Arte y política:
Roux en la Legislatura
Autorretrato de Guillermo Roux. Foto: Flavio Raina.
Prof. Susana Squeff
Obvia decirlo: la primera impresión que provoca el mural, “La Constitución guía al pueblo” de Guillermo Roux, recientemente instalado en el recinto de la Cámara de Diputados de la Legislatura de Santa Fe, es sorpresa, admiración, una suerte de embrujo que chupa al observador pero que, a la vez, remite irremediablemente a la icónica presencia de “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, pintado en 1830, en París, y expresión del más alto Romanticismo galo.
Si la intención estético-pedagógica fue transmitir una interpelación de los representados a sus representantes, fin artístico sólo tolerable por tratarse de un tema histórico definido y en una obra por encargo, la misma se alcanza sobradamente.
El mural, una enorme témpera sobre tela (3,45m x 6,51), concebido en una calculada horizontalidad compositiva y conceptual, muestra un nutrido grupo de hombres y mujeres que avanzan. La centralidad la ocupa una mujer de blanco que, alineada con la marcha del conjunto, más acompaña que guía al mismo.
Construido en franjas horizontales: cielo nuboso para nosotros (para el artista, el río); continente físico, la bandera nacional a modo de techo protector; los personajes que, a la vez, indican el breve ritmo vertical con su altura uniforme, enmarcados por dos plantas de girasoles a cada lado, y el suelo, casi zócalo, con florecillas apenas nacientes.
Romántico en su concepción: una heroína destacada por el color blanco de sus vestiduras (la Constitución) y un colectivo humano que avanza épicamente; naturalista en lo compositivo, con una parcial pero potente carga expresionista tanto en el uso de los azules, el rojo y el plata, como en la perfección gestual de rostros y figuras, éstas sí homogeneizadas por los tonos neutros de sus ropajes, y una pincelada cuasi-impresionista en el suelo pero también de tono neutro apenas salpicado por el azul-lino de las pequeñas flores, el mural es una muestra cabal del escamoteo de Roux a a ser encasillado definitivamente en cualquier “ismo” (a excepción de su período de tardo-surrealismo).
¿Cuál es el secreto que sacude tan fuertemente al espectador? El movimiento, el increíble movimiento resuelto en dos dimensiones claras: parafraseando a Aleixandre, se podría decir: “Cuando contemplo la bandera extendida/como un río que nunca acaba de pasarà”, los pliegues y repliegues de la bandera-techo, de la bandera-estandarte, de la bandera continente-protector, es una de esas dimensiones. Y la marcha del grupo, la caminata hacia nosotros, acompasados los cuerpos por el paso adelante que marca el avance sostenido del conjunto. Dos movimientos: de lado a lado, la bandera desplegada; de fondo a frente, los personajes de esta historia.
Es bello porque es verosímil, naturalmente verosímil: espacios creíbles, personajes multi-temporales pero de fuerte existencia en el imaginario colectivo de la sociedad argentina, figuración tradicional.
Y hay evidentes tributos: el primero y más elocuente, a Delacroix, como mencionamos más arriba. Desde el parafraseo del título de la obra, hasta el uso de los rojos, azules y blancos de la bandera francesa, oportunamente coincidentes con los de las banderas de la provincia que portan dos hombres del grupo, uno a la izquierda y otro a la derecha de la mujer-Constitución y con la cinta que enarbola ella misma en su mano derecha.
Es cierto, la libertad del francés es puro símbolo pero es guía. La constitución de Roux es antes materia, pero adquiere la dimensión simbólica de guía, aunque en la ejecución acompaña, co-opera con el conjunto en marcha.
Y el autorretrato del artista que rinde varios tributos notorios: el parecido físico con un Goya casi anciano, la ejecución rembrandtiana del rostro y la actitud testimonial, tan caravaggesca que resulta una banalidad mencionarla: doy fe, soy un hombre común, estuve ahí, yo lo ví y esto (¿es?) fue verdad, que constituye la esencia de la búsqueda de verosimilitud del pintor lombardo.
Una cuestión que no encuentra respuesta, aún: ¿por qué la mujer-Constitución es una bailaora andaluza? Y una obvia trivialidad: el bebé que carga una mujer como metáfora de futuro, -cuando la esperanza de futuro está expresamente patentizada en la marcha hacia delante-, parece una redundancia.
Es legible e inteligible para el espectador común, lo que no es poco decir para una obra pictórica en tiempos postmodernos.
Y, como no podía ser de otra manera, es un cuadro de alto contenido político-ideológico.
Igualdad, Constitución, utopía
Desde el siglo XVIII en adelante, la modernidad política, como cualquier otra época histórica, creó y recreó conceptos que con los siglos se han ido convirtiendo en tópicos: libertad, igualdad, fraternidad y propiedad, el lema de la Revolución francesa, dio origen a uno de esos tópicos que se constituyen para nosotros en nociones pre-conceptuales. Si hablamos o pensamos en los sistemas de Justicia, en la organización del Estado o en las estructuras sociales de nuestro tiempo, lo hacemos desde la lectura que esos tópicos han ido generando en nuestra representación, y, por ende, partimos de pre-conceptos como si la Justicia, el Estado o las clases sociales fueran lo dado, a partir de lo cual es posible o no producir cambios.
La lectura histórico-política que transmite el mural de Roux y que él mismo se encarga de explicar en un interesante y breve documental que narra el proceso de producción del mismo, carga, irremediablemente con la anacronía de esos tópicos.
El primero y más controversial de ellos: todos somos iguales ante la ley porque la ley, -en este caso, la Constitución o ley de leyes- iguala a los ciudadanos en su equitativa carga de deberes y derechos.
