La violeta del Huerto
La Hna. María Crescencia Pérez fue conocida como “Sor Dulzura” por la entrega con que dedicó su vida a los enfermos. Hermana de las Hijas de María Santísima del Huerto, sus restos descansan, incorruptos, en la capilla del Colegio de la Ciudad de Pergamino. Será proclamada Beata el 17 de noviembre, en una ceremonia que se hará en esa ciudad.
TEXTOS Y FOTOS. GENTILEZA COLEGIO NTRA. SRA. DEL HUERTO.
En Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897 nació María Angélica Pérez, quinta hija de inmigrantes españoles. Al igual que sus once hermanos, fue criada en un ámbito de fe, rezos diarios del Rosario y visitas a misa cada domingo, sin importar lo lejos que estuvieran de la Iglesia.
La familia Pérez era muy laboriosa; trabajaban de sol a sol para mantenerse. María Angélica tuvo ese ejemplo en su vida, un ejemplo de sacrificio, de servicio a los demás. El trabajo para ayudar al otro y la fe fueron quizás las enseñanzas más grandes que esos padres inmigrantes dejaban a sus hijos.
Una enfermedad de Ema, su madre, hizo que la familia se trasladara en 1905 a Pergamino, en busca de un mejor clima que posibilite su recuperación. Durante este episodio, María Angélica y sus hermanos aprendieron rezos y oraciones que practicaron frecuentemente pidiendo por la pronta recuperación de su madre.
Un tiempo más tarde, en 1907, junto a una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto.
LAS GIANELLINAS
La Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto fue fundada en Italia por San Antonio María Gianelli en 1829. El nacimiento del Instituto respondía a una necesidad local de proveer buenas maestras para las niñas huérfanas del Hospicio de Chiávari. Bajo el impulso del Espíritu se iría extendiendo y las Hijas de María responderían con igual entrega, al servicio de todas las necesidades que iban surgiendo (como la asistencia en hospitales), sin otro límite que la imposibilidad o la inoportunidad. En un comienzo estuvo formada por doce Hermanas que servían en hospitales, orfanatos y escuelas.
Por su testimonio de caridad evangélica vigilante, las Hermanas Gianellinas (como también se las conoce) comenzaron a expandirse hacia el continente americano, haciendo su primer arribo en 1856 al puerto de la ciudad de Montevideo, en Uruguay.
La noticia del trabajo de las Hermanas del Huerto en el Uruguay no tardó en llegar a tierras argentinas. Dos años después, en 1858, llegaron directamente de Italia veinte religiosas que estuvieron a cargo de hospitales y centros educativos del país. En febrero de 1859 las Hijas de María desembarcaron en Buenos Aires para desplegar su caridad junto al lecho de los enfermos. Con el tiempo se hicieron cargo también de la animación de centros educativos, asistenciales y misionales en distintos puntos del país.
SU SEGUNDA FAMILIA
En este lugar María no sólo cursó la primaria, sino que además tomó clases de costura y bordado. Tan buena alumna resultó ser que obtuvo el diploma de Maestra de Labores con un sobresaliente. En el Hogar de Jesús, María se sentía como en su casa, y quería a las religiosas como a su familia.
Por este entonces la vocación de María Angélica estaba definida. Tal es así que abandonó el Hogar de Jesús para ingresar al noviciado. En ese momento dejó a sus dos familias: a sus padres y hermanos, y a las Hermanas del Hogar, para cumplir con su gran vocación a la ciudad de Buenos Aires. Así llegó a la Casa Provincial de las Hermanas del Huerto, en el barrio de Villa Devoto. Era el 31 de diciembre de 1915.
Durante el noviciado, María Angélica demostró una personalidad especial. Aportaba alegría, buena disposición, generosidad, también piedad religiosa y hábitos de orden, obediencia y sacrificios practicados en el hogar. De buen carácter y tono muy dulce, siempre estaba dispuesta a ayudar a todos. Su sentido de compromiso y responsabilidad por la tarea cumplida no pasaron desapercibidos para las Hermanas del Huerto, quienes confiaban a María Angélica varias tareas. Ayudaba en la atención y en el cuidado de las internas, en la enseñanza y en el catecismo de estas chicas.
Un año después, con la vestición del hábito religioso, en septiembre de 1916, María Angélica Pérez cambió su nombre, según costumbre de la época, por el de María Crescencia, en honor del santo mártir Crescencio, cuyas reliquias fueron colocadas en el altar mayor. La toma de hábitos se hizo por primera vez en la Casa Provincial recién inaugurada. Dejaba ese nombre de lado para ordenarse y ser simplemente la Hermana María Crescencia.
