Cuando las ideas se confunden con amenazas

Cuando las ideas se confunden con amenazas

Prohibiciones y hasta quema de libros fueron estrategias que, a lo largo de la historia, pretendieron frenar la libre circulación de ideas. En Estados Unidos se dedica una semana a reflexionar sobre este tema. Aquí, un repaso de la más absurda censura y el recuerdo de experiencias recientes y cercanas.

TEXTO. MARIA VITTORI. FOTOS. EL LITORAL

 

Todos los años, en Estados Unidos, se realiza un homenaje literario muy particular: la Semana de los Libros Prohibidos. Allí, escuelas, librerías, bibliotecas y amantes de los libros en general, celebran la libertad de leer y rinden tributo a obras que por cualquier razón -política, ideológica, religiosa, racista o puritana- fueron censuradas, eliminadas o consideradas controversiales a lo largo de la historia.

Así es que enn tan sólo siete días, se recuerdan todos aquellos libros que a lo largo de la historia han representado un peligro para quienes no creen en la libertad del saber o simplemente en el derecho que todos tenemos a acceder a cualquier tipo de contenido literario. Y se rinde homenaje a aquellas palabras que alguna vez no lograron llegar a todos sus destinatarios por igual.

Lamentablemente, este tipo de censura no es aislada. De hecho, fue tan común en la historia de la humanidad, que con los años logró tener una definición propia. Y hoy se habla de “biblioclasmo” o “biblioclastia” para hacer referencia a aquel odio o temor desmedido hacia el libro, no como objeto, sino como contenido. De esta manera el biblioclasmo supone la animadversión que empuja a intentar destruir al libro por cualquier medio posible.

La biblioclastia tiene tantas formas como excusas para llevarse a cabo. Y a lo largo de los años se ha presentado de varias maneras: desde la mala publicidad hacia un libro hasta la destrucción masiva de obras literarias.

CÓMO SE CONSTRUYE EL MIEDO

El hecho de ver al conocimiento como una amenaza es tan antiguo como el mismísimo deseo del hombre por saber. Y no han sido pocos los que han creído ver fantasmas entre caracteres.

El primer caso del cual se tiene registro es el incendio de la Biblioteca de Alejandría, que en el año 48 a.C. sufrió su primer embate, posiblemente, en manos del emperador romano Julio César.

De la misma manera, existen registros de que también hace más de dos mil años, los romanos hicieron desaparecer las obras de Cremuzio Cordo, un escritor que se atrevió a añorar en sus textos las costumbres del pasado y a criticar al emperador de turno, Tiberio.

Pero sería en la Edad Media, cuando la biblioteca se convertiría en una verdadera amenaza para un poderoso verdugo que por entonces regulaba todos los aspectos de la vida social: la Iglesia Católica.

La creación de la imprenta fue vista con horror por una institución acostumbrada, en aquella época, a controlar la difusión de libros gracias a la industria del copiado, prácticamente monopolizado en los monasterios.

Otro de los casos más relevantes de censura fue durante 1757, cuando se publicó en París un decreto que condenaba a muerte a todos aquellos editores, impresores y autores que editaran libros sin la autorización gubernamental correspondiente.

Pero, felizmente, todas estas medidas no hicieron más que aumentar la curiosidad y las ansias de conocimiento entre los lectores.

UN CATÁLOGO DE LA CENSURA

Algunos casos realmente asombran por lo insensato de sus fundamentos.

Por ejemplo, “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift, fue denunciado por un lector de la época por considerar que se ponía en juego erróneamente el valor de verdad de la ficción.

“Las aventuras de Sherlock Holmes” de sir Arthur Conan Doyle, fueron condenadas a causa de sus referencias al ocultismo y el espiritismo, en 1929 en la entonces URSS.

“Sin novedad en el frente”, de Erich Maria Remarque, fue prohibida durante 1933 en Alemania y en Italia por contener “propaganda antibélica”, y en Boston por “obscenidad”.

“Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll, fue censurada en China, por considerar que “los animales no podrían usar lenguaje humano, y que es desastroso poner animales y seres humanos al mismo nivel”.

“Por quién doblan las campanas”, una de las obras más hermosas de Hemingway, fue prohibida en Turquía por “difundir propaganda desfavorable al Estado”.

