Tribuna de opinión
Tribuna de opinión
Desendeudado
Ramiro Castiñeira (*)
DyN
En diciembre del 1983, Argentina arrancó un nuevo ciclo democrático pero arrastrando la pesada carga de la deuda pública. En un mundo donde no se cortaba el crédito internacional a gobiernos de facto, Latinoamérica en su conjunto tomaba generosos préstamos a nombre del Estado. Argentina lideró el frenético endeudamiento al Estado que incluso llegó a estatizar la deuda externa privada en 1982. Para cuando Raúl Alfonsín asumió la Presidencia en diciembre de 1983, la deuda pública era del 46,6% del PBI, contra el 13,8% del PBI que alcanzó previo al golpe de Estado del 1976. Ambos datos son del FMI.
Sobreendeudados, la suba de tasas de interés en los Estados Unidos junto a los menores precios de los commodities, llevó al default a México en 1982 y luego a los demás países de Latinoamérica. Si bien en la década de los 80 se negocia parte de la deuda externa, fue recién con el Plan Brady de los Estados Unidos, a principios de los 90, cuando retornó el crédito externo a la región. El plan Brady consistió en convertir los préstamos en default en nuevos bonos, que luego los bancos americanos lograron vender al mercado y limpiar sus expuestos balances a riesgo latinoamericano. Por supuesto, dado que la operación se realizaba con gobiernos democráticos, se terminó por legitimar la deuda externa contraída por dictaduras.
A la par con las privatizaciones, que en Argentina culminó con la venta de YPF por cerca de u$s 15 mil millones en diversas etapas, en los 90 comenzó un nuevo ciclo de endeudamiento del Estado nacional. Entre 1993 y 2001, la deuda pública aumentó en 128%, al pasar de 63 mil a 144 mil millones de dólares, previo al anuncio del default. El ‘corralón’ y la necesidad de compensar a bancos por pesificación asimétrica, llevó la deuda a un récord de 191 mil millones de dólares para 2004.
En 2005 inició un ciclo de desendeudamiento que todavía perdura. La exitosa renegociación de la deuda de 2005 y 2010, sumada a la estatización de las AFJP y el pago de deuda, primero con superávit y luego con reservas, llevó la deuda pública en manos de acreedores privados y organismos internacionales a u$s 82.694 millones a fin de 2011, equivalente al 19,3% del PBI. De los u$s 82.694 millones, según datos oficiales u$s24.904 millones se adeuda a Organismos internacionales, incluyendo el Club de París, a un costo que no supera el 3% anual. El resto de la deuda pública se adeuda a privados y alcanza los U$S 57.790 millones, equivalente a 13,5% del PBI a fin del año pasado. De la deuda pública con privados, 9,6% del PBI está nominada en moneda extranjera (u$s 41.088 millones) y sólo 3,9% del PBI en moneda local (u$s16.702 millones).
La nueva realidad queda plasmada al advertir que el Gobierno hoy dispone de reservas en el BCRA por encima de lo que adeuda a privados en moneda extranjera. Más aun, dado que difícilmente este año gatille un nuevo pago del Cupón PBI, el año entrante con u$s3.600 millones el Gobierno logra cubrir todo el servicios de la deuda en moneda extranjera, y en 2014 sólo necesitará u$s1.600 millones si nuevamente no gatilla el cupón. Si Europa finalmente ‘patea el tablero’, el impacto de la crisis internacional sobre las economías emergentes se magnificará en aquellos países que tengan un elevado nivel de endeudamiento en moneda extranjera, dado el posible estrangulamiento del crédito externo junto con el colapso de las exportaciones.
Argentina no evitaría la crisis, pero sí el colapso. En suma, Argentina ya no dispone de las fortalezas de sólo unos años atrás, pero tampoco la debilidad estructural de décadas previas. La deuda externa fue una mochila con que nació la democracia y que sin duda empeoró la convertibilidad. Recién en estos últimos años pasó a ser un bolso de mano. El desendeudamiento ya es una realidad y transformó lo que antes era una debilidad, en una fortaleza.
(*) Economista en jefe de Econométrica.