Sobre teatro santafesino

Apuntes para un prólogo

“II Inventario del teatro independiente de Santa Fe”, de Roberto Schneider y Verónica Bucci. Centro de Publicaciones de la UNL. Santa Fe, 2013.

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Verónica Bucci y Roberto Schneider en la presentación de “II Inventario del teatro independiente de Santa Fe”. Foto: Pablo Aguirre

 

Por Norma Cabrera

Fragmentos. Retazos. Imágenes. Recuerdos vívidos, o sensaciones fugaces. Pantallazos. Prologar este libro es para mí una especie de flashback, y lo es por decisión propia. Porque así el teatro se nos impone después de ser visto, entonces así quiero introducirlos en este viaje, un registro aproximado, tentativo y siempre incompleto de lo que nuestra pequeña comunidad vivió por obra y gracia de su villano favorito.

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Reconstrucción de la escena: dos jornadas reúnen a un grupo nutrido de teatristas santafesinos. La escena no es del crimen, es de vida y obra. Está estimulada, generada y conducida principalmente por quien reviste como malo de la película: el crítico teatral. No disimulemos, su palabra nos pone locos a todos, la ansiamos, veneramos y defenestramos como a pocas. Él, tan luego él, es quien nos convoca. Y nosotros vamos y ahora este libro es leído. Y nos parece natural. Pero no lo es. No seamos ingenuos, no es moneda corriente. Es un espacio que edita algo inédito, difícil de encontrar en otros puntos del país.

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No estamos solos, por supuesto. Somos parte de una tradición, en ella nos inscribimos, temerosos y desafiantes. Acá se hace teatro desde que se tiene memoria. Mucho. Nos preceden nuestros mayores, somos familia. Nuestro apellido es Teatro por parte de padre, Santafesino de madre. Un inventario, ¿puede ser una genealogía? Algo de eso se huele por aquí y por el tomo uno que antecede. Se repite en boca de quienes toman la palabra en este libro. Con lo bueno, lo malo, lo crucial, lo peligroso, anodino y peculiar de cualquier familia que se precie. Amores, odios, simpatías, camarillas, fluctuaciones, novedades, transiciones, traiciones, recato, arrogancia, excelencia, lo que sea. Pero siempre, siempre, siempre, sin excepción, trabajo a destajo. Y con el paso de los años el paso a la camaradería, a respirar el mismo aire de época, a reconocerse par y partícipe, miembro de la fiesta. Los convocados hemos sido los que estamos ya un poquito maduros y entendemos la magia no sólo arriba, sino también abajo del escenario. Es magia estar dos días sentados hablando de décadas de teatro, es magia porque hemos sido sus artífices y esta es una hermosa oportunidad de ponernos absolutamente orgullosos de eso.

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Nuestra comunidad es de andar un poco atomizada, disgregada, para expresarlo llanamente digamos que casi siempre vivimos en un frasco. Teatro pecera. Las jornadas nos permitieron reconocernos, subirnos a la estantería y mover las manitos tras el vidrio. Teatro fetal, nacimiento reflexivo. Nos queda por delante la enorme tarea de romper aguas y dar una vez más el ejemplo de construcción colectiva. Teóricamente hablando, sí. Reflexivamente compartiendo, sí, claro. ¡Si nos encanta! Tome usted dos o más teatristas entre los dinosaurios que encontrará en este libro, siéntelos con un café de por medio o cualquier bebida espirituosa de su gusto, y déjelos hablar. Ahora cállelos si puede. No puede. Busque a los que no estuvieron esos días, a los más jóvenes, a los que vienen año tras año formándose y experimentando, júntelos y repita el procedimiento. Va a obtener idénticos resultados. Nos encanta hablar de lo que hacemos, es un hecho. Y aquello que inconscientemente sabemos que hacemos queda apenas dicho diluido en el aire, como un suspiro, una exhalación. Su riqueza espontánea es inversamente proporcional a la sistematicidad de nuestras reflexiones.

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Las jornadas fueron esa hipotética mesa de café pero expandida, una plataforma de lanzamiento de nuestros más queridos recuerdos, nuestras pequeñísimas autobiografías desgranadas y alguna que otra preocupación estética. Pura vida. Sólo que, porque la ocasión así lo requería, un dispositivo tecnológico de la presentación hizo de tanto vínculo, huella, y allí comenzó a tallar la figura de la Escriba, el brazo armado y coequiper del Villano, munida de teclado, auriculares y hard disk. Son más de seis horas de grabación, no pregunte cuánto se tarda en transformar pasión en documento, es mucho esfuerzo, y hay que tener una muñeca especial para que tanto coloquio se vuelva legible y por ende atesorable. Hágame caso, no pregunte, ¿para qué preguntar si ya lo tiene en sus manos?

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Este libro es una pequeña joya. Una rareza. Mejor dicho, es la continuidad de una rareza, lo que vale como rareza aumentada. Es el fruto de la perseverancia, terquedad e hiperquinética energía del Villano, que una vez más, aunque ahora “en patota”, nos obligó a decir quiénes somos, razón por la que tuvimos que preguntárnoslo. Es resultado de la dedicación y entrega de la Escriba, abnegada y silenciosa, el perfil más bajo y más presente del que se tenga memoria en la familia. Es un abrazo institucional a nuestro arte, respaldado como siempre en sus espacios por la Universidad. Es un montón de palabras de un montón de nosotros, o sea, una ínfima muestra de lo que por aquí se cuece, de todo lo que hemos hecho, nos falta por hacer y de lo que nos gustaría. Enhorabuena. Que se repita.

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