En el Noviciado encontró muchos motivos para ser feliz. En la cercanía de Dios, apartada en la soledad del convento; en la pobreza con que transcurrían sus días; en la oración, en la vida compartida. A pesar de las pruebas y tentaciones, su meta siguió siendo la misma: ser religiosa, Hija de María Santísima del Huerto; en salud o enfermedad que, en su camino, se perfilaba ya como una cruz. Pensaba que Dios merecía mucho más de todo lo que podía darle. No conoció el egoísmo, y comprendió pronto que la vida religiosa tiene sentido, solamente si es un culto a Dios en la Caridad.
En septiembre de 1918 la Hna. Crescencia hizo su Profesión Religiosa, que renovó por seis años hasta que, el 12 de enero de 1924 emitió su Profesión Perpetua.
Los dos años siguientes María Crescencia continuó cumpliendo labores en la Casa Provincial de las Hermanas del Huerto, hasta que en 1918 fue trasladada al Colegio Nuestra Señora del Huerto, en el centro de la ciudad.
En enero de 1919, atiende a los bomberos que custodiaban el colegio Nuestra Señora del Huerto en el centro de la ciudad de Buenos Aires, durante la conocida “Semana Trágica”: una semana de huelgas, manifestaciones y represiones que dejó un saldo de más de 700 muertos y 4.000 heridos. En esta oportunidad, y a pesar de ser muy joven, la Hermana Crescencia era la encargada de servir la comida a los bomberos quienes, dieron las gracias a las autoridades del colegio, por haber sido atendidos “por un ángel”.
Además, durante este período en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, la Hermana Crescencia dio clases a niñas pupilas y externas. Les enseñaba costura y las preparaba para su comunión, aunque si su presencia era necesaria para otras tareas las aceptaba con gusto.
LOS ENFERMOS: SU CAUSA
En el mes de diciembre de 1924, la Hna. María Crescencia se despidió de la ciudad de Buenos Aires para encaminarse a una nueva misión. El traslado la llevaría al Hospital Marítimo, en la ciudad de Mar del Plata. A partir de esta tarea su compromiso, su sentido del deber y del amor al prójimo la colocarían en otro lugar.
El Sanatorio Marítimo, también conocido como Hospital y Asilo Marítimo, era una institución marplatense que dependía de la Sociedad de Beneficencia de Capital Federal, y en la cual se trataban a cientos de niños afectados de tuberculosis ósea.
El hospital contaba con dos pabellones. En el pabellón San Luis estaban internados alrededor de treinta o cuarenta varones, mientras que el pabellón Santa Rosa de Lima albergaba a las niñas que padecían esta enfermedad.
En este último pabellón trabajaba la Hermana Crescencia. Era la encargada de atender a las niñas cuidándolas desde todo lugar; las ayudaba en el aseo y su higiene personal, era la responsable de su alimentación y de su educación. Además, les enseñaba a orar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Las niñas internadas, según registros de la época, amaban a la Hermana Crescencia ya que veían en ella a una persona responsable, que las cuidaba, las protegía y velaba por su bien.
Pero ahí no terminaba su labor. El Hospital Marítimo contaba con un anexo llamado Solarium donde los niños iban a tomar sol y a la playa cuando la enfermedad se los permitía. La Hna. María Crescencia era también responsable de acompañar a los pequeños a la playa, los vigilaba y jugaba con ellos, regalándoles así no sólo un buen momento tras largos sufrimientos, sino también mejorando la calidad de vida de estos pacientes tan pequeños.
También durante este período, y cuando podía hacerse algo de tiempo, la Hermana Crescencia daba clases de catequesis a los niños que vivían en barrios humildes próximos al hospital.
Esta etapa fue sumamente importante para ella porque fue durante estos tres años que pasó en el Hospital Marítimo cuando se dio cuenta de la gran ayuda que podía ser para el otro. Vivió, se comprometió y sufrió con la enfermedad de cada niño que cuidaba. Se involucró tanto que, mientras permanecía en este hospital, contrajo tuberculosis.
En un principio, su estado de salud no fue impedimento para que siguiera con su misión del cuidado de los más enfermos. Hasta que pudo siguió cumpliendo rigurosamente con sus tareas diarias.
En febrero de 1928 su salud comenzó a deteriorarse por lo que sus superiores decidieron, para cuidarla, trasladarla a otro lugar donde el clima la ayudara en su recuperación.