El primer problema que se presenta, al dictarse la ley, cualquiera, en cualquier época o territorio, es que la ley traza una línea que horizontaliza y hace igual en la letra lo que es tremendamente desigual en los hechos.”Dura lex, sed lex” decían los romanos; “ley pareja no es dolorosa”, decían nuestros abuelos. Hoy sabemos, mejor que durante muchos siglos, que la igualdad entre los hombres es, apenas, por una parte, una contingencia anatómica y por otra, una creación cultural joven, de apenas dos o tres siglos, lo que en la historia de la humanidad es apenas un suspiro. Entonces, la ley viene a cristalizar en su pretendida horizontalidad, las desigualdades pre-existentes, porque algunos arrancan desde la primera fila y otros desde muy atrás o muy abajo. Ejemplo frívolo: ¿por qué las cárceles del mundo entero están pobladas de pobres o marginales?
Segundo tópico que se actualiza en el mural: el pueblo está constituido, casi exclusivamente, por los sectores más desprotegidos, o, con perdón de la redundancia etimológica, el pueblo son sólo los sectores populares. Trabajadores rurales, peones industriales, hombres y mujeres de rostros endurecidos por el trabajo y, posiblemente, alguna modista o planchadora atemporales, es lo que Roux concibe como “el pueblo”, el “ciudadano común”. El resto, lo que ha caracterizado la rareza histórica argentina, en términos foucaultianos, respecto del resto de los nuevos mundos, que son la fundación del primer estado moderno de esos territorios (América Latina, Cercano y Lejano Oriente y África) y la consolidación de una poderosa clase media, está fuera: los intelectuales del siglo XIX, la incipiente burguesía de las primeras décadas del siglo XX, los herederos del patriciado fundador, los artistas (a excepción del propio pintor que, según explica, se incluye como un ciudadano común más, cosa que, obviamente, no es). Visión por lo menos parcial sino arbitraria, en un conjunto humano que no pretende responder en términos históricos a los personajes de la época (1853), porque si así fuera, los peones industriales que se reconocen a vuelo de ojo, serían apariciones fantasmáticas.
El último, en un análisis no exhaustivo, pero tal vez más polémico tópico que se lee en el mural y que, además, es explícitamente sostenido por el artista: los representados interpelan a sus representantes. Este colectivo, definitivamente parcial y subjetivo, que viene desde el fondo de la nacionalidad y marcha épicamente a ¿pedir?¿reclamar?¿exigir? a sus representantes que cumplan con sus deberes, sin violencia, sin provocar malestar y con la mirada fija hacia adelante, con la sólo guía de la Constitución, es tal vez la consolidación de todos los preconceptos existentes: primero, que los sectores populares se movilizan solos a reclamar por sus derechos, cuestión que no ha sucedido nunca en la historia de la humanidad. Siempre ha habido líderes, clases dirigentes o élites movilizadoras. Que, por ende, creen propias la Constitución y las leyes, en cuya elaboración, discusión, debate, negociación y aprobación no han participado nunca, desde la Constitución inglesa que fue un acuerdo entre los lores (los dueños de la tierra) hasta la nacional de 1994, pactada por Menem y Alfonsín en una clarísima negociación de tomas y dacas; que los “incontables“ del siglo XXI, de Ranciere identifican el lugar simbólico de la república y las leyes y son capaces de unirse para pedir por ambas. Se olvida en el mural que la relación de los representantes está directamente relacionada con la calidad de los representables y que en la moderna tiranía democrática, al decir de Badiou, pocos son mucho más representables que muchos. Porque, reconozcamos por doloroso que sea, hay un proceso de primitivización de la humanidad en franjas cada vez mayores de las sociedades postmodernas en las que vivimos, en las cuales las capacidades de análisis y reflexión, los procesos de creación de identidad simbólica, la autovaloración y el sentido de pertenencia a una clase o grupo determinado, y los propios procesos de producción de verdad, son temas en franco retroceso.
Destacable
No se confunda la lectura histórico-político con la estética. Posiblemente, un artista más joven hubiera pensado y realizado otro tipo de tributo a la Constitución nacional. Ahora bien, ¿hubiera sido comprensible para los espectadores no iniciados? ¿están esos espectadores en disposición de inteligir formas más abstractas de representación? Seguramente, muchos sí lo están para captar la belleza. Pero ésta no es una obra “porque sí”, es una obra por encargo, de temática histórica definida, pensada por el Poder Legislativo como homenaje a un objeto matérico como lo es la Constitución antes que nada: papel escrito, discurso pronunciado, recogido en acta y archivado.
Esos son los límites que debió respetar Guillermo Roux. Y creemos que tanto la decisión política unánime de la Cámara de Diputados de realizar el mural; el direccionar fondos a fines artísticos y patrimoniales; haber encomendado la tarea a Guillermo Roux -aunque no sea “el pintor vivo más importante de la Argentina”, como lo califica el mercadeo del arte por la cotización internacional de su obra, criterio que no compartimos, sí es, sin dudas, un enorme dibujante, un oficiante con práctica y criterio, un viejo indagador en materiales y formas, y un artista consagrado en el mundo que nos enorgullece-, son cuestiones no menores a destacar de la presencia de “un” -otro- Roux en el patrimonio artístico de la provincia de Santa Fe.
Los señores diputados, por lo menos los que integran esta Cámara, me parece que pueden sentarse tranquilos en sus bancas y mirar a los ojos, sin sentirse acusados, a los personajes que están llegando para interpelarlos, porque este hecho los enaltece a ellos y a la actividad política sea cual sea la tradición partidaria de la que vengan.