Preludio de tango

“Acquaforte”

“Acquaforte”

Manuel Adet

Hace muchos años, un amigo tanguero con aficiones literarias me dijo que la letra de “Acquaforte” la había escrito Roberto Arlt. Hay leyendas que a veces uno tiene ganas de creer por más que los datos de la realidad digan exactamente lo contrario. Sonaba lindo que Arlt fuera el autor de ese tango donde un hombre vencido o derrotado por los años, la desilusión y los fracasos, habla de las miserias de un mundo en la sala de un sórdido cabaret. Sonaba lindo, pero no era cierto.

Lo cierto es que no hubo manera de probar la “hipótesis Arlt” en “Acquaforte” y hubo que admitir que efectivamente el tango fue escrito en 1932 por Juan Carlos Marambio Catán y la música la compuso Horacio Pettorossi, autor entre otros temas de “Esclavas blancas”, “Lo han visto con otra” y “Silencio”. Marambio Catán carecía de la fama literaria de Roberto Arlt, pero no era un desconocido al momento de escribir este poema, entre otras cosas porque para esa fecha le había puesto letra, junto con Discépolo, a una de las versiones de “El Choclo”.

El hombre había nacido en Bahía Blanca en 1895 y durante años fue más un cantor de tango que un poeta. No era Arlt, pero compartía el mundo de la bohemia intelectual de los años treinta y los valores de esa bohemia donde el anarquismo era más un estilo de vida que un credo político. Fue amigo de Gabino Ezeiza, Carlos Gardel y Enrique Santos Discépolo a quien le estrenó su primer tango: “Bizcochito”.

Según se sabe, “Acquaforte” es uno de los pocos tangos cuyo escenario no es Buenos Aires, un honor que comparte, por ejemplo, con “Anclao en París” o “La que murió en París”. El poema fue escrito en Milán y se dice que Mussolini -la censura del régimen de Mussolini para ser más preciso- lo prohibió. Este dato no está confirmado, pero circula en el ambiente como moneda de buena calidad.

“Es medianoche, el cabaret despierta, muchas mujeres luces y champagne, va a comenzar la eterna y triste fiesta de los que viven al ritmo de un gotán”. Si un buen poema narrativo se define por los primeros versos y la capacidad de esos versos para meternos de lleno en el escenario, éstos logran su cometido en toda la línea. El cabaret, a diferencia de otros poemas tangueros, no es celebrado, no es el lugar de la amistad, la alegría o de algo de historia de amor: es “la eterna y triste fiesta”.

“Cuarenta años de vida me encadenan, blanca la testa viejo el corazón, hoy puedo ya mirar con mucha pena lo que en otros tiempos miré con ilusión”. El desencanto, el aburrimiento de una vida vacía, la sensación amarga del fracaso, persiste. Un dato, sin embargo, nos resulta curioso a los contemporáneos. “Los “cuarenta años” son presentados como sinónimo de vejez o por lo menos cansancio. No es el único tango que pone en esa edad el límite entre la alegría de la juventud y el cansancio de la vejez. Pienso en, por ejemplo, ese tango de Héctor Marcó que Edmundo Rivero grabó en 1954. Me refiero a “Mis consejos”: “Muchacho, si pudieras darte cuenta, cómo broncan los cuarenta cuando encanece la testa y entra a fallar el timón; burros, timbas y quinielas, farras, copas, damiselas, son placeres de ocasión”.

¿Envejecía antes la gente? No lo creo. Me parece que había una actitud ante la vida, una pose tanguera y hasta una estética masculina, que transformaba a un hombre de cuarenta años en un veterano marcado por las heridas y los golpes. Tampoco en aquel tiempo pasado existía como ahora ese deseo imperioso, esa pulsión consumista de vivir una eterna juventud e identificarse con el estilo juvenil, aunque se tenga más de cuarenta años e, incluso, más de sesenta.

