“El Hobbit: La desolación de Smaug”
“El Hobbit: La desolación de Smaug”
Aventuras en la Oscuridad creciente
Bilbo y los enanos escaparán en barriles del cautiverio de los elfos del Bosque Negro, en una de las secuencias de gran acción. Fotos: Gentileza Warner Bros.
Ignacio Andrés Amarillo
Cuando comentamos la primera parte de esta nueva trilogía, afirmamos que Peter Jackson buscó expandir el relato del texto original hacia lo que habría sido la versión definitiva de “El Hobbit” que podría haber hecho el propio J.R.R. Tolkien a la luz de su propio legendarium.
Es así que a la vez que por un lado se deleita desarrollado escenas de acción, por el otro incorpora diversas subtramas. Una de ellas, la de Galdalf contra el “Nigromante” de Dol Guldur (cuya verdadera identidad quedará clara aquí), organizada a partir de sucesos que se cuentan en “El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo”, en el extenso capítulo “El concilio de Elrond”.
Pero también se permite crear otra subtrama desde cero, recuperando a Legolas (a quien hace encontrarse con Óin, padre Gimli, quien será su amigo), a quien suma un personaje peculiar. En un acto de osadía, crea un personaje novedoso, quizás un poco impensado en la época del profesor Tolkien: se trata de Tauriel, una mortífera guerrera elfa, capitana de la guardia de Thranduil, a la vez poseedora del celestial encanto de las doncellas élficas, y a la sazón pelirroja (la única elfa de pelo rojizo que Tolkien menciona expresamente es la pretérita Nerdanel).
A pesar de todos estos méritos, Tauriel es una elfa silvana, de una estirpe inferior a la de Thranduil y Legolas, que son del linaje de los Sindar de Doriath (esto no se explica en el filme, pero opera en él), por lo que el soberbio Rey del Bosque Negro busca desestimar una posible relación entre ella y su blondo hijo, que parece interesado.
Gracias a estas expansiones Jackson se da el placer de incorporar cosas de color, como el uso del athelas (las hojas del Rey), como hierba medicinal, o el rumor de la lengua negra de Mordor en la frase “Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul” (“Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”).
Coherencia y despliegue
En esta segunda parte ya entramos directamente al nudo de la acción. Si la primera terminaba en el nido de las águilas, aquí el relato recomienza directamente en tierra, con los orcos pisándoles los talones, y pasa muy rápido por la estadía en la casa de Beorn, el Cambiador de Pieles. Este personaje les prestará los ponies para llegar rápido al Bosque Negro, donde se encontrarán con los elfos liderados por Thranduil. Otra vez será el ingenio y la invisibilidad que el Anillo le otorga a Bilbo el camino para el mítico escape en los barriles, con el condimento de un ataque orco que hiere a Kíli, en una épica secuencia que suma a Legolas y Tauriel, que aportará a la subtrama de estos personajes y su relación con el joven enano.
Así lograrán entrar a la Ciudad del Lago, donde crecerá el personaje de Bardo, allí conseguirán apoyo para llegar a la Montaña Solitaria, donde arriesgarán el cuero en las fauces del temido dragón Smaug, lo que brindará escenas no menos espectaculares, antes de tirar el anzuelo para las nuevas aventuras que sobrevendrán en la tercera película.
Para todo esto el neocelandés contó en el guión con la colaboración habitual de su esposa Fran Walsh y su coproductora Philippa Boyens; también aparece la firma de Guillermo del Toro, quien estuvo por hacerse cargo del proyecto y finalmente revista como consultor. Otro apoyo fundamental, como “El Señor de los Anillos”, es el aporte en el diseño conceptual de Alan Lee y John Howe, los dos históricos ilustradores oficiales de la obra del Profesor de Oxford. Otro que repite es Howard Shore en la música, otra de las marcas identitarias del constructo que Jackson ha impuesto.
Las compañías Weta Workshop y Weta Digital se pusieron al servicio de la plasmación visual, desde la construcción de prótesis y el diseño de vestuario a la realización digital de los más mínimos detalles, que lucen en el 3D y la visión hiperrealista de HFR (48 cuadros por segundo).
Personajes míticos
A pesar de la desmesura visual a la que apuesta el director, siempre buscando expandir las potencialidades del cine, su propuesta se basa en actores que se ponen en la piel de personajes inolvidables. Martin Freeman vuelve a lucirse como Bilbo (quien empieza a sentir los cambios que le produce el contacto con el Anillo), y de Ian McKellen como Gandalf ya no podemos destacar decir mucho más que lo que ya hemos manifestado. Pero mucho del peso dramático de este tramo recaerá en otros, como la profunda interpretación de Richard Armitage como Thorin (también víctima de la codicia de sus ancestros por la Piedra del Arca).
Orlando Bloom reaparece como un indiscutible Legolas (rubio, aniñado, guerrero preciso e incansable, y ahora al parecer algo celoso), y Lee Pace se mete en la piel de un lánguido y glamorosamente detestable Thranduil (los lectores del “El Silmarillion” saben que la soberbia y el ánimo de venganza de los elfos puede ser tan grande e imperecedera como sus vidas y su magnificencia). Pero en esta estirpe inmortal resalta Evangeline Lilly como Tauriel: sólo la ex Lost puede hacernos creer que es una doncella élfica etérea y mortífera, y tan humana en sus sentimientos, que la acercarán al enano Kíli (Aidan Turner, bastante facha para la raza de Dúrin, y algunos buenos momentos).
Todo esto se apoya en el lucimiento colectivo de la compañía de enanos: Ken Stott (un fantástico Balin), Graham McTavish (Dwalin), William Kircher (Bifur), James Nesbitt (Bofur), Stephen Hunter (Bombur), Dean O’Gorman (Fíli), John Callen (Óin), Peter Hambleton (Glóin), Jed Brophy (Nori), Mark Hadlow (Dori) y Adam Brown (Ori).
Por lo demás, Luke Evans empieza a despuntar como Bardo (seguramente su mayor lucimiento será en el próximo filme) y Benedict Cumberbatch (el villano de “Star Trek: into darkness”) pone las ominosas y procesadas voces de Smaug y el Nigromante.
Mikael Persbrandt tiene unos pocos minutos para mostrar su Beorn, y como villanitos de poca monta y graciosos, tiene su momento Stephen Fry (señor de la Ciudad del Lago) y Ryan Gage (su secuaz Alfrid).
Como condimento, hay pequeñas intervenciones de Sylvester McCoy (el taimado mago Radagast) y la oscarizable Cate Blanchett (la resplanciente Lady Galadriel).
Las cartas están echadas. Se vienen más peligros, las batallas definitivas, las pérdidas dolorosas, y las pruebas últimas al valor y al sacrificio de los héroes.
Evangeline Lilly como la elfa Tauriel, protagonista de una de las subtramas desarrolladas por Peter Jackson.
muy buena
“El Hobbit: La desolación de Smaug”