Ciencia y tecnología en la región (V). (Conclusión)

Logros de la ciencia santafesina, resultado del aporte de muchos

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Vista panorámica del conjunto CCT-CONICET-Santa Fe y el Parque Tecnológico Litoral Centro Sapem

foto:Gentileza Dr. Alberto Cassano

Alberto E. Cassano

Redondeando la historia hasta lo que hoy ya es más conocido, cerraré este breve recorrido por lo actores ignorados del CCT- Conicet Santa Fe y el Parque Tecnológico.

Las obras del Centro Multidisciplinario en el Barrio El Pozo comenzaron a fines de 1979. En el año 1982 estaban avanzadas en su cronograma. Las inundaciones (1982 y 1983) no afectaron sus terrenos pero sí todos los accesos a ellos y el proyecto se interrumpió. En 1984, el Directorio del Conicet (presidente Dr. Carlos Abeledo) con el apoyo de Secretario de C. y T. (Dr. M. Sadosky), decidió no continuar apoyándolas y mucho menos, defender su continuidad en el Ministerio de Obras Públicas, por tratarse de un emprendimiento iniciado durante el Proceso (esto es casi típico de la política argentina: todo lo hecho antes es, por definición, malo). A pesar de que nos conocíamos muy bien desde antes, no tuvo en cuenta que se trataba de un proyecto elaborado en 1972, con algunos planos ya terminados en 1975. Recién en 1990, merced a fuertes apoyos políticos locales y a un plan, el Dr. Julio Luna fue designado Director del Ceride y algo se empezó a mover. En 1992/93 con el respaldo del Gobernador C. Reutemann, logró que el Dr. Matera (que a la sazón sumaba los cargos de Secretario de Ciencia y Tecnología y Presidente del Conicet), hiciera las gestiones para poner de nuevo en marcha las obras que, no obstante ello, continuaron con problemas contractuales, al punto de que aún hoy no están terminadas y una parte de las programadas originalmente, fueron suprimidas (se pueden observar dos grandes tanques de agua que ya estaban construidos y uno de ellos no se usa).

La historia del primer doctorado en ingeniería de la Argentina es inconcebible. Mantuve diez años de disputas con las asociaciones gremiales de ingenieros y no tuve el apoyo de la Academia de Ingeniería. Todos desatendían el argumento de que los doctorados son grados académicos que no modifican las incumbencias profesionales y sostenían que el título de ingeniero, era el máximo posible de la carrera, por lo cual ejercían una muy fuerte oposición a mi proyecto de los posgrados en ingeniería. Recién en 1981 se estableció el doctorado en la Facultad de Ingeniería Química totalmente con personal del Intec. Para ello, en 1978, en un Congreso Nacional de Posgrados en Ingeniería, financiado por la CNEA (Dr. Castro Madero) y con un Documento Base que redactamos conjuntamente con el Cnel. (R.E.) Dr. Antúnez, logramos negociar con las asociaciones gremiales la creación de los doctorados, en la medida que no hubiera simultáneamente Masters o Magisters. En 1980, en la F.I.Q. se creó una comisión para redactar el reglamento. Mi alterno en dicha comisión fue el Dr. H. Irazoqui (uno de mis primeros discípulos, que había retornado de EE UU con su doctorado). Al notar que mi proyecto -por sus exigencias- era fuertemente resistido, delegué toda la tarea en él, quién con mucha mejor voluntad de negociación, sacó a flote la aspiración. El objetivo planteado en 1971, se había cumplido aunque no con la excelencia que yo pretendía.

En 1977, en ocasión de un viaje de Cerro a EE UU por seis meses (muy discutido porque me dejaba muy solo con todos los proyectos que teníamos en marcha) éste conoció cuatro matemáticos argentinos que estaban a punto de terminar su doctorado y les contó mi proyecto. Se trataba en una primera etapa, de E. Harboure y N. Aguilera. Yo consulté con el Ing. Villamayor (ex presidente del Conicet y gran matemático) sobre la calidad de estas dos personas. Ellos por su cuenta, sin saberlo, consultaron con la misma persona para saber “quién era Cassano”. De esta coincidencia surgió, dentro del INTEC el Programa Especial de Matemática Aplicada (PEMA, como paso previo a lo que es hoy el IMAL) al que dirigí, con un Co-director Académico (el Ing. Villamayor) por seis años. El segundo Instituto estaba en marcha. Casi en la misma época, por sugerencia de Castro Madero, incorporamos, proveniente del Instituto Balseiro, al Dr. M. Passeggi (Físico) y a un becario proveniente de la Universidad de La Plata y casi inmediatamente al Dr. R. Buitrago. Así nació el grupo de Física que en cualquier momento será un Instituto independiente. Desde 1975 venía siguiendo los pasos de un joven ingeniero mecánico con un doctorado en Bélgica y desperdiciado totalmente en la Universidad Nacional de Rosario. Sólo lo conocía por su expediente en el Conicet, dado que estaba pidiendo realizar una beca de reactualización en el exterior. Inicié contactos con él mientras estaba de nuevo en la universidad europea belga. En 1980, contraté al citado ingeniero, el Dr. Sergio Idelsohn, quién dio origen con muy buenos becarios, a lo que hoy es el CIMEC, dentro del INTEC -aunque por muy poco tiempo más-. Otras iniciativas que tuve en química, ingeniería eléctrica y electrónica, economía y lo que hoy se llamaría ingeniería biotecnológica, por muy diversos motivos, no tuvieron el mismo éxito (tres de los proyectos abortaron durante la hiperinflación de 1989 y sus proyectados integrantes o no regresaron del exterior o se alejaron del sistema). Supongo que otros, en el futuro, completarán la obra como ya ocurrió, sin mi intervención, con el IAL.

