Preludio de tango
Preludio de tango
Jorge Valdez: “Adiós Chantecler”
Manuel Adet
Yo era muy pibe cuando lo escuché cantar por primera vez el tango de Enrique Cadícamo “Adiós Chantecler”, un cálido homenaje a uno de los cabaret más famosos de Buenos Aires, fundado en 1924 y que funcionó en calle Paraná al 440, entre avenida Corrientes y Lavalle. El poema de Cadícamo escrito en los sesenta es una evocación nostálgica al cabaret en el que la bellísima Giovanna Ritana se asomaba siempre “cubierta de alhajas bebiendo champagne”, mientras lucía sus encantos de bon vivant Ángel Sánchez Carreño, el mítico “Príncipe Cubano”, el mismo que, según la letra, se lo ve muy triste “pasar silencioso frente al Chantecler”.
No sé por qué motivo, la imaginación de los adolescentes suele ser misteriosa, siempre identifiqué con Valdez al milonguero que al “pasar de noche mirando tus ruinas”, se siente poeta al ver al Chantecler demolido “por la fría piqueta”. Muchos estiman que “Adiós Chantecler” fue la mejor interpretación de Jorge Valdez, el nombre artístico impuesto por Juan D’Arienzo a Leo Mario Vitale, el joven veinteañero que llegó a la orquesta del Rey del Compás de la mano del bandoneonista Carlos Lazzari que lo descubre cantando en el Cine Aconcagua de Villa Devoto.
De todos modos, muchos consideran que el tema emblemático de Valdez fue “Chirusa”, el tango escrito por Nolo López y que Juan D’Arienzo grabó en tres ocasiones: en 1928, con un estribillista llamado Carlos Dante; en 1940, con Alberto Reynal, y en 1958, con Jorge Valdez. La que sobrevive, por supuesto, es la grabación de Valdez, que transforma a “Chirusa” en el arquetipo de la pobre chica, con pocas luces y talento, invariablemente engañada por el galán de turno.
Jorge Valdez nació en Buenos Aires, en barrio Urquiza, el 27 de enero de 1932. Desde muy pibe se interesó por la música y sus primeros lucimientos en la radio no fueron como cantor sino como pianista, Sin embargo, a principios de los años cincuenta, el muchacho ya sabe que su destino será el canto. Es afinado, tiene muy buen gusto y empieza a ensayar en esos años lo que luego serán sus célebres “fiattos falseteados”, un recurso que transformará en una marca registrada.
Ingresa a la orquesta de Juan D’Arienzo en 1957 con Mario Bustos y en reemplazo de Alberto Echagüe y Armando Laborde. En mayo de ese año, graba algunos de sus éxitos, como son “Andate por Dios”, “La calesita” y el bolero “Reloj”. Valdez va a estar casi ocho años con D’Arienzo. En ese período, grabará alrededor de ciento veinte temas, entre los que merecen destacarse algunos tangos que hoy son clásicos de su repertorio: “Marinera”, “Hasta siempre amor”, “Remembranzas” o “Estrella”. Con Mario Bustos, interpreta uno de los grandes éxitos de ese tiempo: “Baldosa floja”, la milonga de Julio Bocazzi, Dante Gilardoni y Florindo Sassone.
“Amor de verano”, grabado en 1964, será su último tango en su ciclo con el Rey del Compás, para muchos su momento de oro como artista. A partir de esa fecha, iniciará su ciclo de solista acompañado por diferentes orquestas, entre las que merecen destacarse la del maestro Osvaldo Requena, con quien graba, entre otros temas, “Gricel”, “En esta tarde gris”, “Carrillón de la Merced”, “Verdemar” o “Nubes de humo”. Otros de sus momentos significativos transcurrirán con Alberto di Paulo. “Barrio de tango”, “Fuimos”, “La vi llegar” o “Mimí Pinsón” son algunos de los temas interpretados en ese período.
Una confidencia personal puedo permitirme. No importa qué estaba haciendo en Córdoba, pero en 1974 con un par de amigos fuimos a verlo en un cabaret que entonces funcionaba cerca de La Cañada. Para esa época, Valdez tenía algo más de cuarenta años, pero parecía estar por arriba de los sesenta. Estaba excedido de peso y su voz ya no era la de antes pero se le parecía, y esa semejanza a nosotros nos alcanzaba para pasar un buen momento al lado de una de las reliquias del tango. Recuerdo que en algún momento le solicité que cantara “Marinera”. Se rió y me dijo, con el mejor de sus modos, que ya no estaba para esos trotes. Disminuido y algo decadente, seguía siendo un placer escucharlo. Esa noche no hizo “Marinera”, pero nos dio el gusto de interpretar “Estrella”. “Estrella, todos, todos los que hablaron, una noche la lloraron, en la casa del zaguán”
Con Jorge Ragone integró la troupe de embajadores del tango y recorrió América Latina. En Bogotá, el cantante Raúl Iriarte, devenido en empresario de la noche, lo convoca una temporada junto con Juan Carlos Godoy, Oscar Larroca y Jorge Ortiz. No es el cantor de los mejores tiempos de D’Arienzo, pero lo que le empieza a fallar de voz le sobra en cancha para lucir su talento. A las giras por Latinoamérica, se suman las excursiones a Europa y luego a Australia, donde será aclamado de pie en los escenarios de Sydney y Melbourne.
En abril de 1990, después de una actuación en La Plata, sufre un accidente en la autopista. Fue a la madrugada y seguramente el que manejaba tenía unas cuantas copas de más. Se llevaron por delante un guardarrail a la altura de Dock Sud. Valdez ingresó desvanecido al hospital, pero en la ocasión murieron dos de sus amigos. Él no sufrió heridas graves, salvo un corte profundo en la lengua, por lo que su carrera de cantor en ese momento pareció llegar a su fin.
Amigos y admiradores manifestaron la solidaridad con su desgracia y lo estimularon para que se recuperara. Le costó mucho hacerlo. Ejercicios vocales, cursos de reeducación de la voz, sesiones interminables con especialistas. No le resultó fácil recobrarla, pero finalmente lo hizo. A mediados de los noventa reapareció en “El rincón de los artistas” ese templo del tango ubicado en Álvarez Jonte y Boyacá. Una multitud de seguidores se hizo presente esa noche para hacerle el aguante al ídolo.
A sus condiciones de cantante, Valdez le sumó las de compositor. Dos temas grabados en su momento por D’Arienzo merecen destacarse: “Por favor no vuelvas” y el tango escrito por Santiago Odamini, “Olvidemos todo”.
La muerte de su mujer lo hundió en un pozo depresivo del que nunca pudo reponerse. Seguía siendo convocado por los empresarios de la noche y asistía a las citas, pero ya no era el de antes, su tristeza era profunda y persistente. Una dolencia hepática obligó a internarlo en el sanatorio de Colegiales, donde falleció el 21 de febrero de 2002. Tenía setenta años y medio siglo en los escenarios. Su última actuación la realizó en Tucumán, pocas semanas antes de su muerte. Jorge Valdez descansa en el panteón de Sadaic en el cementerio de la Chacarita. Yo por lo pronto sigo disfrutando con “Adiós Chantecler” y con ese tango bello y triste que se llama “No llores por favor”, de José Luis Ricardi y Alberto Longo, grabado con D’Arienzo en 1961.