Preludio de tango
“Confesión”
Preludio de tango
“Confesión”
Manuel Adet
El 16 de octubre de 1930 la cantante Tania, esposa de Enrique Santos Discépolo, estrena en el teatro Maipo el tango “Confesión”. Esa misma noche había cantado “Cartas de amor” y “Pan”, el clásico tango de protesta social de Raúl de los Hoyos. Sin embargo, “Confesión” se llevó todos los aplausos. El público la aprobó de entrada y a partir de ese momento el poema fue considerado una de las grandes realizaciones literarias de Discépolo.
El 2 de marzo de 1931 lo grabó Ignacio Corsini y el 3 de septiembre de ese año lo graba Carlos Gardel acompañado por la orquesta de Francisco Canaro. Con la misma orquesta grabará luego Ada Falcón. Y Susy Leiva hará su propia versión en 1954. Además de Gardel y Corsini, a “Confesión” lo interpretaron Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Julio Sosa y Enrique Campos.
La personalidad de los cantantes exime de mayores comentarios acerca del nivel de sus interpretaciones. Se trata de un tango que no es fácil cantar. Según el escritor Sergio Pujol, “Musicalmente ‘Confesión’ significó un leve cambio de estilo. El tema presenta una curva melódica musicalmente más generosa que en otros temas. Empieza abajo, descendiendo por terceras, y va subiendo de motivo en motivo hasta superar en la segunda parte la octava superior. Toda esta sección, la que empieza con ‘Sol de mi vida’ modula de tono menor a mayor, adquiriendo una intensidad lírica de cierta autonomía con respecto al ritmo estrófico”
Observa luego: “Confesión” nunca será un tango de interpretación fácil. Desde el primer día fue un desafío para los cantantes que se toparon con un Discépolo que había volcado en la poco común forma de 38 compases, un metodismo más próximo al mundo de la ópera que de los arrabales”.
El 29 de octubre de 1940, se filma una película inspirada en la letra de este tango. Para que a nadie le quepa alguna duda, la película se llama “Confesión”. La dirige José Moglia Barth, el guionista es Homero Manzi y actúan Hugo del Carril, Alberto Vila, Alita Román y Ana María Lynch. El film está producido por Argentina Sono Film, dura una hora y media y la música está a cargo de la orquesta de Ricardo Malerba.
El poema “Confesión” está escrito por Discépolo en colaboración con Luis César Amadori. Hace unos años un amigo me discutió esa sociedad. Según él, el tango tiene el sello inconfundible del Discépolo, está en sintonía con su visión del mundo y, por lo tanto, no se entiende qué hace allí Amadori. A mi amigo no le faltan razones para defender al autor de “Cafetín de Buenos Aires”, pero lo cierto es que el tango está registrado en colaboración con Amadori.
Los biógrafos de Discépolo sugieren que Amadori hacía las relaciones públicas y nada más. Desde el punto de vista literario, Amadori está por debajo del autor de “Yira yira”. Periodista, columnista en alguna época de la célebre Caras y Caretas, su negocio fueron los teatros de revista y en la década del treinta se revelará como un avasallante director de cine. Pertenecen a esta época películas como “Puerto Nuevo”, en la que actuó el gran Charlo y “Dios se lo pague”, interpretada por Zully Moreno y Arturo de Córdoba y considerada por los críticos como su obra más lograda.
Amadori va a escribir en la década del veinte y del treinta algunos poemas que lograron una merecida fama. Pertenecen a su pluma temas como “Cobardía”, “Rencor”, “Madreselva” y “Portero suba y diga”. Digamos que el hombre algunos méritos tenía y algunos honores se ganó en sus incursiones por el tango. Amadori no sólo escribió “Confesión” en sociedad con Discépolo. También pertenecen a este período temas como “Desencanto”, “Alma de bandoneón” y “Tu sombra”. Algunos de estos poemas fueron estrenados o popularizados por Tania, por lo que la colaboración con “Confesión” está fuera de debate, más allá de que efectivamente el poema expresa de manera lúcida y coherente la visión estética de Discépolo.
A mi modesto criterio estamos ante la historia mejor contada de su repertorio. “Confesión” es también la más discepoleana y la más terrible. Si es verdad, como se dice, que un poema de tango es una historia contada en menos de tres minutos, este tango reúne todos los requisitos para cumplir con esta exigencia. El título ya es un acierto. “Confesión” tiene una reminiscencia religiosa y, al mismo tiempo, lírica. Discépolo no se está confesando ante un cura. Al respecto algo adelantó cuando dijo en otro de sus poemas, “Malevaje” escrito en 1929: “Ya no me falta pa completar más que ir a misa e hincarme a rezar”.
¿Ante quién se confiesa el personaje? No lo hace ni ante un sacerdote, ni ante un amigo. Tampoco le hace la confidencia a la mujer de la que sigue enamorado. Si el poeta hubiera optado por cualquiera de estas posibilidades, el poema habría fracasado porque su clave trágica reside en que ella no debe enterarse de su sacrificio amoroso.
Discépolo habla para sí mismo. O para sus lectores. Nosotros somos sus confidentes. Nosotros que no estamos en condiciones de contarle a la mujer que ese hombre que la maltrató y al que seguramente odia, la ama desesperadamente y que todo lo que hizo -o lo que deshizo- fue por amor. Por amor a ella.
La letra del tango es terrible y bella. Recuerda las mejores realizaciones de Roberto Arlt. El cuento “Esther Primavera” trabaja una hipótesis dramática parecida. A diferencia de otras letras de tango, en “Confesión” la mujer no traiciona, pero tampoco el hombre traiciona, por la sencilla y trágica razón de que él se traiciona a sí mismo. Pero hay algo más en este poema donde el personaje parece descender a todos los círculos del infierno. Lo dice en los primeros versos: “Fue a conciencia pura que perdí tu amor; nada más que por salvarte”. La decisión es terrible, pero racional. ¿Y en que reside esa racionalidad? En la certeza absoluta de que él es un fracasado, que su destino es la derrota.
No recuerdo dónde leí una vez , que a este tango una mujer lo calificó de fascista. Según ella, los versos en los que él admite que la golpea “como un malvao” dan cuenta del carácter machista y despreciable del personaje. Con todo respeto, esta buena mujer no entendió nada. Los personajes de la ficción no tienen la obligación de ser buenos, bondadosos, mansos y amables. Un hombre con esas virtudes en la vida real es un ser virtuoso, pero incapaz de inspirar un poema que merezca ese nombre.
Los personajes de Discépolo son los derrotados, los postergados, los perdedores, los que no entienden al mundo y el mundo no los entiende a ellos. Algunas veces fueron buenos, pero más de una vez se comportaron como canallas. Estor personajes no salen de la pluma de Bucay o Paulo Coelho, sino de las inspiraciones de Nietzsche, Dostoievski o Roberto Arlt.
“Hoy después de un año atroz, te vi pasar, me mordí pa’ no llamarte; ibas linda como un sol, se paraban pa’ mirarte”. Este es uno de los momentos más tristes del poema. A la confesión le sucede el renunciamiento. El dolor. El sentimiento irreversible de pérdida ni siquiera deja lugar a la culpa. El personaje no es un héroe; es un antihéroe, es decir alguien que revela su grandeza porque se sacrifica a “conciencia pura” para permitir la felicidad de ella. Discépolo no va a misa, no se confiesa ante el cura, pero acaba de escribir su poema más cristiano.