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Qué hay detrás de la violencia
Gabriela Casabianca - Psicopedagoga
Señores directores:
En estos tiempos en que la violencia ha llegado a escaladas que superan la imaginación de cualquier especialista, el hedonismo parece reinar como modelo de comportamiento.
Enrique Rojas lo define como el modelo de comportamiento “ligado al placer por encima de todo, cueste lo que cueste. Su código es la permisividad, la búsqueda ávida del placer y el refinamiento, sin ningún otro planteamiento. Entonces, Hedonismo y Permisividad, son los dos nuevos pilares sobre los que se apoyan las vidas de aquellos hombres que quieren evadirse de sí mismos y sumergirse en un caleidoscopio de sensaciones cada vez más sofisticadas y narcisistas, es decir, contemplar la vida como un goce ilimitado”.
Entonces lo que subyace detrás de comportamientos de este tipo, es la búsqueda de la aceptación social a cualquier precio.
Concebir la completud humana bajo estos parámetros, torna prácticamente imposible el lograr el ansiado objetivo, pues carecen de legitimidad. Se mezcla lo propio con lo ajeno, pasando a depender del criterio caprichoso de una sociedad exitista que oprime por más y más.
El resultado es el stress, los estados de insatisfacción cronificados y la ira, a menudo reflejados en la familia, la escuela, las calles y hasta en los estadios de fútbol.
Pero existe, otro tipo de violencia, aún más peligrosa. Es la violencia psicológica, que aparece en momentos de crisis y que al decir de la autora francesa Marie France Irigoyen, estaría presente en individuos con inclinaciones previas, y que en determinado momento de la vida, no pueden asumir la responsabilidad de una elección difícil.
Se trata de una violencia indirecta, que se ejerce esencialmente a través de la falta de respeto. Esta negativa a responsabilizarse de un fracaso, se encuentra en el origen de reacciones encubiertamente dañinas. Estas personas pueden tener relaciones aparentemente normales hasta el día en que deben elegir seguir como venían o cambiar de camino. No pueden cargar con esa responsabilidad, pues detrás de una imagen de apariencia sólida y firme, se esconde un ser inseguro y atormentado. Aparece aquí la sensación de desprecio por la situación, por sí mismo, y por el entorno. Manipular al otro es la consecuencia directa de su necesidad de proyectar en el otro lo que uno no puede cargar.
Con una sociedad decadente, en donde todo invita al descompromiso, vamos construyendo una incapacidad para el “auténtico amor”, para la entrega al otro en busca de su felicidad, posponiendo a veces lo personal en pos del otro. “Dar hasta que duela”, decía la Madre Teresa de Calcuta. Tal vez, este sea uno de los mayores desafíos de la vida de hoy.
Esta vida que es trayecto, cambio y evolución. Entonces, creer que es posible avanzar desoyendo estos mandatos, no hacen más que complicar las cosas.
Se hará necesario abandonar los mecanismos defensivos de justificar las actitudes que poco tienen que ver con la conciencia “del vivir con otros”.
Tal vez sea válido esto de “morir para nacer de nuevo” a una vida superadora. “Bajar los decibeles”, “calentar los motores del alma”, porque hay tibieza, omisión, mentiras y traiciones; apartarse de los diagnósticos precarios de sutiles sabihondos que sólo agregan más confusión.
El silencio es la virtud de los sabios. La reflexión la obligación de aquel que pretende crecer, madurar y ser persona. La acción como respuesta inevitable para resultar creíble a uno mismo y al resto.