Tribuna ciudadana
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Parlamentarismos versus totalitarismos y autoritarismos
Gabriel. R. Otazo (*)
La palabra parlamento proviene del latín parlar, es decir que la palabra, el hablar, el comunicarse es la idea central que aparece como dando basamento al término. En este sentido, existe una necesidad de participación social del hombre, un deseo que brota de su propia naturaleza y que lo lleva a querer intervenir en el desarrollo de los acontecimientos que se suceden y que regulan la sociedad en la que vive. Pero también juega un papel predominante la “voluntad del diálogo”. De modo que, parlamentarios es el nombre que reciben los miembros del Parlamento pero también son llamados así los representantes de las partes que, interrumpiendo acciones bélicas, eligen el camino de la paz y deciden negociar.
De esta manera, si partimos de dichos antecedentes, el término parlamento abarca una extensa gama de instituciones, asambleas, grupos deliberativos que se caracterizan por el diálogo y la discusión, es decir por su relativa representatividad, el asesoramiento al encargado de las funciones ejecutivas del poder y, al mismo tiempo, el poner un límite a las atribuciones de éste.
Por el contrario, los regímenes autoritarios y totalitarios ignoran la opinión popular y la reprimen. Y en consecuencia, una de las primeras medidas que adoptan es la supresión o desvirtuación del parlamento, que es la institución que mejor refleja la participación del pueblo y la pluralidad de opiniones que lo componen. Sin control parlamentario, se facilita la tarea de las dictaduras.
Siguiendo este razonamiento, en los regímenes de partido único no se pone en práctica el principio de la representatividad. En ellos la existencia de parlamentos es una pura formalidad, ya que son las secretarías y las burocracias partidarias las que determinan la elección. En ese contexto, la discrepancia es reprimida fuertemente en distintos grados, como la pérdida del empleo, el encierro en hospitales psiquiátricos o campos de trabajo forzado. Tales son los ejemplos de regímenes como el nazismo alemán o el comunismo soviético.
La existencia de división de poderes en el gobierno de un país, como así también la presencia vital de la institución parlamentaria, no asegura por sí sola la ausencia de transgresiones a la ley, a la ética o al bien común. Pero en cierto sentido, es indudable que tales peligros se multiplican cuando el parlamento es abolido brutalmente.
Por otro lado, la existencia de una caja de resonancia en la que se manifiesta la representación del pueblo convierte en más difícil la maniobra ilegal, la conspiración contra los intereses nacionales, el descontrol fuertemente represivo. La idea de que el pueblo habla y el parlamento calla es una connotación negativa para la construcción de una democracia participativa en el siglo XXI, sin embargo durante estos tiempos es esencial estar alerta ante cualquier avatar que socave la combinación pueblo-parlamento.
(*) Estudiante avanzado de la carrera de Ciencia Política UNL
La idea de que el pueblo habla y el parlamento calla es negativa para la construcción de una democracia participativa en el siglo XXI. sin embargo durante estos tiempos es esencial estar alerta.