Crónica política
Crónica política
Arturo Jauretche y Aníbal Fernández
Rogelio Alaniz
Aníbal Fernández no es Arturo Jauretche. Basta con leer el libro que acaba de publicar para apreciar la distancia que existe entre ellos. Precavido, Fernández se ocupa de advertir que él carece de las habilidades y recursos literarios de don Arturo.
Cuando esto ocurre, hay razones para pensar que el señor Fernández carece de buenos amigos, porque sólo la soledad o la indiferencia de quienes lo rodean puede explicar que nadie le haya advertido que, para evitar un papelón, el silencio suele ser un recurso infalible. Fernández debería haber aprendido que no es necesario escribir para ser sabio. Por lo menos, es lo que intentaron probar Sócrates, Jesús y Buda, quienes jamás escribieron una palabra.
Fernández admite que no escribe bien, advertencia innecesaria porque enseguida se nota. Basta leer los tres o cuatro primeros párrafos. “Cada noche hay un argentino que intenta dormirse derrumbando su sino”, afirma en la página 21. He aquí una frase escrita al pasar que dice más de un escritor que lo que él mismo se animaría a decir de modo intencionado. En ese punto Fernández se aleja de Jauretche y se aproxima inquietantemente al peor Ricardo Rojas, a las parrafadas más enredadas de Leopoldo Lugones y a las frases más pretenciosas de Manuel Gálvez.
Se sabe que en el lenguaje, como en la música, existe el oído que permite apreciar el ritmo y la cadencia de la frase. También su tersura y su complejidad. Ello autoriza a establecer las diferencias entre Vivaldi y Varela Varelita o entre Piazzolla y la Mona Jiménez. También entre Jauretche y Fernández. Cuando se hacen estas observaciones, la respuesta que suelen elaborar los improvisados es que en gusto no hay nada escrito, o que en estos temas las buenas intenciones alcanzan. Respecto del gusto, siento decir que se ha escrito mucho y es un gran tema de debate en la esfera de la estética y la ética contemporáneas, dos campos de reflexión que temo que a Fernández no lo desvelan demasiado. Acerca de las buenas intenciones, creo que es redundante acudir a la célebre frase de André Gide, cuando habla de aquello que se encuentra con mayor frecuencia en el camino que conduce al infierno.
Se sabe que escribir bien no es una cuestión técnica, sino el producto de una determinada concepción o visión del mundo. En literatura, las exigencias para escribir bien suelen ser opuestas a las que reclama una maestra de escuela. Sarmiento escribía “mal”, Roberto Arlt escribía “mal”, Arturo Jauretche escribía “mal”. Y escribían “mal” porque no eran correctos, porque rompían con las convenciones habituales del lenguaje de los filisteos, motivo por el cual fueron inimitables.
En literatura no se escribe mal porque se cometió un error de ortografía o de puntuación, se escribe mal cuando lo que falla es la visión del mundo, cuando no se alcanza a expresar o se expresa mal aquello que se pensó o se intuyó. No sé lo que piensa Fernández de Roberto Arlt, pero leyendo su libro sé lo que piensa de Sarmiento.
Fernández se mete con uno de los párrafos más célebres y reconocidos de la literatura argentina: el que inicia el Facundo. Lo hace en la página 24 del libro y luego de citarlo y de detenerse en la frase final: “Tu posees el secreto ¡Revélanoslo!”, no se le ocurre nada mejor que decir: “Y no, no te revelo nada ¡de acá te voy a revelar! No entendiste, jo-de-te”. ¿Hace falta hacer algún comentario? Uno solo si se me permite: Jauretche hubiera apreciado la belleza del texto y su trágica profundidad y si se hubiera permitido un comentario habría sido ponderativo, tal vez con un toque delicado de ironía, porque Jauretche, aunque Fernández no lo crea, era un tipo delicado, preocupado por la belleza del lenguaje, la sonoridad de las palabras, la calidad del estilo. Sus textos eran de hacha y tiza, pero el hacha estaba afilada con paciencia de artesano y la tiza escribía bien. A Jauretche, como a Borges, lo seducía el brillo de los facones y admiraba el coraje. El coraje de Jauretche era físico, pero por sobre todas las cosas era moral. No se si de Fernández se puede decir lo mismo. Por lo pronto, le responde a Sarmiento no como un escritor sino como un barra brava, ni siquiera como un guapo, sino como un cajetilla necio, guarango e ignorante.
Fernández al burlarse de Sarmiento no sólo contradice a Borges, Cortázar, Piglia, Saer, lo contradice a Jauretche, que criticaba a Sarmiento por lo que ya sabemos, pero admiraba su escritura, la audacia y creatividad de su lenguaje, su condición contradictoria pero vital de provinciano. Como se dice en estos casos, las críticas de Fernández a Sarmiento no agregan nada nuevo sobre Sarmiento, pero nos permiten conocer un poco más de Fernández.
El libro de Fernández se titula “Zonceras argentinas y otras yerbas. Manual”. El autor no sugiere la relación con el libro de Jauretche: la impone. Con su libro, Jauretche impugnaba el poder dominante, Fernández lo convalida. Su pretensión podría compararse con la de Pierre Menard, el autor del Quijote, como ironiza Borges. Pero me temo que a Fernández le falta el rigor intelectual, la exigencia poética de Menard. “Menard (acaso sin quererlo) -concluye Borges- ha enriquecido mediante una técnica nueva, el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas”. Algo parecido puede apreciarse leyendo el libro de Fernández, sobre todo en lo referido al anacronismo y las atribuciones erróneas.
Allí terminan las posibles coincidencias entre Menard y Fernández. Al héroe de Borges le preocupaba saber desde dónde escribía. Daría la impresión de que esa preocupación no lo desvela a Fernández. El libro “Zonceras...” de Jauretche está escrito por un militante de una causa política proscripta, por un hombre alejado del poder, un poder que nunca buscó y siempre despreció. Fernández es lo opuesto, por no decir lo antagónico a Jauretche. Escribe desde el poder, piensa desde el poder y todo el libro transpira poder, poder prepotente y autoritario.
Quien escribe es ministro y no sólo lo es en la “vida real”, sino que en el libro a cada rato lo recuerda. Para que no haya ninguna duda acerca de la intención del texto, al libro lo prologa la presidente, con lo cual el texto adquiere más la connotación de un decreto oficial que de un libro crítico. Como para que ningún atributo le falte al libro, el señor Fernández dedica las tres últimas páginas a la elaboración de una “antibibliografía”. Se trata de una lista de textos que invita a leer a los militantes, porque según sus propias palabras “...me pareció que había que dejar en claro que uno sabe quiénes son sus enemigos”. A continuación presenta una lista con los autores “enemigos”. Allí están- entre otros- Marcos Aguinis, Jorge Lanata, Osvaldo Varsky, Fernando Iglesias, Mariano Grondona. Pero también integran la lista los peronistas Jorge Asís, Roberto Lavagna y Fernando “Pino Solanas. Es decir, están todos, o casi todos, los que piensan diferente del gobierno.
Jamás Jauretche se hubiera atrevido a escribir algo parecido. Jamás hubiese tenido ese mal gusto o esa peligrosa prepotencia. No quiero parecer dramático, pero el que señala a los enemigos, es un ministro, un hombre que ejerce el poder, y que, como tal, puede ser peligroso si no se lo controla, máxime cuando publica un libro en el que señala a los “enemigos”.
En una de las entrevistas que Jauretche dio poco antes de su muerte, le decía al periodista. “Soy un marginado, pero no hay en la Argentina un hombre más libre que yo. No soy prisionero del dinero porque no necesito dinero. No vivo mal, pero podría vivir diez veces peor y no viviría mal. No tengo casi necesidades. Auto no he tenido hasta ahora, He tenido muy buenas relaciones con Perón, pero prácticamente cortamos relaciones porque en un momento determinado le dije lo que nadie le decía y ya el hombre se había desacostumbrado a mi franqueza. Bueno... nunca me preocupé de hacer carrera. Lo digo como elogio, porque para mi es más satisfactorio decir lo que se me ocurre que hacer carrera”.
Las palabras de Jauretche no sólo no coinciden con las de Fernández, sino que parecen estar dirigidas expresamente contra Fernández. ¿Exagerado? Escuchemos a Fernández en la página 201. “Los que estamos de este lado sólo sentimos “cris-pasión”, o sea una inmensa pasión o un profundo compromiso con la tarea que lleva adelante nuestra presidenta. ¿Suena muy alcahuete? Y a mí que me importa...”.
Distinguido y amable lector, usted sacará sus propias conclusiones. Yo ya saqué las mías.