Derroche técnico y esteticismo a ultranza
Los actores Tony Leung Chiu Wai y Zhang Ziyi, enfrentados en una escena de “El arte de la guerra”, dirigida por Wong Kar Wai. Foto: Gentileza Sil-Metropole Organisation
Laura Osti
Es el año 1936, en China, país que está históricamente dividido en Norte y Sur, regiones repartidas entre clanes familiares que tienen sus propias tradiciones para mantenerse en el poder y también para delegarlo.
En Foshan, ciudad sureña, el Gran Maestro Baosen busca un sucesor y lo encuentra en Ip Man, maestro de Kung Fu del estilo Wing Chun, quien lleva una vida próspera. Ip Man tiene unos cuarenta años de vida, está casado con una mujer muy distinguida y tiene dos hijos. Se considera un hombre feliz.
La hija de Baosen, Gong Er, asiste a la ceremonia de sucesión, en la que su padre es derrotado por Ip Man, y como ella también es maestra de artes marciales, del estilo Ba Gua y única conocedora de la figura mortal de las 64 manos, decide reivindicar el honor familiar, luchando a su vez con Ip Man, a quien consigue derrotar.
Poco tiempo después, Baosen es traicionado y asesinado por uno de sus discípulos, hecho que vuelve a desafiar a Gong Er, quien no piensa en otra cosa que en vengar la muerte de su padre.
Entre 1937 y 1945, la región se ve sacudida por la ocupación japonesa, que a sangre y fuego instala un gobierno títere. Precisamente, el elegido por los japoneses para ocupar ese lugar es quien asesinó a Baosen. Las diferentes escuelas de artes marciales entran en un período de oscuridad, caos, intrigas y divisiones, que debilitan más a los chinos. Algunos huyen a Hong Kong, que estaba bajo el dominio de la corona británica. Es una época de mucha convulsión política y social.
En ese marco, transcurre la historia de la película de Wong Kar Wai. Basándose en personajes de la vida real, el talentoso director chino ofrece su mirada particular, para rescatar del olvido a quien fuera el maestro mentor de Bruce Lee, el enigmático Ip Man, quien logra cautivar a la hija de Baosen.
Con el estilo preciosista que lo caracteriza y un lenguaje que pareciera querer llevar al cine la caligrafía del ideograma, Wong Kar Wai logra una síntesis, mediante un esteticismo visual impactante, de los temas y valores que estaban en juego en ese momento.
En esa época, China es un pueblo invadido por otro extranjero, sus tradiciones entran en crisis, las disputas internas se ven exacerbadas por la intervención foránea, y muchos clanes se ven diezmados hasta desaparecer.
El relato entrelaza las rencillas generacionales, más las luchas territoriales, con una historia de amor imposible. Una trama en la que la lealtad, el valor, el honor, se ponen en juego ante la adversidad, y algunos personajes sucumben a una crisis que se instala en lo profundo del espíritu de la cultura china, en la primera mitad del siglo XX.
Se puede decir que nadie resulta indemne y cada uno se adapta a los nuevos tiempos como puede, en tanto que muchos perecen, arrastrados por la fuerza de los acontecimientos.
Sin embargo, las circunstancias, por más dolorosas que fueran, produjeron un efecto hasta entonces impensado: la difusión y la propagación de las artes marciales chinas por todo el mundo, a través de sus diversos estilos y escuelas.
En “El arte de la guerra”, de Wong Kar Wai, hay mucha información concentrada en un poco más de dos horas, en la que los símbolos y los detalles adquieren una importancia relevante y configuran la estructura compleja del relato, donde historia, arte y filosofía conviven de manera vibrante.