EDITORIAL
EDITORIAL
La UBA y los derechos humanos
La Universidad de Buenos Aires (UBA), a través de sus máximas autoridades resolvió por amplia mayoría que los militares condenados por delitos de lesa humanidad no pueden estudiar en las facultades de esa casa de estudios. Lo asombroso es que esa medida se corona con la declaración de que todo se hace en nombre de los derechos humanos.
Lo sucedido no deja de ser irónico y si se quiere grotesco.
En nombre de los derechos humanos, una casa de altos estudios decide desconocer los derechos humanos de los presos. Si alguien creía que el ánimo de venganza no está presente a la hora de juzgar a los responsables de la represión ilegal, este episodio lo desmiente. Sólo el resentimiento y el fanatismo ideológico pueden avalar una decisión que, en homenaje al cinismo, es confirmada por una universidad que, de paso, invoca los valores más nobles de la humanidad.
De seguirse el camino de desconocer los derechos de los condenados, se podrían avalar la tortura, los apremios ilegales en general y, por qué no, la pena de muerte. Si se parte del principio de que el “horror” de los crímenes cometidos por los militares los despoja de sus derechos humanos, en adelante todo está permitido porque su humanidad ya ha sido negada y, en este caso, negada oficialmente por una institución estatal comprometida con el conocimiento, al punto que lo imparte en las cárceles.
Al respecto, conviene recordar que ese fue el argumento de los inquisidores y torturadores de todos los tiempos. Para quienes así opinan, el criminal no es una persona y, por lo tanto, todo lo que se haga en su contra está permitido y justificado, ya que sus delitos lo han segregado de la condición humana. Fue necesario que corriera mucha sangre, que la humanidad padeciera las seculares arbitrariedades y tormentos del poder, para que empezara a pensarse en un cambio.
Fue así como se arribó a la conclusión de que ningún delito borra la humanidad de una persona. Las leyes pueden castigarla con las penas más severas y prolongadas, pero no le niegan su calidad de persona. No deja por eso de ser titular de derechos fundamentales, sin los cuales su condición de persona desaparecería. Los torturadores y jefes militares que se ensañaron con sus víctimas aplicándoles tormentos brutales, están hoy en la cárcel. Merecen estarlo, porque lo que han hecho es horroroso, pero en ningún momento esos presos dejan de ser personas, un atributo que parecería que los funcionarios de la UBA han olvidado.
Se podrá insistir con el argumento de que los crímenes de los militares fueron particularmente repugnantes. Es una opinión. Pero si se admite que todo crimen es repugnante y que por esa violación de la humanidad de la víctima su autor debe ser castigado, no es difícil concluir que el castigo sólo llega hasta la privación de la libertad. Una extensa bibliografía especializada respalda esta visión del problema. Si se traspone ese límite, se ingresa en el reino de la barbarie, paso que parecieran haber dado los consejeros de la UBA.