Una historia de vida conmovedora y ejemplar

Vejez, divino tesoro: con casi 90 años, es estudiante de Abogacía

Elda Pavetti se recibió de bachiller en Ciencias Jurídicas y Sociales en 2012. Hoy es alumna de Derecho. Nueve décadas de intensa vida y un desafío a su edad: estudiar para mantener la mente activa y el espíritu más vivo que nunca.

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Ejemplo. En su casa, Elda sostiene un voluminoso Código Civil. En el monitor, la foto de sus hijos junto a ella, la mañana que aprobó el bachillerato de Derecho. Y de fondo el diploma. A sus nueve décadas de vida, Elda sigue estudiando. Foto: Flavio Raina

 

Luciano Andreychuk

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El año en que Elda nació, 1924, moría Lenin en Gorki, Rusia. La televisión no existiría hasta dos años después. Sólo se sabía del telégrafo, la radio y el cinematógrafo; la palabra tecnología habrá sonado a cosa ‘e mandinga en el poblado rural (Presidente Roca) cercano a Rafaela donde ella vio la luz (o acaso a una ficción literaria propia de Bioy Casares, aunque “La invención de Morel”, primer indicio de la realidad virtual, no sería escrita hasta 1940). El año en que Elda nació, el siglo XX recién despuntaba sobre los muertos aún calientes de la Primera Guerra Mundial y los cuerpos gélidos que hundió la tragedia épica del Titanic.

Elda Pavetti de Garesi se cruzó casi todo un siglo hasta el otro. Por genética, por estilo de vida, por ganas de vivir, por tozudez, quién sabe. Le ganó al dolor por la muerte de su marido, a la lánguida soledad de la viudez; le ganó (le sigue ganando) a un cáncer de colon, al olor a quimio por las mañanas, a la tortura de dormir con la sombra de la muerte revoloteando sobre sus sueños. Elda le ganó al tiempo: el próximo 7 de abril cumple 90 años. Y es estudiante de la carrera de Abogacía de la UNL. Sí, así como se lee. Vejez, divino tesoro.

Cuando joven hizo la carrera de magisterio. Fue maestra de grado, luego se dedicó a la radio; tuvo una agencia de publicidad, hizo cursos de todo tipo, estudió idiomas. “Siempre traté de mantener la cabeza activa, en marcha. De aprender de todo para tener las neuronas aceitadas”, cuenta a El Litoral con la lucidez de una joven de 30. “Jugué al tenis toda mi vida, era mi pasión. Practiqué hasta mis 82 años: un día me rompí el manguito rotador. Chau raqueta para siempre”. Y muestra la cicatriz en el hombro derecho, mirándola con desdén. El surco en su piel le trae un mal recuerdo.

Vida de novela

Pasó el trayecto más largo de su vida en Rafaela. Pero por el trabajo de su marido, don José Garesi (que era sindicalista del rubro textil), llegó a vivir en Catamarca y en San Luis. Con don José tuvo dos hijos. En 1997 el destino los trajo a Santa Fe. Dos años después, Elda enviudó. La partida de su compañero de vida le dejó un vacío insondable.

“Me quedé sin hacer nada, no sabía cómo llenar su ausencia. Decidí empezar a hacer cosas: fui a Proyecto 3 (un centro para la tercera edad), hice cursos, juegos para la memoria, empecé inglés e italiano. Aprendí a manejar la computadora con un curso en el IAC (Instituto Argentino de Computación). Era cuestión de llenar el tiempo. La vida debía seguir...”, recuerda con melancolía. Las heridas debían cicatrizar, como fuera.

Pese a su hiperactividad, a Elba le disgustaba salir tan seguido de su casa. Y de todo lo que hacía, nada le terminaba de convencer. Necesitaba hacer algo más exigente, y desde la cómoda tranquilidad de su hogar. Entonces, buceando un día por Internet, conoció la posibilidad de estudiar a distancia el ciclo inicial de Abogacía (el Bachillerato en Ciencias Jurídicas y Sociales). Empezó la carrera a distancia en 2007 en la plataforma de UNL Virtual, casi como un entretenimiento que le ocupara el mayor tiempo posible y que la desafiara un poco más.

