EDITORIAL
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Los maestros, ¿profesionales o trabajadores?
Los docentes, ¿son profesionales de la educación o trabajadores? Y no es un juego de palabras, trasciende la cuestión semántica y no admite una exclusiva respuesta. La sociología, la historia, la propia teoría política, intervienen en este debate empañado por las ideologías, los planteos populistas y las propias transformaciones de una sociedad.
Desde el punto de vista histórico, hay amplia coincidencia en admitir que hasta hace tres o cuatro décadas los docentes, y en particular los maestros primarios, se percibían como profesionales y representantes típicos de aquella mítica clase media argentina. Si bien las protestas laborales pueden rastrearse hacia fines del siglo XIX inclusive, es a partir de la década del 60 que se inician las huelgas y, con ellas, un sindicalismo que identifica al maestro con el trabajador y se impregna de las virtudes y los vicios del sindicalismo populista.
Hasta entonces, los maestros se percibían y eran percibidos como profesionales motivados por una singular vocación que, en más de un caso, se confundía con algo así como un “apostolado”, caracterización propia de otros tiempos, que hoy ha perdido vigencia.
La sindicalización docente no fue producto de la casualidad o de las maniobras ambiciosas de un puñado de dirigentes audaces. Ni siquiera es consecuencia directa del deterioro de los ingresos, ya que éstos tradicionalmente nunca fueron buenos. Sin subestimar todos estos motivos, hoy sería interesante indagar sobre los procesos de crisis de identidad abiertos en el interior de las clases medias, las ideas dominantes en los años sesenta y las modificaciones del núcleo familiar.
La tradicional “maestra” era entonces una típica hija de la clase media cuyo sueldo no era decisivo para sostener al núcleo familiar ya que de eso se encargaba el marido. Había otras situaciones, pero ésta era la típica: una clase de mujer modelada en condiciones sociales y culturales que ya no existen y una maestra acorde con ese universo.
La proletarización de las clases medias afectas a la actividad docente, con el tiempo rompería ese molde. Y mientras las hijas de la clase media alta optaban por carreras universitarias, la carrera docente quedó como una opción para la clase media baja.
En ese contexto, los maestros dejaron de ser “colegas” para transformarse en “compañeros” y trocaron su condición de profesionales por la de trabajadores, condición reivindicada con orgullo por ideologías igualitarias que no logran explicar la coincidencia entre la defensa de ese status laboral, la pérdida de su poder adquisitivo y el deterioro del sistema educativo en general.
Por cierto que sería exagerado afirmar que la decadencia de la actividad docente proviene de la pérdida de su profesionalidad, pero sería interesante preguntarse hasta dónde ese deliberado énfasis ideológico por reconocerse como trabajadores no contribuye en cierta medida a su degradación, en tanto se deteriora la autoestima personal y laboral.