Escuela: alojamiento y oportunidad
Escuela: alojamiento y oportunidad
La autora asegura que, para que un niño se constituya en alumno, es necesario que un docente posea un deseo de transmisión de enseñanza que se transforme en demanda de aprender.
TEXTOS. EDIT VILLAGGI (PSICOPEDAGOGA Y PSICOANALISTA). FOTOS. EL LITORAL.
La escuela se ofrece -en primer término- como un lugar, un alojamiento en el que se aceptan y construyen subjetividades y en el que la tarea central se organiza a partir de la identidad de los actores (precisamente lo contrario al anonimato de otras situaciones), con el propósito de transmitir y construir saberes socialmente significativos.
Por la indefensión con que nacemos dependemos de un Otro para la subsistencia. Sujeto significa sujeción a Otro. Ese Otro que acoge también otorga sentidos. Ese Otro, presentificado en el adulto de crianza y en otras instituciones como la escuela, representa el lenguaje y la cultura. Depende de los adultos, de su constitución psíquica, de su mirada, de sus conceptos que se va a alojar un niño y desde allí va a advenir.
Las instituciones son creaciones humanas que enlazan simbólicamente a los hombres entre sí y que los sostienen ante la vulnerabilidad que nos caracteriza. Transmisora de saberes a las nuevas generaciones, incorporándolas al cuerpo cultural, recortando impulsos y enlazando simbólicamente, la escuela ejerce una función civilizadora que busca que un sujeto pueda circular socialmente.
Esta función es llamada de filiación simbólica de cada sujeto a la cultura. Pero también en la transmisión se abren horizontes y se sostienen los ideales, participando al que se educa en la construcción. Entendida así, la educación no tiene sólo el efecto presente de preparar para la resolución inmediata de problemas, sino que indica otra dimensión, con efectos diferidos en cada uno.
NUEVO lugar
La educación tiene además una función estructurante. Al tiempo que regula lo impulsivo a cambio de ofrecer interés en objetos de la cultura, anuda, participa en la constitución de un sujeto.
Para que un sujeto se constituya es necesario que haya aprendizaje. Y para que un niño se constituya en alumno es necesario que un docente detente un deseo de transmisión de enseñanza que se transforme en demanda de aprender. El interés por la cultura es algo que debe causarse.
Cuando hay aprendizaje es porque un acto educativo ha producido una transformación en el sujeto. Se trata de generar en el otro el gusto por aprender y es lo que tiene de artesanal la tarea porque es del orden de lo particular, del docente con cada alumno, con su identidad, con sus marcas.
No se trata de negar las disposiciones particulares que trae el que llega y, reconociendo que lo que ocurre en los primeros años es de fuerte impronta en cada uno, se debe tener presente que el niño es un sujeto a advenir, es un acontecer y siempre tiene la permeabilidad a nuevos anudamientos que muevan las velas hacia un puerto distinto.
HACER INFANCIA
La escuela tiene la posibilidad de realizar un corte a la repetición, ofrecer un nuevo alojamiento. Abre una segunda posibilidad de marca, una nueva oportunidad, y debería encontrarnos meditando seriamente en ello.
La escuela está interpelada más que otras instituciones en el hacer infancia. Debe poner el acento en la viabilidad del vínculo entre educador y educando, en la apertura a las posibilidades que hace una invitación a la educación, abre una perspectiva que desconoce los límites esperables según un reparto de condiciones supuestamente naturales de inteligencia previa.
Reconocer que desde el otro se otorga sentidos y que en niños y adolescentes la escuela participa en su constitución, dimensiona la responsabilidad del que educa, al tiempo que lo sujeta en la producción de éxitos y fracasos escolares.
Ha abandonado su rol el docente que sostiene que son los alumnos los que deben seguirlo a él y si esto no sucediera es por dificultades del alumno solamente. Al pensar en el lazo que une la relación, la transferencia será la clave para el acceso al conocimiento. En una escuela secundaria he observado que más de la mitad de la clase no aprobaba las materias que un profesor titularizaba, y sin embargo permanecía inmutable, sin cuestionarse que algo en su transmisión no andaba, no se implicaba en el resultado.
