“El discurso del rey”
“El discurso del rey”
Hacer oír la propia voz
Póker de ases de la actuación: Colin Firth poniéndose la película al hombro (como su personaje lo hace con la monarquía británica), junto a Geoffrey Rush y Helena Bonham Carter. Foto: Gentileza The Weinstein Company
Ignacio Andrés Amarillo
En aquellos países del mundo civilizado donde imperan las monarquías, ese régimen suele representar curiosamente un momento progresista de la historia antigua o cercana de los mismos. Para España significa la transición democrática desde el franquismo; para Japón fue la salida del Medioevo de la era de los shogunes hacia la modernidad. Y para los ingleses.... bueno, la única vez que se interrumpió la monarquía fue durante el protectorado de los Cromwell, época de austeridad y oscurantismo, tras la cual sobrevino la restauración de Carlos II, gran impulsor de las artes. Después de eso, miraron con los ojos entornados la Revolución republicana de los franceses.
Algún tiempo antes, a uno que se le daban bien las letras, un tal William Shakespeare, imaginó un gran discurso en los labios de Enrique V, como una de las claves de la victoria británica sobre Francia en las Praderas de Agincourt. Desde entonces la gente habrá imaginado que los reyes debían hablar así.
Para quienes han nacido en países de tradición (más o menos) republicana, que lucharon contra reyes para lograr su independencia, puede costarles un poco entender el significado de la monarquía para los británicos.
Y justamente “El discurso del rey” es una película netamente británica, no sólo por su temática real sino también porque esa dicción que tanto les enorgullece es parte de la trama.
Encrucijada
El príncipe Bertie, duque de York, es el segundo hijo del rey Jorge V, hermano de David, príncipe de Gales. Siempre aceptó su lugar de segundo, algo que tuvo bastante que ver con su gran defecto: es muy tartamudo.
Su esposa Elizabeth no para de buscarle soluciones, sin mayores logros. Hasta que da con un excéntrico “especialista” australiano en defectos del habla, llamado Lionel Logue, quien probará con él distintos métodos, trabando con él una relación muy personal, a partir de lograr que Su Alteza Real se abra como con nadie lo había hecho antes.
Por esa época, la posibilidad de una guerra con la Alemania nazi comienza a despuntar en el horizonte. Mientras tanto, el heredero al trono entabla una relación sentimental con la divorciada estadounidense Wallis Simpson, algo inaceptable para la corona británica.
Tras la muerte de Jorge V David asume como Eduardo VIII, para finalmente renuncia para poder casarse con esa mujer cuya moral parecen cuestionar todos. De modo tal que el segundón tartamudo tiene que hacerse cargo de convertirse en la encarnación de la nación y el Commonwealth en un momento crucial de la historia contemporánea. Será su relación con Logue, con sus idas y venidas, la que decidirá el futuro de la corona.
Masterclass actoral
Uno de los puntos fuertes de la película se cifra en las actuaciones, otro de los orgullos británicos, en una tradición que pasa por Laurence Olivier y se enzarza en la leyenda del Old Vic. Obviamente se eleva por encima la labor de Colin Firth, capaz de sostener largos planos sobre su rostro, obteniendo una gran gama interpretativa, para interpretar a un contradictorio personaje: el tartamudo nervioso, a la vez temperamental pero reprimido por su defecto.
Geoffrey Rush se mueve como pez en el agua en un personaje que le queda comodísimo, aun con las propias contradicciones de Logue (ser curiosamente un mal actor, a la vez generador de grandes “actuaciones” en otros).
Quizás una de las grandes injusticias de esta temporada de premiaciones sea la cometida con Helena Bonham Carter, que se posiciona como una de las grandes actrices de su generación: bajando desde los extremos expresionistas de los filmes de Harry Potter y los de su marido Tim Burton, se aviene a componer una deliciosa princesa devenida en reina, afectada pero cariñosa, que cuesta creer que se haya convertido en esa viejecita entre simpática y algo detestable que era la Reina Madre (de igual modo, ¿quién pensaría que esa niñita que corretea por allí pueda devenir en Isabel II?).
Entre los secundarios, Guy Pearce sorprende por su parecido físico con Eduardo VIII, Derek Jacobi compone a un molesto arzobispo de Canterbury, y Timothy Spall exagera un poco su Winston Churchill, un poco a la manera del Sarmiento siempre enojado de Enrique Muiño en “Su mejor alumno”.
Tom Hooper no sólo logra pilotear a este pool de actores, sino que implementa un relato cadencioso, casi con flema británica en su discurrir, sabiendo marcar los puntos de inflexión en los momentos centrales de la trama.
Por supuesto que se apoya en un gran trabajo de dirección de arte, a través de la reconstrucción escenográfica y de vestuario, obviamente con la ventaja de poder disponer de algunos escenarios verdaderos en los que transcurrió la historia.
En la fotografía se destacan unos colores más bien suaves, algo apastelados, que en cierta medida refuerzan el aspecto “de época”, y de cuadro nobiliario.
El propio destino
En definitiva es la historia de cómo aquel que fue criado para ser segundo debe tomar las riendas de su propia vida y hacerse oír: “Puedo hacerme oír porque tengo mi propia voz”, dice en algún momento el ahora Jorge VI. Es de alguna manera un “desde ahora decido yo”, más allá de cómo hemos sido criados o para lo que hemos sido destinados.
También es la historia de un príncipe y un plebeyo, que nunca pudieron imaginarse cómo era la vida del otro, pero que lograron forjar una amistad más allá de esas diferencias.
De alguna manera, la secuela se filmó antes: en “La Reina”, Helen Mirren se puso en la piel de la hija de Jorge VI, cuando debió afrontar una nueva crisis para la corona: la muerte de Lady Di. Pero esa ya es otra historia.
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MUY BUENA
“El discurso del rey”
“The King’s speech” (Gran Bretaña-Australia-Estados Unidos, 2010). Dirección: Tom Hooper. Guión: David Seidler. Fotografía: Danny Cohen. Edición: Tarig Anwar. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Eve Stewart. Dirección de arte: Netty Chapman. Escenografía: Judy Farr. Vestuario: Jenny Beavan.Elenco: Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Jennifer Ehle, Derek Jacobi, Timothy Spall, Claire Bloom, Eve Best, Michael Gambon. Duración: 117 minutos. Calificación: apta para todo público. Se exhibe en Cinemark.modolorem