Aventuras preadolescentes con idiosincrasia argentina
Sin demasiadas pretensiones, la película entretiene con una narración más televisiva que cinematográfica y bastante trazo grueso. Foto: Télam
Aventuras preadolescentes con idiosincrasia argentina
Sin demasiadas pretensiones, la película entretiene con una narración más televisiva que cinematográfica y bastante trazo grueso. Foto: Télam
Rosa Gronda
Hace casi veinte años, la escritora María Inés Falconi iniciaba una exitosa saga nacional con personajes preadolescentes y sus aventuras, que al presente suman diez exitosos libros. El primero de ellos es el que adaptan a la pantalla grande los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark. Se trata de un relato con un pequeño grupo de jovencísimos amigos embarcados en desaparecer brevemente, desde el interior mismo del colegio, escondiéndose en el sótano, hasta que finalice la clase más insufrible a cargo de una docente que llaman “La Foca”, una profesora llena de tics espanta-alumnos, interpretada por Karina K.
Federico, el líder de séptimo grado, simpático y transgresor, pertenece al cerrado grupo integrado por Graciela, la chica linda pero incomprendida; un genio sabelotodo; la típica sobreprotegida que lucha contra sus propios miedos y una odiosa e infaltable tragalibros, delatora de los planes urdidos para escapar de los momentos más aburridos en el colegio.
El conflicto estalla cuando la alumna más insoportable de la división se inmiscuye en la travesura y los cuatro aventureros iniciales deben compartir su tiempo de voluntario confinamiento con esta indeseable compañera. En la forzada convivencia, cada uno de los chicos mostrará alguna faceta oculta: ni el más “cancherito” es totalmente feliz (sufre por el divorcio de sus padres), ni la más popular del colegio es amada como anhela o la más resentida oscila en la contradiccion del perdón al odio.
Entre signos de interrogación
Si los libros de Falconi lograban construir un mundo complejo y verosímil, con personajes que zafaban de los estereotipos, a los cineastas les falta trascender la medianía que nunca abandonan. Ya desde el comienzo caen en el esquematismo de la música incidental y un montaje que pocas veces sale de lo televisivo. Igualmente hay escenas de acción y suspenso: el submundo (más lúdico) tiene un inframundo peligroso, y desde allí se conectan con las cañerías que alimentan al colegio, esa estructura invisible y simbólica de sus propias hormonas que están siempre al borde del estallido. Este tópico está presente desde el comienzo y permanece hasta la última imagen, unida a los gags del simpático plomero interpretado por Osqui Guzmán.
Las acciones suceden en un marco de atemporalidad, notorio en su ambientación, aunque la distancia entre 2013 y 1995 (cuando la saga literaria se inició) es muy grande y el preadolescente actual no es el mismo de casi dos décadas atrás, cuando irrumpieron las creaciones televisivas de Cris Morena que impusieron la imagen de un adolescente naif, conflictivo, con una impronta de picardía pero también de ingenuidad. Siguiendo este modelo, las actuaciones de los chicos son muy elementales, siendo la más creíble la de Brenda Marks Cobas, que interpreta al personaje más odiado: Miriam Reynoso. El espacio rutinario del colegio se resignifica alojando dos realidades diferentes: los juegos y aventuras de los jóvenes en el sótano versus la caricaturesca búsqueda simultánea, organizada por las autoridades del colegio y los padres.
“Caídos del mapa” es una película que tiene mucho de humor físico, con unas cuantas citas al cine mudo, donde manda el lenguaje corporal (Karina K y Osqui Guzmán parecen salidos de una historieta). En la trama, hay comedia pero también melodrama, acción y aventuras inofensivas. La película no busca más allá de lo previsible: el descubrimiento del primer amor, el trabajo en equipo, conviven en este film musicalizado por el grupo Miranda. Y todo apunta a que sea el inicio de una saga, por lo que al final de los créditos de cierre, la palabra “FIN” aparece entre signos de interrogación.
buena
“Caídos del mapa”