Otras de las obras que sufrieron el castigo censor fueron “El Gran Gatsby”, de F Scott Fitzgerald; “El guardián entre el centeno”, de JD Salinger; el “Ulises”, de James Joyce; y “1984”, de George Orwell.

Y por su parte, “Un mundo feliz”, el clásico de Aldous Huxley, también corrió la misma suerte. Paradójicamente, esta obra describe un mundo futuro donde, entre otras cosas, se condiciona psicológicamente a los niños para que aborrezcan los libros y la lectura, puesto que no son productivos y hacen pensar a los individuos-obreros.

QUEMA DE LIBROS

La quema de libros es quizás la expresión más brutal y palmaria de la censura, generalmente promovida por gobiernos o autoridades religiosas, y tiene mucho que ver con una expresión pública de fanatismo desmedido.

El ejemplo más conocido fue el de la quema de libros durante la Alemania de Hitler el 10 de mayo de 1933. Se calcula que esa noche y sólo en Berlín, los nazis quemaron unas 20.000 publicaciones de filósofos, científicos, poetas y escritores que integraban “listas negras” de pensadores considerados como “peligrosos” para el régimen. Muchos de ellos fueron asesinados, arrestados o enviados al exilio. Pero este caso no fue el único.

Heródoto cuenta que cuando Cambises invadió Egipto en 525 a. C., arrasó los templos y quemó todo resto de cultura del país, quedándose sólo con el oro, pues éste “no ofendía su memoria”. Y la Biblioteca de Constantinopla, que llegó a tener más de 100 mil rollos en la época de Teodosio, fue también arrasada por León III el Isáurico.

Entre los casos documentados también puede enumerarse la quema de libros y el asesinato de académicos en el año 212 a.C. en China. La persecución llegó a tal extremo, que muchos de estos intelectuales terminaron siendo enterrados vivos.

La biblioteca de la residencia de los papas, en Letrán, disponía de numerosos tomos de diversos autores clásicos a los cuales se quemó por orden de Gregorio I, también conocido como “el cónsul de Dios”, perdiéndose ejemplares de autores como Cicerón o Tito Livio bajo el argumento de que “los jóvenes prefieren esas lecturas al Nuevo Testamento”. A partir de este pontífice se consideró que la sola proximidad de un libro pagano podía “poner en peligro un alma piadosa”.

También es célebre la destrucción masiva de libros y obras artísticas considerados como inmorales, a fines del siglo XV en Florencia. La quema es conocida como la “Hoguera de las vanidades”, y fue promovida por Girolamo Savonarola.

Otro de los hechos conocidos fue el de la biblioteca de la Madraza de Granada, la primera Universidad de esta ciudad, que fue asaltada por las tropas del cardenal Cisneros, a finales de 1499. Sus libros fueron llevados a la plaza de Bib-Rambla donde se quemaron en una pública hoguera. El edificio de la Madraza, una vez clausurada la Universidad, fue donado por el rey Fernando al Municipio de la ciudad, en septiembre de 1500.

Entre los casos más recientes, la Biblioteca Nacional de Sarajevo fue quemada a fines de agosto de 1992. El incendio fue causado por la artillería del ejército serbio-bosnio. El edificio no tenía valor estratégico ni importancia militar, aunque sí constituía el gran símbolo de identidad de un pueblo. Poseía unos dos millones de libros, y miles de documentos y manuscritos de gran valor, conservados a lo largo de siglos tanto por musulmanes como por serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos.

“DICTANDO” EL PENSAR

En Latinoamérica, esta práctica también fue usual en los períodos de dictaduras militares, en donde en los gobiernos reinaba el temor de que “las personas piensen”.

Efectivamente, en Chile después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 los militares requisaron y quemaron miles de libros de política. Aunque, en febrero de 1987, desde el Ministerio del Interior chileno se admitió haber quemado “sólo” 15.000 copias de Las aventuras de Miguel Littín bajo órdenes del dictador Augusto Pinochet.

Asimismo, en nuestro país, el 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército a cargo del proceso de reorganización Nacional con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry y Galeano. El argumento que utilizó es aún más escalofriante que la misma quema. Menéndez sostuvo que lo hacía “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos”. Y agregó: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”.