De Mar del Plata a Buenos Aires, y de ahí a Pergamino, su lugar de la infancia. Todos fueron los destinos previos para el gran viaje. María Crescencia cruzaría la Cordillera de los Andes en busca de un nuevo desafío en tierras chilenas.
DAR A PESAR DE TODO
A más de 600 kilómetros al norte de la ciudad de Santiago de Chile se encuentra la comunidad de Vallenar. Allí, luego de un viaje de varios días, arribó el 8 de marzo de 1928 la Hermana María Crescencia.
La comunidad de Vallenar había sufrido años atrás una fuerte epidemia, primero, y un terremoto tiempo después. A ese lugar llegó la Hermana Crescencia, a entregar su amor y a dar todo en pos de una comunidad tan necesitada.
Pese a su estado de salud, su trabajo continuó en el Hospital Nicolás Naranjo, que contaba nada más que con cincuenta camas pero en el que se realizaban más de quinientas internaciones al año. Su trabajo en Vallenar estaba dedicado también a los enfermos, aunque esta vez, por su enfermedad, no se le permitía estar en contacto con los pacientes, lo que no impidió que los ayudara y se comprometiera con ellos. María Crescencia era la responsable de la farmacia, de la cocina y de la dieta de cada paciente internado. Pero además, se ocupaba de la capilla del hospital, de la dirección del coro y de dar clases de catequesis. Testimonios de la época destacan la dulzura, el respeto, la sonrisa y la humildad con la que esta Hermana atendía los requerimientos de cada uno de los pacientes de Vallenar.
El clima en la región pareció hacerle bien, por lo menos los primeros dos años. La cantidad de tareas realizadas y el poco reposo provocaron que, en 1930, la Hermana Crescencia contrajera bronconeumonía y agravara así su estado de salud. Fue en Vallenar donde, unos meses después, fue diagnosticada con tuberculosis pulmonar.
En 1931, María Crescencia viajó a la localidad de Quillota, de la Congregación de las Hermanas del Huerto tenía una casa para realizar ejercicios espirituales. En esa oportunidad pensaron internarla en el hospital de Limache, pero no fue aceptada por temor al contagio. Por esto, la Hna. Crescencia debió regresar a Vallenar y fue finalmente internada en el Hospital de Freirina en diciembre de aquel año, bajo estrictas condiciones de aislamiento. Fueron quizás los tres meses más duros para la Hermana ya que permaneció en absoluta soledad, padeciendo su dolor y sufrimiento.
LA DESPEDIDA
Aunque en Vallenar estuvo aislada, el cariño y el amor con el que las Hermanas le retribuían todo lo que ella había dado en ese tiempo, la hacían sentir sana.
Tras meses de dolor y sufrimiento, la Hermana María Crescencia falleció un 20 de mayo de 1932, en Chile, a los 34 años de edad. Su legado de amor, compromiso y cuidado al otro se reflejó en los rostros tristes y conmovidos de cientos de personas que salieron a las calles a darle su último adiós a quien llamaban “La Santita” o “Sor Dulzura”.
Escritos de la época dicen que la Hermana Crescencia, en momentos antes de su muerte, tuvo en visión la visita de San Antonio María Gianelli, fundador de la congregación de las Hermanas del Huerto. Además, momentos antes de su partida, y desde el cuadro de la Virgen del Huerto, vio cómo María la bendecía y le entregaba al Niño Jesús. Las Hermanas que estaban en ese momento acompañando a María Crescencia, visiblemente emocionadas, veían cómo ella alzaba los brazos queriendo abrazar y recibir al Niño Jesús.
En su agonía pidió a las Hermanas que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen estaba colocada frente a la cama. Fue el mismo Señor quien le hizo sentir su presencia divina y misericordiosa y la impulsó a repetir las palabras que Él mismo le enseñó: “Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros”.
En sus últimas palabras, la Hna. Crescencia pidió bendición para ella y sus Hermanas. Y al final oró al Corazón de Jesús por Chile, pidiendo por la paz y la tranquilidad de esa nación.
Ese mismo día, en Quillota, la Comunidad de las Hermanas del Huerto olía distinto... Un intenso aroma a violetas perfumaba todos los ambientes. Era mayo, no era temporada de violetas. Las Hermanas, sorprendidas por tan intenso aroma, comprendieron que María Crescencia, esa Hermana tan especial, había muerto.
El cuerpo de la Hermana María Crescencia permaneció en Chile hasta 1986, cuando sus familiares decidieron repatriarlo a Pergamino. Actualmente sus restos descansan incorruptos en la capilla del Colegio Nuestra Señora del Huerto de la Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires.