El relato y la realidad

Gustavo J. Vittori

Con insumos discursivos aportados primero por docentes e investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y ampliados después por los intelectuales de Carta Abierta, Cristina Kirchner puso sobre el tapete la teoría de los relatos o, más precisamente, del relato predominante de una supuesta oligarquía manipuladora de la comunicación pública.

La teoría creció con fuerza después de la derrota parlamentaria de la 125 y, más todavía, luego del fracaso electoral de 2009 en la provincia de Buenos Aires, donde el mismísimo Néstor Carlos Kirchner, como cabeza de la lista de diputados nacionales del Frente Justicialista para la Victoria, hocicó frente a Francisco de Narváez (Unión Pro).

En vez de escuchar el mensaje de los electores, después de un breve simulacro de diálogo el kirchnerismo desplegó su ADN, paralizó el Congreso Nacional y se dedicó a ‘profundizar su modelo‘. En esa nueva etapa el enemigo elegido fue el periodismo crítico, al que atribuyó la responsabilidad de ambos traspiés. Consecuente con esa explicación autosatisfactoria, el gobierno -desde la cima estrecha y afilada del poder hasta su base de militantes- habló de guerra mediática, de mariscales mediáticos y de periodismo destituyente. El oficialismo cerril compactaba en una papelera a todo el periodismo crítico, desechaba matices e intenciones diferenciadas y diferenciadoras, y fusionaba a los medios de comunicación indóciles en la inapelable categoría de ‘corporación mediática‘.

Así, mediante dos simplificaciones articuladas por un mismo guión definía a un nuevo enemigo, necesario para contrastar su propio relato o elaborar su contrarrelato, un producto de diseño cimentado en la sistemática manipulación de los números de la economía (previa captura del Indec y adulteración de su matriz estadística). También, en un progresismo faccional y casuista (que reivindica o maltrata derechos humanos según sea el caso). Y en una constante victimización frente a supuestos poderes tradicionales, oligárquicos y concentrados que, tal como se plantean sólo existen en viejos libros de historia política y económica o en los reservorios de los museos del país.

En rigor, hoy no hay en la Argentina poder mayor que el que reside en las manos del gobierno central, que concentra el 75 por ciento de los recursos del país en desmedro de la forma federal de Estado sancionada por la Constitución Nacional.

Por eso el discurso de campaña pronunciado por Cristina cuatro días antes del comicio en la localidad sureña de Puerto San Martín le resultó indigesto a muchos santafesinos. Decir que nos podría ir mejor si la provincia se alineara con ella y el modelo nacional es válido como una expresión de deseos, pero cae pesado cuando se sabe que el intercambio de recursos entre la provincia y la Nación es negativo para Santa Fe. Además, que la intervención de Guillermo Moreno en la actividad pecuaria y frigorífica ha provocado la pérdida de 1.300.000 cabezas de ganado bovino en la provincia (con el consiguiente aumento del precio de la carne en el mostrador y la marcada reducción del consumo que ahora impacta sobre las carnicerías). Que cientos de miles de toneladas de trigo sin condiciones proteicas para la panificación yacen inmovilizadas a la espera de una decisión nacional cuyo retraso sólo favorece la gula de los ratones de campo. Que los productores de leche están en pie de guerra por el bajo precio que perciben mientras el valor internacional de la leche en polvo asciende a las nubes. Que la protesta de productores de cerdos se escucha cada vez más fuerte. Que la acordada y debida compensación del déficit de la Caja de Jubilaciones de la provincia por su no transferencia a la Nación hace varios ejercicios fiscales que no se cumple. Que el compromiso de la construcción de viviendas sociales e importantes obras de infraestructura tampoco.

Y así podríamos seguir puntualizando razones para explicar el enojo de los santafesinos con las liviandades discursivas de la presidenta sobre nuestra provincia. En verdad, a Santa Fe no le ha ido mejor porque la Nación le ha succionado recursos y ha intervenido de manera negativa en sus principales actividades productivas. En suma, el relato se estrelló contra la realidad.

Entre tanto, en paralelo, se veían en las provincias vecinas de Entre Ríos, Chaco y Santiago del Estero, los efectos transformadores de ingentes inversiones motorizadas por el ‘ábrete Sésamo‘ de la sumisión incondicional al gobierno central. ¿Y las instituciones? ¿y los correspondientes porcentajes de coparticipación? Bien gracias. Como en tiempos de la colonia, todo pasa por respuestas casuísticas. Dado el caso va una respuesta a la medida. Si las provincias son amigas, la mano se abre generosa. Si son leales consigo mismas, si honran su autonomía y sus responsabilidades, el puño se cierra amenazante.

Por cierto. Esta es tan solo una de las facetas que incidieron en el resultado electoral de la víspera. Hay más, y las abordan otros comentarios. Pero esta, que tuvo su última expresión hace pocos días a través de un relato presidencial que venía ‘a dar vuelta la tendencia electoral‘ es importante de señalar. Porque ocurrió lo contrario, y terminó de enterrarlo a Agustín Rossi, quien en el reconocimiento de la derrota tuvo una actitud racional que lo diferencia de los integrismos ideológicos.