Estudiaba en su casa, con los libros y la computadora que le regalaron sus hijos, y sólo iba a rendir (los exámenes son obligatoriamente presenciales). Aprobó el bachillerato completo. Un soberbio diploma encuadrado en su comedor lo certifica: “Por cuanto Elda Aurora Pavetti, ha completado el ciclo inicial de la carrera de Abogacía (Plan 2000) el 25 de julio de 2012. Se le otorga el título de Bachiller Universitario en Ciencias Jurídicas y Sociales”. Cursó a distancia, rindió y aprobó 10 materias, con buenas notas.

Superación

En el medio apareció el cáncer. Hubo una operación delicada y un tratamiento que seguir, desgastante e invasivo. Pero todo salió bien: la vida le dio otra chance. Debió hacer un prolongado impasse por la enfermedad. Alcanzó a terminar el bachillerato, y fue recuperando su salud. Siguió con la carrera de Derecho, para qué parar. Al principio, cursó una materia asistiendo a las clases. Como se sentía incómoda cursando en aulas superpobladas de alumnos con acné todavía en sus rostros, decidió rendir las materias en condición libre.

La enfermedad la retrasó mucho. “Esperé dos años antes de volver a rendir, ya con el bachillerato aprobado. Lo que me resultaba cansador a mi edad era ir a la facultad”, se queja con algo de impotencia. En las clases presenciales estaban, claro, los alumnos jóvenes. “Yo iba a rendir con vaquero, con zapatillas, no me vestía “a lo viejo”, para no resaltar ante los chicos. Pero siempre hubo mucha camaradería generacional, mucho respeto”.

Arrugas de vitalidad

“Que no aparezcan tantas arrugas en la foto, ¿eh?”, le pide con tono compasivo al reportero gráfico del diario. “Están bien llevadas, Elda”, le replica éste amablemente. “Sí, sí, eso es cierto”, concede coqueta y orgullosa. Ya con el ciclo de grado en marcha, hubo un traspié: rindió mal la primera materia. Pero menos amainó Elda: empezó a preparar Penal II. “Iba a rendir esta asignatura el 10 de diciembre pasado. Pero hacía demasiado calor y mi médico no me autorizó. ‘Es demasiado riesgoso para tu salud’, me retó. Entonces, decidí rendirla en mayo próximo. Estoy a full estudiando”. Otra vez, esa lucidez y seguridad que da envidia.

De pronto, una anécdota: “Una vez fui a rendir una materia. Estaba con los efectos de la quimio en mi cuerpo. Entré a las 8 y me tocó la mesa examinadora a las 19. Pavetti, con P, ¿entendés? El llamado por orden alfabético no llegaba nunca. Y yo en ese estado... A a esa hora ya no sabía ni cómo me llamaba. Me bocharon, pero le dije al profesor: ‘Mire, no hay rencores. Usted va a estar invitado a la fiesta por mis 90 años’”, relata, con esa inteligente picardía que dan los años. Lo cierto es que salió del examen y la tuvieron que internar en el Sanatorio Garay hasta el otro día. Estaba deshidratada.

Para celebrar su cumpleaños, Elba hará una fiesta el 26 de abril. Contrató a un fotógrafo y posó en un book, al estilo de las quinceañeras de hoy. Las fotos serán mostradas en un video a sus invitados. A la celebración asistirán, además de sus seres queridos, ex alumnos suyos de la promoción ‘63, que hoy peinan canas de seis décadas. En las tarjetas de invitación de su fiesta de cumpleaños (hechas por ella misma), hay una frase que define su humanidad en plenitud: “Qué importan los años. Lo que realmente importa es comprobar que al final de cuentas, la mejor edad de la vida es estar vivo”.

“Soy consciente de que no terminaré la carrera. Pero también sé que rendiré todas las materias que pueda. Daré todo lo que pueda dar”.

“Les digo a las personas mayores que quieren estudiar y no se animan: la edad es lo de menos. Si hay voluntad, cualquier cosa se puede lograr”.

“Qué importan los años. Lo que importa es comprobar que al final de cuentas, la mejor edad de la vida es estar vivo”, dice la tarjeta de su fiesta de 90.