En el sur de Italia
En el sur de Italia
Una ciudad etrusca y una abadía con incunables
Codex Langobardorum. Fue manuscrito sobre pergamino en 1004 y contiene el más antiguo digesto de leyes lombardas que se conozca.
Foto: James Steakley / Wikimedia
Germán de Carolis
Es una milenaria ciudad italiana cuya historia se remonta a quince siglos antes de Cristo. Se llama Cava dei Tirreni y se alza en la provincia de Salerno junto al mare nostrum de los romanos, en un sitio considerado como una de las puertas de la costa Amalfitana. Se trata de un centro histórico-religioso de gran importancia. El suelo en el que está asentada formaba parte de la antigua ciudad de Marcina, fundada por los tirrenos, navegantes etruscos y sus primeros habitantes.
Hace muchos años, había oído que en esa región se encontraba la abadía benedictina de la Santísima Trinidad, fundada en 1011 por Alferio Pappacarbone, un sabio considerado santo por la Iglesia y cuya historia es fascinante.
San Alferio Pappacarbone, que tomó los hábitos benedictinos en el 991, había nacido en Salerno en la segunda mitad del siglo IX y en el seno de una familia noble, bajo la dominación lombarda imperante desde el siglo VII.
Con el tiempo, Alferio decidió refugiarse en la soledad y la meditación, y junto a dos compañeros fundó una pequeña congregación en una gruta situada a tres kilómetros de la ciudad de Cava. En el transcurso de los años esa comunidad llegó a contar con doce monjes reunidos bajo la advocación de la Santísima Trinidad. Luego de una vida de contemplación, Alferio Pappacarbone murió en 1050.
Pero lo extraordinario del caso es que con el paso de los siglos, la pequeña abadía fundada por Alferio habría de transformarse en uno de los centros de documentación histórica más importantes de Europa. Hoy, su biblioteca tiene más de 80.000 libros, muchos de ellos incunables de inestimable valor. Los temas son diversos y las materias referidas a la patrística, teología, derecho, y, especialmente, historia son las más documentadas. Pero los testimonios más raros y preciados son unos 15.000 pergaminos manuscritos que aún esconden secretos y misterios de la historia, ya que todavía no han sido completamente catalogados y revelados, pese a que sus contenidos se investigan en forma metódica y constante. Entre esos tesoros, se encuentran una biblia visigótica del siglo IX, y el Codex legum Langobardorum de comienzos del siglo XI. Las notas escritas en el transcurso de los siglos por los monjes en los márgenes de los pergaminos constituyen los famosos Anales Canaveses, de incalculable valor histórico. Bulas papales, diplomas de emperadores, reyes y señores feudales completan este fondo bibliográfico y documental de extraordinario valor.
En lo personal, fue extraño lo que me ocurrió, porque me di cuenta de que este “descubrimiento” que me causó tan profunda impresión, empezó a gestarse muchos años atrás, en una rápida visita que hiciera a Salerno durante un viaje en moto por el sur de Italia, oportunidad en la que oí hablar de la abadía y de la milenaria ciudad de Cava dei Tirreni. Luego, esas voces internas volvieron a resonar y decidí la visita. La experiencia fue extraordinaria y ratifiqué que conocer Italia demandaría toda una vida. Es una nación con incontables tesoros arqueológicos, históricos y artísticos, muchos de los cuales se descubren cada tanto por azar.
Pese a no integrar la lista de las grandes ciudades de arte e historia, Salerno tiene lo suyo. Llegué desde Roma en un tren de alta velocidad y en un día típicamente invernal, con lluvia y frío intenso. Allí me esperaba una amiga italiana que me guió durante mi estadía.
El centro histórico, que ocupa buena parte de la ciudad, es peatonal, y una vez que se ingresa por la entrada principal se cruza un portal en el tiempo. Los comercios iluminados bajo los viejos pórticos y la gente que circula, no son capaces de diluir la atmósfera antigua que domina la escena. Caminamos bajo el frío y la llovizna, que no logran despertarnos de la hipnosis inducida por la historia.
Luego de unos días regresé a Roma conmovido por ese viaje al pasado. Son las diez de la mañana del 9 de enero y suena mi teléfono. El Papa Francisco me dice buenos días. La experiencia no podría ser más inolvidable.