La vuelta al mundo
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Cuando salí de Cuba
Un hombre muestra su pasaporte al salir de la oficina de Inmigración y Extranjería en La Habana. Ayer, 14 de enero, entró en vigencia el nuevo régimen legal que permitirá a los cubanos que quieran irse de su país o regresar a él hacerlo sin necesidad de un permiso de salida o una carta de invitación. Foto: EFE
Rogelio Alaniz
El 10 de octubre del año pasado, la dictadura cubana sancionó un decreto ley modificatorio de la ley de migración vigente desde 1976. Ayer, 14 de enero, este nuevo régimen legal entró en vigencia, motivo por el cual los cubanos que quieran irse de su país o regresar a él lo podrán hacer sin necesidad de un permiso de salida o una carta de invitación. La única exigencia será el pasaporte, un pasaporte vigente claro está. La tramitación del pasaporte cuesta alrededor de cien dólares, una pequeña fortuna para el cubano medio, que según las cifras oficiales gana alrededor de veinte dólares mensuales.
Sin embargo, no será el precio del pasaporte la principal dificultad para salir, ya que si bien en los papeles ése es el sueldo, en la vida real los cubanos se las ingenian para obtener dólares a través del mercado negro, la prostitución en cualquiera de sus más vulgares o sofisticadas variantes, los comedores clandestinos, los taxis truchos y cuantos recursos puedan adquirirse a través de la maravillosa inventiva humana. Inventiva estimulada en estos casos por una dictadura que prohibe todo, pero al mismo tiempo permite todo, es decir, consiente que la corrupción funcione, porque el régimen con su habitual cinismo ha admitido que si no lo hiciera la sociedad estallaría o se desintegraría, ya que el socialismo hace rato -casi sesenta años- que ha demostrado que no está en condiciones de producir con su legalidad los recursos necesarios para sus habitantes.
No, no es el precio del pasaporte el problema, el problema es la dictadura. El régimen podrá dictar la ley más benigna del mundo, pero siempre se reservará una carta que la hará jugar de manera discrecional y arbitraria cada vez que lo crea conveniente. Es verdad que no habrá más permiso de salida o carta de invitación, pero los Castro se han preocupado muy bien en advertir que el Estado pude denegar el pasaporte por razones de interés público o en defensa de la seguridad nacional.
Como se podrá advertir, la declaración es tan amplia que da lugar a que la dictadura haga lo que se le dé la gana, es decir, cumpla con su condición de dictadura, ejercer el poder sin otro límite que su propio interés o su propia voluntad. En definitiva, lo que han aligerado son los trámites burocráticos. Antes, la dictadura decía que no, sin necesidad de llegar a la instancia del pasaporte. Ahora a los que haya que decirles que no, se lo dirán por las mismas razones que antes y la aplicación será tan estricta como antes, pero eso sí, el trámite es posible que sea más veloz.
El problema, entonces, es la dictadura, no los artículos de una ley sancionada con la misma discrecionalidad con que han sancionado todas las leyes y han legitimado todas las atrocidades cometidas durante seis décadas. El régimen cubano, hecho a imagen y semejanza del soviético, sigue considerando que los habitantes de su territorio son cosas u objetos que pertenecen al Estado. La libertad de quedarse o irse, propia del cualquier régimen democrático, allí es inconcebible.
Las enseñanzas del siglo XX confirman que no hay un solo régimen comunista que no haya esclavizado a su población. En la URSS fueron los gulags, en Alemania levantaron murallas, en Camboya practicaron el genocidio, en Corea y China los alambrados de púa, en Cuba la vigilancia la cumplen los esbirros y los tiburones, porque ser una isla facilita algunos trámites, entre otros, el de otorgarle a los tiburones el rol de celosos vigías de la revolución socialista.
No deja de ser patético para una cultura fundada en la libertad, que el régimen les exija a los cubanos estar agradecidos porque ahora podrán ejercer un derecho que en las detestables sociedades burguesas se puede ejercer sin límites. No deja de ser patético que el régimen, cuya propaganda habla del paraíso socialista, deba impedirles a sus beneficiarios ejercer el derecho a renunciar a los evidentes beneficios del paraíso socialista.
Veamos otros detalles. La ley de migración en ningún momento considera que las “facilidades” abiertas son un derecho de sus habitantes. Nada de eso. En Cuba una persona puede irse o volver no porque se le ocurra, sino porque el Estado se lo permite. Las condiciones de la dictadura en ese sentido se mantienen intactas. En la isla no se mueve un papel sin que los Castro lo sepan y no se va nadie sin que los Castro lo autoricen. Cotidianas delicias de la dictadura del proletariado.
