“Sherlock Holmes: Juego de sombras”

Una mente para salvar al mundo

“Sherlock Holmes: Juego de sombras”

Roberto Downey Jr. y Jude Law son nuevamente los protagonistas de la historia original de Sir Arthur Conan Doyle dirigida por Guy Ritchie. Foto: EFE

 

Ignacio Andrés Amarillo

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Guy Ritchie eligió para la segunda entrega de Sherlock Holmes una historia de “intriga internacional”, saltando de país en país al mejor estilo de “¿Dónde está Carmen Sandiego?”. En este caso el villano es el profesor James Moriarty, la némesis que Sir Arthur Conan Doyle ideó para el detective más sagaz del mundo (y el más observador). Moriarty, otro genio, estrena en la historia (estamos en 1891) una idea que después se les ocurrirá a muchos: enriquecerse con una guerra, siendo dueño de “las balas y las vendas”, como se dice en algún momento.

A partir de una carta birlada a la seductora Irene Adler (al servicio del oscuro profesor) Holmes cruza su camino con Madam Simza Heron (Sim, para los amigos), una gitana llena de secretos de quien se despide su hermano Rene. A partir de ahí redondeará su teoría, en la que va uniendo una serie de asesinatos de diferentes magnates alrededor del mundo.

Ahora que el doctor John Watson se ha casado con su prometida Mary, Holmes quiere dejarlo afuera, pero una entrevista con Moriarty le hace saber que éste planea dirigir sus iras contra el doctor de la buena puntería. Así, el salvataje contra un atentando en pleno viaje de luna de miel vuelve a juntar a la dupla, convencidos de que no habrá paz (ni personal ni para el mundo) hasta que no derroten a su enemigo.

Así, comienzan una investigación-persecución, que los llevará primero a París, para reencontrar a Sim, luego a Alemania y finalmente a Suiza, donde tendrá lugar el clímax, en una concurrida cumbre de paz.

Caracteres únicos

Presentados los personajes en el filme anterior, Ritchie y sus guionistas (Michele y Kieran Mulroney), optan por no desarrollar tanto las características de los mismos (el choque entre el disfuncional Holmes y el ultracorrecto Watson). De todos modos, a Robert Downey Jr. y Jude Law estos personajes les saldrían hasta dormidos. Especialmente a Downey, tan alocado y experimentador de sustancias como el detective que encarna (un elemento que el director, fanático confeso del personaje, decidió rescatar).

Rachel McAdams reaparece como Adler, pero poco (y con un dejo de tristeza) es lo que puede hacer. Por lo demás, se lucen los personajes nuevos. Particularmente Noomi Rapace, en un personaje mucho más liviano que su Lisbeth Salander en la Trilogía Millenium sueca, pero siempre sugestiva: la penetrante mirada de sus ojos oscuros y su boca apenas abierta alcanza para que su primer plano llene la pantalla.

Jared Harris construye a un Moriarty contenido, inescrupuloso y narcisista: una simple mueca que simula ser sonrisa alcanza para que se le tema. A su lado, tendrá a Paul Anderson como el coronel Sebastian Moran, experto tirador (rival ideal para Watson) y perfecto ejecutor, una especie de Terminator al servicio de la mente maligna.

Por último, se luce Stephen Fry como Mycroft Holmes, hermano mayor del detective, quien en los relatos originales era un aburrido gentleman con mayor capacidad de observación y deducción que Sherlock (pero sin el fuego investigativo), y que aquí es un excéntrico caballero al servicio de los Asuntos Exteriores británicos.

Relato visual

El guión tiene algunas flaquezas (Holmes ya viene con la sospecha de Moriarty; este tiene inexplicablemente más ganas de cargarse a Watson que a Holmes) pero tal vez esto viene a dejar más espacio para la acción y la intriga posterior. Por otra parte, Holmes usa menos su observación para la deducción (hasta logran engañarlo en un atentado) que para sobrevivir minuto a minuto: como los personajes de “Héroe”, puede visualizar toda una pelea en su mente en segundos y tratar de reproducirla o cambiar su resultado.

Como los hermanos Wachowski, Ritchie se permite jugar holgadamente con los tiempos, congelando o ralentando el viaje de una bala, la explosión de un fulminante o la caída de un personaje (algo que ya había hecho en la primera parte de la saga).

La dirección de arte y el vestuario se lucen obviamente, reconstruyendo la Europa de fines del siglo XIX, incluso con detalles para la polémica (el gramófono ya existía en 1891, pero hay que ver cuántos discos musicales había para entonces). La fotografía es luminosa, haciendo lucir la riqueza cromática de los vestuarios. Por último, la música romaní le agrega el exotismo propio del pueblo errante.

Al final, serán Watson y Simza los encargados de aplicar la técnica observacional-deductiva de Holmes para resolver el plan final de Moriarty en la cumbre de los poderosos, mientras héroe y villano se lanzan a un ajedrez mental (¿acaso no lo jugaron durante todo el filme?) y se debaten en una polémica sobre la humanidad. “Usted no se enfrenta conmigo; se enfrenta contra la naturaleza humana. Tarde o temprano habrá una guerra mundial, la harán ellos. Yo sólo tengo que esperar...”, dice Moriarty, y la historia nos demuestra que lo hicieron. Y cómo. Los herederos de Moriarty vienen ganando, y son unos cuantos: ojalá tuviésemos un par de Holmes, a ver si podemos salvar al mundo más seguido.

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BUENA

“Sherlock Holmes: Juego de sombras”

“Sherlock Holmes: A Game of Shadows” (Estados Unidos, 2011). Dirección: Guy Ritchie. Guión: Michele Mulroney y Kieran Mulroney, sobre personajes creados por Arthur Conan Doyle. Fotografía: Philippe Rousselot. Edición: James Herbert. Música: Hans Zimmer. Diseño de producción: Sarah Greenwood. Elenco: Robert Downey Jr., Jude Law, Noomi Rapace, Jared Harris, Stephen Fry, Paul Anderson, Rachel McAdams Kelly Reilly y Eddie Marsan. Duración: 128 minutos. Apta para mayores de 13 años. Se exhibe en Cinemark.