La Argentina que no se rinde
Rogelio Alaniz
Justo es admitir que en los últimos meses el contador Aníbal Fernández se ha revelado como el político que más esfuerzos está realizando para que Cristina Fernández sea derrotada en las próximas elecciones. Sus despliegues verbales, sus operaciones con el lenguaje son notables por su persistencia y coherencia. Hoy nadie en la Argentina está haciendo tanto para lograr que el peronismo sea derrotado en las urnas. Nadie lo hizo así antes, nadie lo hará así en el futuro. Dos o tres intervenciones más de Fernández y Cristina termina compitiendo con Altamira o Biondini.
Perón a Fernández lo hubiera calificado con una sola palabra: piantavotos. Jauretche no le hubiera dicho “sonso”, porque a don Arturo no le gustaban los lugares comunes, pero hubiera estado tentado a calificarlo de tilingo, tilingo guarango, se entiende. Ocurre que a Fernández alguien le ha hecho creer que es un hombre con estaño y noche, cuando en realidad sospecho que si alguna vez trasnochó es porque se perdió en el camino y llegó tarde a casa. “Giles aligerados”, les decía Jauretche a estos personajes que Julio Sosa describe muy bien en el tango “As de cartón”.
Al respecto, no es arbitrario suponer que en el futuro alguien escribirá un libro titulado “Manual de zonceras de Aníbal Fernández”. No será tan bueno como el de Jauretche, pero sin grandes esfuerzos será superior al que escribió Fernández, libro que como todos sus abnegados lectores habrán apreciado, compite en profundidad y trascendencia con Jorge Bucay y Paulo Coelho.
Las bravatas de Fernández contra los porteños no son diferentes a las que pronunció Fito Páez. Al cantante rosarino lo han defendido citando a Borges. Habría que agregar que Borges podía darse esos lujos porque era Borges. Páez está muy lejos de esa excelencia. De todos modos, lo que diferencia a Fernández de Páez son las responsabilidades: uno es jefe de gabinete y el otro es un cantante de rock. En todos los casos, las declaraciones de Fernández y Páez lograron que para la segunda vuelta Filmus ya esté perdiendo por más de treinta puntos.
Aníbal Fernández y Fito Páez no son lo mismo, pero sospecho que a los dos los impulsó el mismo afán: quedar bien con el poder. Páez invocará las “razones de peso” de un concierto; Fernández seguramente dispondrá de un concierto de razones. En los dos casos, declaraciones injustas se corresponden con causas íntimas injustas. Fernández y Páez no se equivocan por lo que dicen, sino por lo que piensan. Hablan con las palabras de la ideología, pero piensan con el bolsillo. En todos los casos, nunca hacen nada gratis.
No es la primera vez que los peronistas son derrotados en la ciudad de Buenos Aires y no es la primera vez que recurren a argumentos “antiporteños” para descalificar ese voto. La llamada “izquierda nacional” se doctoró en estas miserias de la sociología. Pino Solanas filmó “La hora de los hornos” para demostrar, entre otras cosas, que la ciudad de Buenos Aires miraba a Europa y que los porteños eran enemigos de la Nación. Cuarenta años después descubre que Buenos Aires es la única ciudad donde los vecinos lo votan, lo votan por motivos diferentes a los que él cree, pero lo votan. Lo mismo puede decirse de los héroes de la izquierda nacional y de sus edulcorados retoños. Los muchachos de “Carta abierta”: hablan pestes de la ciudad de Buenos Aires, pero si en algún lugar existen y tienen presencia es allí. Personajes como Horacio González y Ricardo Forster martirizan el lenguaje y las ideas para explicar por qué gana Macri, pero no se preguntan por qué gana Insfrán en Formosa o los caciques peronistas en el cono urbano. Fito Páez vomita contra Buenos Aires, pero el público que mayoritariamente asiste a sus conciertos es porteño y la ciudad que le brinda escenarios muy bien remunerados es Buenos Aires.
El problema que los populistas tienen con Buenos Aires es la modernidad. Una ciudad con buenos niveles de integración, con excelente calificación de sus recursos humanos, con insumos tecnológicos disponibles genera una interacción social intensa y compleja que da nacimiento al ciudadano reacio a dejarse manipular por los caciques o los caudillos carismáticos que tanto ponderan los populistas.
