El eterno femenino y un mito que regresa

La nota
 

Laura Osti

La Reina es una bella mujer, pero más que bella, es malvada. Es ambiciosa, inescrupulosa y ha usado su belleza para conquistar hombres poderosos. Se vanagloria de haber tenido ya cinco maridos, contando al último, el Rey, padre de Blancanieves, muerto en misteriosas circunstancias.

Es decir, que ahora la Reina es la ama absoluta del reino que heredó de su último marido y madrastra de la joven y bella Blancanieves, una muchachita que acaba de cumplir dieciocho años. Joven y hermosa, se convierte en una presencia desestabilizante para la malvada mujer, que pretende seguir reinando sin competencia de ninguna especie.

El clásico relato infantil es retomado en esta oportunidad por el director indio Tarsem Singh, tomando como figura central precisamente a la mala del cuento. De ahí que toda la propuesta descansa fundamentalmente en el trabajo de la actriz Julia Roberts, que compone una bruja de manual pero aggiornada a los tiempos que corren.

El tópico de la mujer bella que concentra poder gracias a esa cualidad, la juventud y la malicia, y que por lo tanto considera al paso del tiempo como su peor enemigo y a la competencia de mujeres más jóvenes su peor amenaza, es un clásico de todos los tiempos y de todas las culturas.

El mundo siempre ha sido demasiado sensible a esos atributos, en detrimento de otros valores, como la bondad, la lealtad, la virtud y el sacrificio. En estos relatos arquetípicos, el mal, la manipulación y el poder basado en malas artes es una fuerza muy poderosa que siempre pone en peligro a los más honestos. Generalmente, se confunde esa cualidad con debilidad, en la relación de fuerzas, el mal siempre parece más fuerte que el bien. Cuenta con más recursos, apela a la magia, a trucos, mentiras y demás conductas que una persona justa jamás usaría.

En este caso la historia respeta esos preconceptos y se concentra en los esfuerzos que hace una Reina ya madurita, en bancarrota, con una princesita que asoma como su rival más peligroso y con sus encantos en franca decadencia. ¿Qué hacer para reciclarse y seguir disfrutando de las mieles del éxito? Conseguir otro marido poderoso a quien engatusar y exprimir. Por allí aparece un despistado Príncipe, apuesto y honorable, y la Reina se lanzará a su conquista.

Realidad y fantasía

A Hollywood le gusta reírse de sí mismo y las tribulaciones de la monarca no se ven diferentes a las de una diva acostumbrada a las mieles del éxito a cualquier precio y que ve con horror los atormentadores indicios de la decadencia.

La propuesta de Singh le da gran importancia al juego coreográfico, al vestuario colorido y fantástico, y a las situaciones que mezclan realidad con fantasía.

Y en el plano de los contenidos, enfoca el relato poniendo también un poco el acento en la cuestión social, en el sufrimiento que los delirios de grandeza y la ambición desmedida de la Reina infiel traen al pueblo, agobiado por el hambre y esquilmado por impuestos cada vez más elevados.

¿Y los enanitos? Pues bien, constituyen un grupo de marginales expulsados del Reino por indeseables (feos) y que no han tenido más remedio que convertirse en bandidos para subsistir. En manos de ellos quedará Blancanieves cuando escape de su asesino, Brighton, uno de los más fieles cortesanos de la malvada madrastra. Y con ellos reconquistará el Reino, legado de su padre, a quien también rescatará del hechizo en el que lo tenía envuelto la Reina y colorín colorado... Blancanieves y el Príncipe se casarán y una nueva etapa, más normal, parece inaugurarse a partir de la derrota de la bruja.

Julia Roberts demuestra un gran profesionalismo, imprimiéndole a su personaje más humanidad, haciendo una mala típica aunque en tono de humor, pero los otros personajes no pasan del estereotipo, como si se tratara de un mero baile de disfraces.


Julia Roberts Y Lily Collins,

en una escena de“Espejito, espejito”,

la versión de Blancanieves de Tarsem Singh. Foto: Gentileza Relativity Media