Crónica política

¿No hay oposición?

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Cristina, Alfonsin,Pinedo y Binner. por Lucas Cejas.

Rogelio Alaniz

“Para que el mal se imponga sólo se necesita que los buenos no hagan nada”. E. Burke

“No hay oposición”. El enunciado es tajante y clausura cualquier tipo de debate. La afirmación pretende tener el tono de una verdad concreta aunque, como diría un señor llamado Hegel, esa verdad concreta responde a múltiples determinaciones. Para los oficialistas, lo dicho no hace más que confirmar sus propias certezas. Según este punto de vista, no hay oposición porque el gobierno hace las cosas tan bien que nadie está en condiciones de superarlo. Otra variante del mismo razonamiento sería: no hay oposición porque los llamados opositores son incompetentes.

Los opositores admiten con resignación la imputación. Y para los independientes, la afirmación se impone casi como una verdad de sentido común. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿Es así? Más o menos. Es así, siempre y cuando advirtamos lo siguiente: la oposición a la que nos referimos -y que estaría ausente- es la oposición expresada a través de los partidos políticos. Creo haberlo escrito alguna vez. En una sociedad de masas, pluralista, moderna y acuciada por diversas tensiones, la oposición al gobierno se manifiesta a través del molde democrático clásico de los partidos políticos, pero cuando estos no existen o están muy debilitados, las tensiones se canalizan por distintas vertientes: los sindicatos, las corporaciones económicas, las más diversas manifestaciones de la sociedad civil e, incluso, desde el interior del poder gobernante.

Primera conclusión: oposición hay, lo que tal vez no haya sean manifestaciones políticas partidarias. Hecha esta aclaración, la pregunta a hacerse a continuación es más o menos así; ¿Por qué no hay oposición política? ¿por qué en países vecinos esa oposición existe y en la Argentina parece estar ausente? Asimismo, lo que vale para otros países, vale también para muchos de los sistemas políticos provinciales, donde oposición y oficialismo se alternan. Es lo que sucede, sin ir más lejos, en Santa Fe y Córdoba, donde a nadie se le ocurriría decir que la oposición no existe. ¿Qué pasa, entonces, en el orden nacional para que el sistema de partidos no funcione?

La respuesta acerca de la inutilidad o incompetencia de los políticos opositores no me satisface del todo. ¿Acaso Frei en Chile o Sanguinetti en Uruguay son más inteligentes o más lúcidos que, por ejemplo, Ernesto Sanz o Hermes Binner? No creo que nadie pueda suscribir semejante posición. No es, por lo tanto, en las diferencias personales o en el cociente intelectual, donde hay que buscar una respuesta razonable a la afirmación “No hay oposición”. .

¿Dónde entonces? Si descartamos el ninguneo acerca de las presuntas incapacidades personales, ninguneo gracias al cual en la Cámara de Senadores un “animal” como Aníbal Fernández sería más sutil y efectivo que Rubérn Giustiniani y un personaje primitivo como Mariotto sería más virtuoso y eficaz que, por ejemplo, Federico Pinedo, debemos admitir que la respuesta hay que buscarla en la historia y en la singular naturaleza de nuestro sistema político.

Para poner las cosas en su lugar, digamos que la crisis de los partidos políticos incluye también al Justicialista. Preguntémonos a continuación por qué, por ejemplo, el peronismo está en el poder, pero el Partido Justicialista es esa cáscara vacía a la que se refirió Moyano. La respuesta admite matices, pero en lo fundamental es la siguiente: el peronismo no necesita del partido ni de los partidos para gobernar, porque su soporte real de poder es el Estado.

El peronismo como entidad histórica brinda ideas, símbolos y tradiciones funcionales a este esquema. Recordemos que Perón nunca concibió al peronismo como un partido, sino como un movimiento, un movimiento que encarna a la nación, la nación-estado para ser más preciso. Desde 1945 a la fecha, ha corrido mucha agua por debajo de los puentes, pero esta concepción del poder se mantuvo casi intacta. Valerse del Estado para concentrar poder es una consigna de los Kirchner, pero también lo fue de Menem y esta muy internalizada en la cultura política criolla.

La colonización del Estado por parte del peronismo suele no dejar lugar para instituciones y partidos opositores. Aclaremos esta afirmación. El peronismo, como hecho histórico y cultura política, nunca terminó de creer en las instituciones republicanas ni los partidos, calificados despectivamente como “partidocracia liberal”.

