“Pensé que iba a haber fiesta”
“Pensé que iba a haber fiesta”
Los sentimientos a prueba
Elena Anaya , la hermosa actriz de “La piel que habito”, de Pedro Almodóvar es la protagonista central de esta comedia dramática (junto a los argentinos Valeria Bertucelli y Fernán Mirás) que aborda con inusual espontaneidad posibles situaciones sentimentales donde no todo está dicho. Foto: Archivo El Litoral
Rosa Gronda
“Pensé que iba a haber fiesta” ya indica desde su título que las cosas y los sentimientos no son tan previsibles como parecen y su premisa central, que bucea entre los límites de la amistad y el deseo, expone la fragilidad de algunos lazos convencionales que se consideran sólidos y establecidos pero donde el azar desencadena algo no previsto.
La historia sucede al comienzo del verano, entre Navidad y Año Nuevo, cuando una amiga (Valeria Bertuccelli) llama a otra (Elena Anaya) para que cuide por unos días de su casa y su hija adolescente, mientras ella sale a consolidar su nueva pareja en un breve viaje de segunda luna de miel. Le deja a su bella amiga todas las instrucciones sobre el manejo de la casa y cómo actuar cuando su ex marido pase a buscar a la hija, previniéndola que éste es tan irresponsable al punto de que si dice pasará a buscarla a las 10, hay que calcular que efectivamente puede llegar alrededor de las 16.
Pero toda esa realidad que el personaje de Bertuccelli cree tener bajo control (como la confortable casa, el jardín, la pileta y su funcionamiento) también transcurre impulsada por factores más profundos que lo que está al alcance de la mano y de la vista. Entonces las cosas no funcionan, el filtro de la pileta se tapa, aparece un jardinero en lugar de otro y el ex marido llega puntual a buscar a su hija.
También como las personas son tan poco previsibles que los objetos, surge una inesperada atracción entre la hermosa amiga (Anaya) a cargo de la casa de la otra (Bertuccelli) y el ex marido de la tercera ausente. El conflicto principal de la película es éste y sobre ese sentimiento gira la cinta. De un argumento simple obtenemos una película fresca, sutil y mucho menos liviana de lo que parece.
Con sello propio
La directora y guionista Victoria Galardi va entretejiendo la trama, con algunos disparadores y desprendimientos que no aportan demasiado al centro de la cuestión pero aportan un humor especial como el personaje del jardinero (Esteban Lamothe, el de “El estudiante”) y de un pariente anodino que parece estar atrapado en una adición destructiva sin que su pareja ni su hermano puedan ayudarlo efectivamente.
La película no se propone ahondar en el costado dramático sino que se limita a mostrar a veces con una sonrisa cómo estos personajes manejan su vida como pueden. Los personajes secundarios aportan una cuota de humor y simpatía para encuadrar la historia que se cuenta con una enorme naturalidad y escapa al ritmo de lo que sería un filme más comercial: introduce tiempos reales y fundidos abruptos para los cortes.
La cineasta maneja con seguridad un espacio donde, con inteligencia bienhumorada, afloran las aristas del mundo femenino en el que la amistad, el miedo y la culpa se enlazan con las posturas éticas. Por eso mismo, es una película que invita a la polémica después de verla.
Con profesionalismo desde lo técnico, la historia crece y sobresale llegando al final, logrando buenos climas, con planos acordes y un montaje bastante expuesto.
No es habitual encontrarse con una autora que domine con naturalidad la puesta en escena, los diálogos y la dirección de actores. Se advierte una permanente intención de que Galardi busca escapar a las fórmulas y convenciones de la comedia comercial en las resoluciones de las situaciones y que evita una edición invisible, lo que le quita cierta fluidez narrativa sin impedir que sea un film atractivo en su propuesta, con un sello inconfundible de película de autor.
buena
Pensé que iba a haber fiesta