De la mano de Muriel Spark
Muriel Spark. Foto: Archivo El Litoral
Por Julio Anselmi
“Robinson”, de Muriel Spark. Traducción de Ernesto Montequin. La Bestia Equilátera. Buenos Aires, 2013.
El arte de Muriel Spark despliega una combinación feliz de la narración clásica y de los recursos que fue decantando la mejor literatura de ruptura del siglo pasado. No debe ser una misión fácil, si consideramos que tanto el mercado como los mecanismos del prestigio académico literario de las últimas décadas han preferido privilegiar una de esas dos autopistas: o la narración convencional y sin sutilezas de los best-sellers (de los best-sellers producidos y lanzados para ingresar en ese rubro, se entiende, no los grandes libros o autores que el favor del público -que no siempre es tonto- suele elevar a esa categoría a través del tiempo), o la repetición de los no menos convencionales desplantes de egocentría estilística, la que elige estampar una firma en cada renglón escrito, lejos de los vanguardistas que arremetieron en algún momento contra lo instituido en el afán por una mayor repercusión de sus ansias de correspondencia con el lector.
Y esa feliz conjunción podría sintetizarse en dos características de esta autora nacida en Edimburgo, en 1918, y fallecida en Florencia, en 2006: la capacidad de apasionar al lector con las tramas más disparatadas y la de construir una voz narradora que hilvana con precisión matemática (aunque a menudo no menos disparatada) los personajes y sucesos de esa trama, como sucede en las extraordinarias novelas La intromisión y Muy lejos de Kensington.
En Robinson la narradora, January Marlow, cuenta del accidente aéreo que la despeña, junto a otros dos supérstites, en una pequeña isla en medio del océano, la isla en la que sólo habitan su dueño, el excéntrico Robinson, y un chico. La relación entre estas cinco personas durante los tres meses en que se ven obligados a convivir, en este ambiente a la vez abierto y claustrofóbico, incluye una amplia gama de conflictos psicológicos, los acostumbrados entreveros religiosos que suele poner en acto Spark (que aquí juegan con los avatares de la superstición) y hasta la irrupción de un enigma policíaco.
Los personajes (como todos los de Spark) alcanzan la dimensión de ser muy especiales , precisamente porque su mirada es penetrante, aunque como sus narradoras suelen comprobar, muy a menudo escandalizan no tanto por su visión moral cuanto por la estética. En un momento de sus reflexiones, la January de esta Robinson, lo explica con una sentencia memorable: “No se trataba solamente de que ese hecho ofendiera algún instinto de economía y de producción. Había algo más; ofendía mi sentido estético. Si uno elige una vida que no sigue un patrón convencional, está obligado a hacer de ella un arte; de lo contrario, se convierte en un desastre”.