Se diga lo que se diga, el deseo imaginario del peronismo sigue siendo la comunidad organizada, un equilibrio de poder corporativo con un poder concentrado en el vértice ejercido por el líder o el caudillo. La interpretación de ese esquema admite lecturas de derecha y de izquierda, pero el punto en donde unos y otros coinciden es en la concepción del poder y el rechazo al liberalismo político y el orden republicano.

Para el peronismo, el líder siempre será más importante que el Parlamento y el poder concentrado en una exclusiva voluntad más deseable que la división de poderes. En esta interpretación puede haber matices o cálculos oportunistas, pero no bien la relación de fuerzas los favorece, el añejo y desabrido reflejo autoritario y corporativo renace en plenitud.

En efecto, los rigores de la política, los cambios de los tiempos, han obligado a los peronistas a admitir algunos valores republicanos, pero convengamos que más allá de las anécdotas personales, nunca creyeron demasiado en ellas y cada vez que pudieron avasallarlas o vaciarlas de contenido lo hicieron. Historiadores competentes como Joseph Page o Loris Zanatta, advierten acerca de una peligrosa naturaleza totalitaria latente en el peronismo.

¿Y que tiene que ver lo que digo con la debilidad de la oposición? Creo que mucho. Si las instituciones republicanas no funcionan o funcionan mal, si el Parlamento es una escribanía del poder, a nadie le debe llamar la atención que los partidos declinen. Dicho a modo de síntesis: instituciones débiles se corresponden con partidos débiles. Uno de los ámbitos privilegiados para el despliegue de la política partidaria y la constitución de nuevos liderazgos es el Parlamento, pero si éste está bloqueado o si el Ejecutivo se ha apropiado de sus funciones, los partidos tienen poco y nada que hacer. Los partidos, en este sentido, son entidades con límites precisos. No pueden convocar a una huelga general o hacer piquetes en las rutas como lo hacen los sindicatos u otras organizaciones de la sociedad civil. Por lo tanto, no son las incompetencias de sus dirigentes lo que en lo fundamental explica sus debilidades, sino a la inversa, estas incompetencias son la manifestación de una estrategia deliberada del poder.

Se dice que no hay democracia sin alternancia. Es verdad. La alternancia es lo opuesto al poder absoluto, al poder del líder, el jefe o el caudillo. La alternancia implica hacerse cargo de que no hay personajes providenciales, que el oficio de gobernar puede ser ejercido por cualquier ciudadano.

Está claro que quien tiene una concepción mesiánica del poder, está muy interesado en quedarse allí hasta el fin de los tiempos. Para ese tipo de gobernantes, entregarle los atributos del poder a un opositor es algo así como una pesadilla. ¿Alguien imagina a la señora cumpliendo este rol republicano? ¿alguien la imagina como Cardoso, Bachelet o Zapatero, entregando el poder? No seamos pesimistas. Tal vez en algún momento lo deba hacer, pero ése será el día más negro de su vida.

En la Argentina alguna vez se creyó que estas pretensiones cesaristas podían realizarse en provincias pobres, donde el caudillo manipulaba a una masa ignorante y hambreada. La pregunta a hacerse ahora es por qué en las últimas dos décadas los argentinos fuimos gobernados por caudillos provenientes de provincias como La Rioja y Santa Cruz, donde el autoritarismo, la concentración del poder y el clientelismo estaban a la orden del día? ¿por qué un país que socialmente sigue siendo uno de lo más avanzados de América latina, elige a claques de poder cuyos estilos de gobierno van a contramano de las expectativas de un sector mayoritario de la población cuyas prácticas sociales están en sintonía con sociedades abiertas y pluralistas? Buena pregunta para dejarla con puntos suspensivos.

Penúltima conclusión. La oposición partidaria no existe o es muy débil porque desde el poder se trabaja sistemáticamente para que así sea. El oficialismo hace política desde el Estado y sus éxitos provienen del desborde de recursos económicos disponibles, pues como dijera Cornelius Castoriadis, “ya no se trata de conquistar el poder para introducir determinadas transformaciones, sino de imponer transformaciones que permitan mantenerse en el poder y reforzarlo”.