Entre los prerrafaelistas y Marechal
“Beata Beatrix” (1863, circa), de Dante Gabriel Rossetti. La modelo para esta pintura fue Elizabeth Siddall, cuya efigie repetirá en muchas de sus composiciones.
Entre los prerrafaelistas y Marechal
“Beata Beatrix” (1863, circa), de Dante Gabriel Rossetti. La modelo para esta pintura fue Elizabeth Siddall, cuya efigie repetirá en muchas de sus composiciones.
Por Raúl Fedele
“El cráneo de Miss Siddal”, de Augusto Munaro. Pánico el Pánico, Buenos Aires, 2011.
Matías Fast, descendiente de una familia anglosajona, habita un soberbio chalet en Hurlingham. Lo ocupan el estudio de la medicina y algunas colaboraciones literarias que le procuran algo de dinero. Ahora, ha decidido traducir la autobiografía de John Ruskin, aquel exaltado crítico inglés, defensor de Turner y del movimiento prerrafaelista surgido en Inglaterra a mediados del siglo XIX. Pero apenas iniciado el trabajo, la inspiración desfallece y Fast comprende que no sólo en él sino en toda la literatura argentina la musa da signos ineludibles de estar muerta.
Así lo plantea al grupo de los siete integrantes de tertulia que se reúnen cada jueves en su casona. Todos están de acuerdo en la catastrófica situación de nuestras Letras, manoteando entre ismos y ecos arcaizantes, con un férreo canon “pestilente y horroroso”. Pero enseguida disputarán por la forma en que se proponen recuperar la divina llama. Fast y un adláter se empecinarán en individualizarla en Elizabeth Eleanor Siddal, la modelo que amó el más celebrado de los pintores prerrafaelistas, Dante Gabriel Rossetti, autor también de La casa de la vida, un notable conjunto de sonetos inspirados asimismo por Siddal. Apenas dos años después de casarse con Rossetti, Siddal murió por sobredosis opiácea. Y es en ella que Fast historia la última aparición de la musa. Se necesitaría alguna pertenencia de esta mujer para destilar por ósmosis su magia. ¿Y qué mejor que su cráneo para lograrlo?
El resto de los contertulios acusan a Fast de extranjerizante. Sacan a colación las antinomias de Florida y Boedo, y prefieren avizorar la última musa en la pipa que Marechal habría usado al escribir Adán Buenosayres. Tal la base narrativa de El cráneo de Miss Siddal, una ágil y compacta novela de Augusto Munaro.
No en vano son llamados en juicio sean los prerrafaelistas, sea el Adán Buenosayres (y el antecedente de Adriana Buenos Ayres, de Macedonio Fernández). Los prerrafaelistas se congregaron y trabajaron sus obras impulsados por el afán de sacudir el clima artístico academicista y abúlico de la sociedad victoriana y de las exigencias de la sociedad industrial, bajo la noción moralista de que lo moderno no puede ser fruto de experimentación sino del esfuerzo por recuperar un arte más espontáneo y mimético, tal como lo vislumbraban en la obra de los pintores del pasado, anteriores a Rafael.
Marechal, por otro lado, está presente en la novela de Munaro a través de los diálogos de altas elucubraciones pero voseados y canyengues, en ese tipo de habla y de ironía nuestra que también supieron jugar Cortázar y Bustos Domecq.
Cargada de alusiones, de vueltas de tuerca y metarreflexiones sobre sí misma, El cráneo de Miss Siddal es una novela que sortea la solemnidad y fluye divertida e inteligente. Su autor, nacido en Buenos Aires, en 1980, ha colaborado a menudo en las páginas literarias de El Litoral con sus entrevistas a escritores.
“Sueño diurno” (1880), de Dante Gabriel Rossetti.
“La Ghirlandata” (1873), de Dante Gabriel Rossetti.