Por supuesto que los funcionarios del régimen pueden viajar a su gusto. También lo pueden hacer sus propagandistas. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Vicente Feliú, para mencionar los más conocidos, no tienen ningún impedimento para viajar cuantas veces se les dé la gana. Viajar y enriquecerse. La única y modesta condición a cumplir, ya se sabe, es hablar bien de la revolución y decir pestes de los contrarevolucionarios.
Berta Soler, la presidente de las Damas de Blanco, tomó la nueva legislación con la debida cautela y escepticismo. Lo primero que preguntó al enterarse de que había un cambio legislativo, es si la dejarían viajar a Estrasburgo, Francia, para recibir el premio Sajarov otorgado en el 2005 por el Parlamento Europeo. Veremos. Por lo pronto, la señora Soler se ha limitado a decir que, “siempre va a existir un filtro, El gobierno va a seleccionar quién puede o no salir del país”.
Algo parecido piensan la bloguera Yoani Sánchez y Marta Beatriz Roque. En todos los casos se trata de cubanas opositoras al régimen. Un rasgo las distingue a ellas de otros opositores o de muchos cubanos: no piensan irse de Cuba. Podrán salir -lo veremos- pero prometieron regresar. Yoani Sánchez es la que más insiste en ello. “Alguien tiene que estar al pie de la escalerilla del avión, decir adiós, sujetar el pañuelo y moverlo de un lado a otro. Alguien tiene que recibir las cartas, las postales de colores brillantes, las llamadas telefónicas de larga distancia. Alguien tiene que permanecer a cargo de la casa que una vez estuvo repleta de niños y parientes, regar las plantas que ellos dejaron y alimentar al viejo perro que les fue tan fiel. Alguien tiene que mantener los recuerdos familiares, el escaparate de caoba de la abuela, el ancho espejo con el azogue desprendido en las esquinas. Alguien tiene que preservar aquellos chistes que ya no dan risa, los negativos de fotografías que jamás se imprimieron. Alguien tiene que quedarse para quedarse”.
Yoani en su momento pudo exiliarse y efectivamente lo hizo, pero después decidió regresar a su tierra. ¿Motivos? Extrañaba. No a Fidel o a Raúl, sino a Cuba, a sus calles, sus atardeceres, sus playas, sus tradiciones, su música, su gente. Extrañaba a su patria y no estaba ni está dispuesta a dejársela a los Castro. Yoani siempre repite que pertenece a una generación marcada “por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración”.
En el exilio también los corazones están divididos. Muchos de los “gusanos” que viven muy bien en Miami no están dispuestos a dejar las comodidades conquistadas en Estados Unidos, pero no son pocos los desterrados que sueñan con regresar. Allí hay para todos los gustos. Reaccionarios del tiempo de la guerra fría, liberales, conservadores, anarquistas y troskistas, pero sobre todo, gente común, gente que se fue de Cuba espantada por la revolución y las privaciones, pero ahora quisieran regresar o, aunque más no sea, pasar una temporada en la isla.
Por otra parte, esos dos millones de cubanos que viven en México, Miami o España, envían periódicamente remesas de dinero para asistir a sus familiares. Por esas paradojas de la vida, los que por un camino o por otro fueron y son enemigos de la revolución, contribuyen con sus aportes a suavizar las duras condiciones impuestas por los Castro. No se trata de monedas sino de millones de dólares, al punto de que esas remesas son una de las principales fuentes de recursos que recibe la dictadura.
La nueva ley de migraciones debe concebirse, entonces, como una iniciativa de la dictadura que no altera su condición, pero si algo demuestra es que el régimen ha perdido iniciativa y la dictadura se exhibe ante el mundo no como una experiencia política redentora sino represiva y corrupta.
El régimen está cambiando a pesar suyo. El destino de Cuba dependerá una vez más de los cubanos, de todos los cubanos. Para ello es importante que quienes defiendan la libertad estén en Cuba para luchar por ella. Como dice Yoani Sánchez, “alguien tiene que quedarse para cerrar la puerta, apagar la luz y encenderla nuevamente. Muchos tienen que quedarse porque este país tiene que volver a nacer con ideas frescas, con gente joven y propuestas de futuro. Al menos la ilusión tiene que quedarse, la capacidad de regeneración debe permanecer aquí; el entusiasmo aferrarse a esta tierra. En este 2013, entre los muchos que se queden tiene que estar definitivamente la esperanza”.
El régimen cubano, sigue considerando que los habitantes de su territorio son cosas u objetos que pertenecen al Estado. La libertad de quedarse o irse, propia del cualquier régimen democrático, allí es inconcebible.