Lo que sucede en Buenos Aires puede hacerse extensivo a las grandes ciudades de la Argentina. Pienso en Rosario, Santa Fe, Córdoba y, en general, en toda sociedad donde predominan relaciones sociales modernas. No es la modernidad lo que hay que imputarle a Buenos Aires; en todo caso la crítica que se merece es que los beneficios de esa ciudad no se hagan extensivos a toda la Nación.
Los populistas no critican a la ciudad de Buenos Aires por sus defectos sino por sus virtudes. A la crítica arbitraria y sesgada, se le suman en este caso las incoherencias. Hoy están enojados porque Macri les dio una paliza, pero no se enojan porque alguien como Scioli gane en la provincia de Buenos Aires. Exprimen el ingenio y el cerebro para hallarles defectos a Macri, pero hasta ahora no han logrado explicar cuáles son las diferencias que hay entre Macri y Scioli.
El infierno en la Argentina, las injusticias más alevosas, las afrentas más ofensivas a la condición humana, las lacras políticas y sociales más detestables están en el Gran Buenos Aires. Es allí donde la explotación y la dominación exhiben sus rostros más perversos y siniestros. Sin embargo, hace rato que no escucho una palabra de los abanderados de la causa nacional contra los caciques del cono urbano, las roscas mafiosas que allí se tejen con sus matones sindicales, sus policías bravas, sus bandas de narcotraficantes, todo ello asociado a la política y traducido a un eje de dominación que se llama populismo.
¿Alguien se preguntó por qué los grandes cordones de villas miserias se extienden a lo largo de todo el cono urbano? ¿Por qué desde las provincias del interior llegan multitudes a vivir de la ayuda social, a trabajar como vendedores ambulantes y consentir que sus hijos inicien la travesía de la droga y sus hijas caigan prisioneras del canto de cisne del rufíán o el proxeneta debidamente protegidos por el poder político? Los muchachos de Carta Abierta están muy preocupados por las bicisendas de Macri y no por las villas miserias de Scioli. Tampoco se les ocurre pensar que si las provincias pobres no estuvieran gobernadas por señores feudales como los Insfrán, Beder Herrera o Alperovich, sus habitantes preferirían quedarse en sus patria chica que marchar a un destino incierto, a un desarraigo seguro que pareciera que siempre es preferible al infierno de desolación y desesperanza, hambre e ignorancia que les ofrecen los “compañeros gobernadores” de la causa nacional.
El problema de la Argentina no es la ciudad de Buenos Aires. Tampoco sus ciudades prósperas del interior, mucho menos sus colonias gringas donde predomina la cultura del trabajo y la fecunda ilusión del progreso. El problema de la Argentina son los barones del Cono Urbano, los caciques feudales de las provincias pobres, sus burgueses nacionales lúmpenes y corruptos, las dirigencias sindicales mafiosas que saquean las cajas sociales y abren las puertas al narcotráfico y el lavado de dinero. Allí está, palpitante y baboso, el huevo de la serpiente, la Argentina bárbara, injusta y mentirosa. Y allí están sus llamados “intelectuales nacionales”, cumpliendo la faena de maquillar al monstruo, de hacerlo presentable. Curiosa labor de manicura de estos caballeros: nos hablan de la patria socialista, pero después nos dejan como obsequio a López Rega.
Las cloacas políticas y sociales de La matanza-Riachuelo. Ese es el eje de dominación que hay que derrotar en la Argentina. Ese es el eje de dominación que fue golpeado pero no derrotado en el 2008 en lo que se conoce como la batalla del campo. Allí la historia desplegó una puesta en escena que nos permitió registrar las dos argentinas: la del progreso y la del atraso; la de cultura del trabajo y la subsidiada; la de la riqueza bien ganada y la de la riqueza obtenida con negociados; la Argentina de los ciudadanos y la de los capangas y sus súbditos.
En la ciudad de Buenos Aires, con las mediaciones culturales del caso, estas fueron las opciones que estuvieron presentes el pasado domingo. Las elecciones de Buenos Aires no aseguran la derrota del populismo en octubre pero modificaron el humor social, rompieron con el mito de invencibilidad de la señora y pusieron punto final al luto político más prolongado de nuestra historia. Algo parecido ocurrirá en Santa Fe el 24 de julio y en Córdoba la primera semana de agosto.