las lágrimas cuando, sin esperarlo, me vi enfrente del río Cataca, donde encontré a la gente del pueblo lavando sus ropas y bañándose con jabón en el agua helada que viene de la Sierra Nevada. No pude evitar el nudo en la garganta, porque todo era tal cual yo me lo había imaginado y fue un golpe fuerte para mí verlo y vivirlo en carne propia.
Rafael Darío me contó los miles de proyectos que tienen con su fundación “El Macondo que soñamos” y me hubiese quedado en el pueblo para colaborar, pero la mecánica del viaje es así. Uno hace amigos y luego se tiene que despedir de ellos.
Durante el viaje, pudo trabajar en varios lugares para juntar dinero, como un restaurante en el centro histórico de Cartagena.