El rostro, el cuerpo, la voz
El rostro, el cuerpo, la voz
De fulgurante vida y carrera literaria, la brasileña Ana Cristina Cesar (1952-1983) fue también una vital cronista y ensayista, tal como lo demuestra “El método documental”, con el que la editorial Manantial inicia una serie de publicaciones que divulguen la escritura brasileña inédita en castellano. Del libro de Cesar transcribimos aquí un texto sobre Walt Whitman.
Walt Whitman. Foto: Archivo El Litoral
Por Ana Cristina Cesar
Walt Whitman tiene el poder de enloquecer de pasión a poetas y a lectores por igual. Como si leer a Whitman significara convertirse en amante de Whitman. Fue Álvaro de Campos, en su “Saudação a Walt Whitman”, quien percibió este fenómeno en forma más radical: en ese poema celebra a Whitman sensualmente, besa su retrato, incluso hace referencia a una “erección de amor”, aunque “abstracta e indirecta en el fondo de mi alma”. Otros grandes poetas, en amorosa celebración, le han cantado con versos que parecerían querer adoptar —insensatamente, diría Borges, un amante siempre comedido— el estilo de sus poemas: García Lorca en su “Oda a Walt Whitman”, Vicente Huidobro en su épico “Altazor”. Es sintomático que esa celebración amorosa no deje nunca de dibujar la propia figura —el rostro, la barba, el cuerpo, la voz— de Whitman, lo que revelaría estremecimientos de deseo reales.
Estos estremecimientos no se originan en una fascinación por la vida de Whitman. Poco importa hacer la biografía del gran poeta norteamericano (1819-1889), autor de uno de los más apasionantes libros de poesía de todas las épocas, el celebrado Leaves of Grass —“canto de un gran individuo colectivo, popular, hombre o mujer—, que da señales de vida ahora entre nosotros en una selección titulada Folhas das Folhas da Relva. “Whitman es para los Estados Unidos lo que Dante es para Italia”, decía Pound, reconociendo inequívocamente su fuerza. Paraíso: es la palabra que viene a la mente cuando se habla de esta fuerza y cuando Borges menciona, astutamente, en un texto clásico sobre el poeta, que “pasar del orbe paradisíaco de sus versos a la insípida crónica de sus días es una transición melancólica”.
El mismo Whitman ya señalaba que su vida era apenas “unos pocos trazos apagados” sobre los cuales casi no sabía nada. La fascinación por la figura del poeta se origina ante su poética radical, en la que afirma, como verdadero inventor, que la palabra funda lo real, que el libro es el poeta. En el final-despedida y clave de Leaves of Grass, el autor llega a decir que eso no es un libro —“Soy yo al que abrazas y quien te abraza”— y se zambulle con deleite en los brazos de quien lo lee: es decir, de quien lo toca. Esta es su fascinación. Otra cara de la modernidad —aquella que reinventa la felicidad—, Whitman rompe la metafísica que impone y llora la distancia entre mundo y lenguaje. “En tus versos, a cierta altura, no sé si leo o si vivo./ No sé si mi lugar está en el mundo o en tus versos”, dice Álvaro de Campos, un torturado genial por la metafísica que captó sin mediaciones la gran cuestión de Whitman.
Leaves of Grass da forma, dentro del libro y como libro, “a una de las pocas cosas grandes de la literatura moderna: la figura de sí mismo”. Esta gran figura mítica establece una relación personal con cada lector, presente y futuro, se mezcla con él, se afirma sensorialmente presente. Para los lectores que se inician en la poética de Walt Whitman, leer Leaves of Grass es besar a Whitman y ser besado por él: ni siquiera se necesitaría la mediación del retrato, de la que habla Álvaro de Campos. Poéticamente, la cuestión de la representación como distanciamiento queda abolida en la euforia revolucionaria de la poética de Whitman.
La presente edición brasileña de Leaves of Grass es una selección de poemas cuyo objetivo es la divulgación, destinada a un “lector no erudito” (singular contradicción: Whitman es precisamente un poeta que escribe para el lector no erudito, para el lector que son todos los lectores). En esta edición se pierde, sin duda, la intención whitmaniana que da a Leaves of Grass la estatura de un Libro de Libros, de un Libro materialmente presente que dice ser el propio poeta. Vale la pena tener en cuenta, al hojear estos bellísimos poemas, que el original no es una colección de poemas sueltos: es un libro que se quiere objeto arquetípico, y este es un tema fundamental de la poesía de Whitman. Pero si la selección se justifica por la intención divulgadora, no podría decirse lo mismo de la elección del traductor de escandir los versos originales. El encantatorio verso largo de Whitman se transforma en dos o tres versos cortos en la traducción. El ritmo se vuelve entrecortado, modesto; desaparece el fluir exclamativo, emocionado, retórico (en el sentido griego original de retor, convencer, disuadir o persuadir al interlocutor, como bien anota Paulo Leminski en la introducción) de Whitman. Así, el nivel de la emoción baja considerablemente, ligado como está al ritmo febril del verso largo, que mimetiza la intención del texto, su eufórica afirmación sensual, su retórica de amor, y su recurrente metáfora del abrazo de la palabra que recorre e inventa el país de punta a punta.
Ningún objetivo divulgador —y ninguna opción teórica de la traducción— parece justificar estos recortes del verso original, artilugio que traiciona, sin necesidad, la intención literaria del poeta norteamericano. Basta comparar esta traducción brasileña con la que realizó Jorge Luis Borges, que mantiene fielmente la versificación y el ritmo originales, incluso sabiendo que la “longitud” de los versos no es en sí misma el mérito esencial del poeta, como sí lo son el “delicado ajuste verbal, las simpatías y diferencias” de sus extensas enumeraciones. ¿Dónde están, para el lector brasileño, erudito o no, “los versos saltos, versos brincos, versos espasmos”, que “arrastran el carro de los nervios, a los tumbos, exaltados, casi sin dejarnos respirar, reventando de vida”: “Esos versos-ataques-histéricos”, como decía Álvaro de Campos?
Queda registrada esta salvedad, quizá para iniciar una necesaria discusión sobre la traducción de poesía en nuestro país. Lo cual no impide dar la bienvenida a estas Folhas. Hojearlas será, en cualquier caso, indispensable.
Walt Whitman, Folhas das folhas da relva, selección de Geir Campos, Editora Brasiliense.