UN NOMBRAR DISTINTO
No es sino con urgencia, con la debida responsabilidad que nos cabe como adultos puestos a crear infancias, ser conscientes que al otorgar sentidos estamos en la encrucijada de perpetuar las marcas o de dar una nueva oportunidad para que otras significaciones sean posibles para el sujeto.
Hebe Tizio nos recuerda que el profesor se dirige a toda la clase, pero lo escuchan de uno en uno. Todos los sujetos somos diferentes. Diferente que no es lo mismo que desigualdad. Reconocer estas diferencias es respetar los tiempos y partir de los previos de cada uno. Es lo que hace que la transmisión no sea universal y lineal, y que lo normal es que aparezcan dificultades.
El lugar docente no se limita al de una traslación de contenidos en sentido magistral, es el de una transmisión que se ofrece a otro, a cada otro y a todos los otros, una invitación a descubrir el saber que se ignora.
Ofrecer este lugar implica que ese docente no ha cedido a su deseo, a su pasión por el conocimiento, a la captura que lo ha llevado a ser maestro.
Cuando el docente interviene desde su propio deseo, abrirá la posibilidad de la constitución de un sujeto de la educación, no la reproducción de un semejante, no aceptar al diferente para doblegarlo y reproducirlo según un modelo, sino proponer pertenecer a un lugar haciendo un trazo propio.
En educación es muy importante la actividad intersubjetiva, mediada culturalmente y sobre la confianza en que otro aprenda y no sólo las condiciones previas con que arriba el que aprende. Hacer lugar a los herederos del acervo cultural es respetar sus tiempos, particularidades, a la vez que confiar en su posibilidad de aprender. Graciela Frigerio dice que educar es la oportunidad de deshacer profecías de fracaso.
No ceder ante la dificultad
El doble objetivo de la actividad educadora lleva implícito un contrasentido, que más allá de métodos y contingencias temporales, es una dificultad intrínseca a su estructura misma: báscula entre lo sabido y lo ignorado, entre lo instituido y lo instituyente, entre lo viejo y lo nuevo, entre la perpetuación y la creatividad. Estos pares antitéticos hacen que esta paradojal actividad aparezca como una de las tareas imposibles. Pero es por esta falla intrínseca que se abre la posibilidad de un horizonte creativo a la tarea educadora, que en la medida en que se lo ponga a trabajar mueve a inventar nuevos conceptos o a revisar los viejos, a un cesar del repetir y a descreer en lo inexorable.
La escuela sufre los efectos de discurso y las contingencias de la época al igual que otras instituciones sociales, pero es la que puede germinar los cambios por su cualidad de creación y construcción, y ésta es su fortaleza para el desafío.
Seguir educando es la tarea, sin quedar fijados a la nostalgia del pasado ni temiendo al futuro (porque lo que se haga bien hoy influirá en él), ni claudicando al pensar que sólo resta padecer los efectos indeseados del momento histórico actual; seguir educando sin negarse a seguir aprendiendo a la vez.
No retroceder ante las dificultades de la práctica implica, por ejemplo, poner en palabras las dificultades cotidianas, hacerlas circular entre otros, proponer cuestionamientos y reflexiones intercambiando, como en red, los pensamientos que se generen desde foros de cada institución educativa.
En la iniciación a un nuevo ciclo escolar, debemos recordar que es a la ética docente no claudicar: ni al lugar adulto (autoridad basada en el conocimiento) para transmitir el legado cultural como obligación intergeneracional; ni tampoco, al deseo de educar que los ha causado.
Anna Aromí dice que “la educación tiene un antidestino, ir a contracorriente de la maquinaria que hace que un sujeto se presente siempre tropezando con la misma piedra”. Al comenzar cada ciclo lectivo, se nos ofrece una nueva oportunidad.
Ha abandonado su rol el docente que sostiene que son los alumnos los que deben seguirlo a él y si esto no sucediera es por dificultades del alumno solamente.