En 1980, con Cerro pensamos crear un Instituto que no dependiera del Estado para facilitar los mecanismos de contratación de proyectos de transferencia. Lo iba a dirigir Ramón, que le puso el nombre de INGAR (Ingeniería Argentina) y originalmente, dependía solamente de la Fundación ARCIEN y tenía un convenio de cooperación con el Conicet. Del INTEC, pasaron a formar parte del INGAR, además de Cerro, treinta personas, casi todas ellas provenientes del Proyecto de Agua Pesada (Entre 1981 y 1982 ellos terminaron las pocas cosas que faltaban de la Ingeniería de Detalle y el Montaje de la Planta). Con el tiempo, el plan cambió sus objetivos y, contra mi voluntad, se respetó la decisión de Ramón (en última instancia era su responsabilidad tanto por el cambio como por las consecuencias). La idea original quedó muy rápido en el camino. Hoy depende del Conicet y de la Regional local de la Universidad Tecnológica Nacional; la calidad permanece intacta, pero creo que sólo yo sé muy bien todo lo que se perdió.

En 1987 al retornar de mi año sabático había escrito un artículo en El Litoral sobre la posibilidad de establecer un Parque Tecnológico en Santa Fe. No creo que Luna estuviera al tanto del mismo, porque en esa época hacía poco que había concluido su doctorado; por razones de salud, su Director de tesis se había retirado del sistema y, en los papeles, terminé siendo yo su director. En cualquier caso, Julio junto con el Dr. Ricardo Grau (que había hecho su tesis doctoral conmigo) sin mi intervención, empezaron a escribir una serie de folletos sobre Parques Tecnológicos. Esto se puede verificar porque su concepto responde al triángulo de Sábato y no a mi Tetraedro para la Tecnología. En función de sus antecedentes e ideología política -de conformidad con las normas vigentes y la existencia de una mayoría Justicialista en el COFECYT-, Julio fue designado representante de las provincias en el Directorio del Conicet. Desde allí, a partir de 1991/92 impulsaron junto con Ricardo, la creación del Parque Tecnológico Litoral Centro, Sapem, y Grau fue designado su Presidente. Pienso que sin la presión, el convencimiento y la perseverancia de Julio, frente a la clásica actitud conservadora y cerrada del Conicet, el PTLC no se hubiera creado.

En el año 2004 surgieron algunos problemas -me atrevo a decir en parte personales y tal vez superables- entre el Presidente del PTLC y el Director del Ceride (Sergio Idelsohn). El Conicet y la U. N. L. resolvieron reemplazar a Grau y convocarme a mí para procurar solucionar los problemas creados. En realidad no era una función que me atraía sobremanera (en ese momento había comenzado a escribir un libro y además era Asesor Científico del Secretario de Ciencia y Tecnología de la Nación) pero no pude negarme. A la primera persona que le informé del ofrecimiento recibido fue a Ricardo. Presidí, ad-honorem, su Directorio por seis años. Lo demás es historia conocida, pero la existencia del PTLC debe reconocer su origen en la labor de Luna y Grau.

Estoy seguro que habría páginas enteras para mencionar todas las ayudas y colaboraciones que han hecho aportes para concretar mis ideas. Pienso que con lo relatado hasta ahora es suficiente para que quede claro que una persona puede pensar un proyecto, pero aislada y sin excelentes y generosos copartícipes y continuadores, nada puede hacer.

Muchos pensaban que los doctorados son grados académicos que no modifican las incumbencias profesionales y sostenían que el título de ingeniero, era el máximo posible de la carrera.

Con todo lo relatado es suficiente para que quede claro que una persona puede pensar un proyecto, pero aislada y sin excelentes y generosos copartícipes y continuadores, nada puede hacer.