No quedarse en el pliegue explícito

7.jpg

Por Fernando Kofman

“Cul-de-sac”, de Augusto Munaro. Ediciones La Carta de Oliver. Buenos Aires, 2012.

Quien haya leído Paradiso de Lezama Lima se habrá encontrado con una cumbre del artificio barroco. Allí tenemos una suma de pliegues sobre pliegues desarrollando una trama, como explica bien Deleuze en su libro El pliegue, sobre la índole del barroco.

Pero en esta nouvelle de Augusto Munaro, la trama queda reducida a poco, a una mínima expresión, siguiendo o evocando aspectos de un nouveau roman que ya carga con más de sesenta años sobre sus espaldas. En ese aspecto, Cul-de-Sac está emparentada con dos novelas de Robbe-Grillet como El mirón y La casa de citas, donde la enumeración exhaustiva de detalles y su repetición instalan un clima obsesivo y agobiante. Esta nouvelle eleva como protagonista a una antigua mansión que podríamos ubicar en Martínez o San Isidro, y su decrepitud, sus ruinas, el avance del follaje de todo signo. Ahí Cul-de-Sac tiene algunos puntos de contacto de La casa de citas porque Robbe-Grillet, para ubicar su “Villa Triste” se inspiró en la “Villa Ocampo” situada en Beccar.

También Cul-de-Sac incluye una mujer, una presencia que se evoca. Es una silueta que pasa entre vidrieras de maniquíes sin cabeza exhibiendo su cabellera roja. Se le acercan caminantes a su figura anoréxica. Está la presencia de la noche que invade toda la mansión y que hace un despliegue de imágenes. Son formas como brotadas de un cuadro cubista. ¿Formas o evocaciones? Son formas que juegan a la inmortalidad. Es un deambular de la memoria. Y en ese deambular la mujer emerge de la eternidad y se pasea entre escaleras de mármol y jardines. Hay un paseo de sombras y el aire estira sus contornos, y el narrador como hundido en un sueño lisérgico no puede atrapar estas formas. Ha entrado en un vértigo. Una realidad con múltiples puntos de vista. Se codea con presencias antiguas. Y la silueta de la cabellera roja cruza el jardín rodeada de otras figuras que se distorsionan y evaporan. La madrugada deja al descubierto tapices que celebran epopeyas antiguas. Son cultos perdidos y reinos perdidos. El narrador es abrumado por un festival de colores. Está prisionero de un juego que se disipa con el canto del primer gallo.

El tema del artificio está íntimamente ligado a la literatura, porque ella, como puesta en escena, como obra ficcional, es un artificio. El punto es cuál es la propuesta a partir del artificio, qué dice el autor con ese artificio. Si la literatura quiere ser representación fidedigna, taxonómica, como ha ocurrido con mucha literatura argentina joven, para registrar como un calco lo que consideran los espasmos de la realidad, el escritor desciende a la categoría de cronista, muy alejado de lo que es un escritor. Sigue latente siempre la pregunta de Walter Benjamín en su libro de los Pasajes: siendo un cronista exhaustivo de la realidad, ¿qué signos en ella develo? Volvemos al tema de Deleuze, detrás de una fachada hay otro pliegue, y otro pliegue. Un escritor siempre se plantea estas incertidumbres. Augusto Munaro con esta segunda nouvelle se está planteando estos interrogantes, pero recién está al comienzo del camino.