En nuestra provincia de Santa Fe, un ejemplo del ataque sistemático al conocimiento por parte de la dictadura, fue el de la Biblioteca Vigil de Rosario.

HISTORIA DE UNA INFAMIA

“La Vigil” fue un ejemplo de lo que pueden lograr los sueños de un pequeño grupo humano.

Todo comenzó en el año 1953, en la vecinal del Barrio General San Martín y Villa Manuelita, cuando se comenzaron a recolectar de a poco libros entre los vecinos. Y lo que inicialmente fue un modo de hacer accesible la literatura a un barrio que por entonces carecía de dicha posibilidad, se terminó convirtiendo en una empresa de monumentales dimensiones.

A la biblioteca, que ya había crecido en su volumen, se le agregó un jardín de infantes, una escuela, talleres, un observatorio astronómico de última tecnología, un teatro y hasta un museo de Ciencias Naturales.

Pero el proyecto no se limitaría a lo cultural, sino que se extendería a atender los requerimientos sociales de toda la zona, con la construcción de predios deportivos, un balneario, una caja mutual y un barrio de más de cuatrocientas viviendas.

A mediados del los ‘60 se crearía la “Editorial Biblioteca Vigil”, que publicaría más de cien títulos con tirajes millonarios, destacándose las obras de los poetas regionales José Pedroni y Juan L. Ortiz.

Incluso en un momento se consideró la posibilidad de adquirir terrenos en la isla con el fin de fabricar el propio papel para la edición de libros.

Pero un proyecto social de semejante calibre fue visto como un riesgo por el entonces gobierno militar, que el 25 de febrero de 1977 decidió intervenir las instalaciones, detener a la comisión directiva, despedir a los empleados y desmembrar poco a poco este invaluable patrimonio cultural.

La biblioteca y la editorial fueron saqueadas impunemente. Y se produjo, según miembros de la Vigil, uno de los hechos más aberrantes de destrucción cultural: la quema de casi veinte toneladas de libros, la mayor que se produjera en el siglo XX, superando incluso las realizadas por el nazismo alemán.

* * *

Para muchos de nosotros, el libro es un objeto de adoración y fuente de innumerables placeres.Abrir un libro y sentir el aroma de la tinta, genera un regocijo que pocos comprenden. Simplemente con mirar nuestra biblioteca, alcanzamos paz luego de un día difícil. Sus historias nos enseñan, nos hacen llorar, reír, nos reflejan y con sus letras nos unen a millares de seres humanos de todos los tiempos.

Y lamentablemente, son demasiados los ejemplos que nos brinda nuestra historia sobre el poder del conocimiento, y los abusos que pueden cometerse en nombre del desprecio a la literatura y de pretender el monopolio absoluto sobre el pensar de otros seres humanos.

Muchas de estas obras nunca han podido recuperarse. Miles de páginas que han reflejado las memorias de la humanidad, han desaparecido en las fauces de las llamas o en manos de destructores despiadados que alguna vez consideraron que la gente no tenía derecho a acceder a otras formas de percibir y analizar la realidad.

Otras, por suerte, han sobrevivido a la brutalidad de la biblioclastia. Una de esas palabras que muchos desearíamos que no existiesen.

Hay quienes piensan que la semana de los libros prohibidos es una neta cuestión comercial. Una manera de beneficiar a las librerías con promociones que aumenten sus ventas.

En cualquier caso, nunca está de más recorrer nuestra biblioteca y agradecer por todas aquellas miles de hermosas historias que lograron sortear toda dificultad, y llegar sanas y salvas finalmente a nuestras manos.

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LA BIBLIOTECA DE SARAJEVO FUE QUEMADA A FINES DE AGOSTO DE 1992.

El hecho de ver al conocimiento como una amenaza es tan antiguo como el mismísimo deseo del hombre por saber. Y no han sido pocos los que han creído ver fantasmas entre caracteres.

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AUGUSTO DURI, ÚLTIMO PRESIDENTE DE LA BILIOTECA VIGIL, DE LA CIUDAD DE ROSARIO.

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Edificios emblemáticos para la difusión del saber fueron destruidos a lo largo de la historia.

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En todos los idiomas. Puesto de venta de libros musulmanes cerca de Damasco.