“Las pobres milongas dopadas de besos, me miran extrañas con curiosidad, ya ni me conocen estoy solo y viejo, no hay luz en mis ojos la vida se va”. El manifiesto decadente está expresado sin disimulos. La soledad se confunde con la vejez y la vejez es, como se sabe, el anticipo de la muerte, un sentimiento que se expresa como contraste en un escenario donde supuestamente hay música, risas y fiesta.

Quienes pretenden otorgarle al tango un lugar políticamente correcto y por lo tanto popular o progresista, estiman que “Acquaforte” junto con “Pan” y “Al pie de la Santa Cruz”, dan cuenta de un tango comprometido con las buenas causas. Lo siento por ellos, pero el tango no tiene nada que ver con el mundo de la protesta social. No sólo que no tiene nada que ver, sino que además no pretende ni intenta ponerse en ese lugar. El tango es lo que es: drama personal, pasión amorosa, nostalgia por un pasado que se fue, melancolía por un mundo que cambia, expresión viril de la amistad y el odio. Pretender politizarlo es condenarlo. Las letras que han intentado situarse en ese lugar han fracasado, como también fracasó la noción de un tango festivo al estilo de “Por cuatro días locos”.

Hay una estrofa en “Acquaforte” que ha dado lugar a la hipótesis de un tango de izquierda o popular. La estrofa es un clásico que todo tanguero conoce pero que conviene transcribir: “Un viejo verde que gasta su dinero, emborrachando a Lulú con su champagne, hoy le negó el aumento a un pobre obrero que le pidió un pedazo más de pan”.

La estrofa es buena, pero de allí a transformarla en una suerte de Manifiesto Comunista en versión criolla, hay una enorme distancia. El personaje de “Acquaforte” desconoce la política o sospecha que es una actividad protagonizada por políticos que seguramente no le merecen el mejor de los conceptos. Sus preocupaciones no son sociales, son individuales. Está derrotado, vencido, presiente que no tiene retorno y mira al mundo con los ojos del desconsuelo. No hace falta ser de anarquista, populista o de izquierda para indignarse por un viejo verde que gasta su dinero. La crítica no es política, es, si se permite la palabra, existencial y la puede hacer un burgués honrado sin necesidad de renegar de su clase. Escandalizarse por la injusticia social o por la bajeza humana no alcanza para ser de izquierda. Un cristiano de misa diaria, también lo puede hacer y tal vez tenga más razones para hacerlo que un izquierdista.

“Y pienso en la vida las madres que sufren, los niños que vagan sin techos sin pan, vendiendo La Prensa ganando dos guitas, ¡qué triste es todo esto!, quisiera llorar”. El poema amplía las imágenes de la estrofa anterior. La descripción de un mundo injusto no proviene de una intencionalidad política, sino de una sensación de fracaso interior. La injusticia que denuncia nuestro personaje no lo empuja a la rebelión sino al llanto. ¿Está mal? No está ni mal ni bien. Lo que en todo caso está mal es pretender otorgarle al personaje intenciones que a él jamás se le han ocurrido.

Marambio Catán, como Discépolo, indaga sobre la condición humana desde un lugar poético no político. Los dos fueron libertarios, los dos a su manera asumieron compromisos políticos, pero su poesía no circuló por esos carriles. ¿Ejemplos?: “Quién más quién menos” es un tango de Discépolo que también tiene a un cabaret como escenario. Ese poema concluye con unos versos desgarradores: “Quién más quién menos por mal comer, somos la sombra de lo que soñamos ser”. El fracaso como en “Acquaforte” no es político, es personal y eso es mucho más grave que un fracaso político que, después de todo, siempre se puede corregir.

“Acquaforte” se hizo famoso a través de la voz de Agustín Magaldi, pero en su momento fue grabado por Carlos Gardel. Quienes desean conocer otras versiones recomendaría la de Osvaldo Pugliese y Miguel Montero grabada en 1958 , la de Edmundo Rivero con Horacio Salgán y la de Luis Cardei. Juan Carlos Marambio Catán murió el 15 de febrero de 1973.