Nunca fuera de combate
Marcus Luttrell (Mark Wahlberg) encontrando un remanso tras ser rescatado por Mohammed Gulab (Ali Suliman) y su hijo (Rohan Chand). Foto: Gentileza Universal Pictures
"El sobreviviente"
Nunca fuera de combate
Marcus Luttrell (Mark Wahlberg) encontrando un remanso tras ser rescatado por Mohammed Gulab (Ali Suliman) y su hijo (Rohan Chand). Foto: Gentileza Universal Pictures
Ignacio Andrés Amarillo
La “épica colonial” es todo un tema desde el punto de vista ideológico: nos referimos a la exaltación del coraje de soldados que pelean lejos de las fronteras de su país, defendiendo intereses que varían en cada ocasión (tanto los dichos como los ocultos) pero que invariablemente pasan en algún momento por la ocupación de territorios ajenos.
Los ingleses tienen una larga historia de épicas coloniales, con ocupantes civiles y militares que se enamoraban del exotismo de los paisajes, de la belleza de sus mujeres, de lenguas extrañas. Los franceses alcanzaron un punto álgido en lo que refiere a “espíritu de cuerpo” (la lealtad al regimiento y los compañeros) con la Legión Extranjera (en la que ni siquiera hay franceses). Los estadounidenses tuvieron su momento de gloria en la Segunda Guerra, donde sus fuerzas armadas (que hace casi dos siglos que no pelean en suelo patrio) estaban saliendo a defender a aliados europeos.
Pero mientras ingleses y franceses (y romanos, y españoles, y siguen imperios) tenían ese compromiso con la empresa colonial, los “americanos” (quizás porque como dice Toni Negri no son un imperio, a lo sumo la policía de un imperio global) se han pasado los últimos años entrando en países que su ciudadanía no sabría marcar en el mapa, donde se hablan idiomas cuyos soldados desconocen.
Queda entonces el “espíritu de cuerpo”. Y así nos abre Peter Berg “El sobreviviente”: con imágenes documentales del durísimo entrenamiento de los Navy SEALs, el cuerpo de operaciones especiales todoterreno (“Sea, Air, Land”) de la Marina estadounidense. Ahogamiento, congelamiento, desgaste físico extremo y demás sufrimientos son parte de la rutina en la que vemos cómo el tocar la campana y dejar el casco es la forma de rendirse, y será otro toque de campana el que celebrará a los graduados.
Operación condenada
Pero la historia remite a un episodio real: la operación Red Wings, que incluía el despliegue inicial de cuatro SEALs en las montañas afganas en busca de Shah, un caudillo talibán, y su segundo, Taraq (muy malos los dos, incluso con la población), apoyados por equipos que podían desplegarse por aire en instantes (unos Marines bastante lejos del mar, en semejante sequedad).
Los sujetos buscados son detectados, pero todo empieza a salir mal: mientras las comunicaciones comienzan a fallar, el primer equipo se tropieza (literalmente) con unos pastores de cabras: un niño, un joven y un anciano. Discuten si matarlos o soltarlos, y el buen corazón o la necesidad de mantener la reputación hace que triunfe la opción de liberarlos. Con tal mala suerte que le erran los cálculos y los pastores avisan a los talibanes, que salen en persecución de los soldados.
Buena parte del metraje se dedicará a la refriega en sí misma, entre la violencia de la balacera y el descenso de la montaña a los tumbos, logrando que al espectador le duela cada balazo y cada golpe contra una piedra filosa.
Ya desde el título el espectador se estará imaginando que uno solo se salvó del equipo inicial (el título en inglés, “Lone Survivor”, es más explícito): se trata de Marcus Luttrell, el que junto a Patrick Robinson escribió el libro autobiográfico sobre el que se basó el guión de Berg y, consultor del filme, quien se dedicó a ensalzar la memoria de sus hermanos de armas: Michael Murphy, Danny Dietz y Matt “Axe” Axelson.
También es muy ingenioso el guión a la hora de construir como personajes al teniente comandante Erik Kristensen y el suboficial Shane Patton, lo que se explicará en sucesos posteriores.
Pero la papita que faltaba para la corrección política del filme es el vínculo establecido entre Luttrell y unos aldeanos pashtunes que lo defienden, según se dice, siguiendo un milenario código de hospitalidad. Ahí se parten las aguas: no solamente que “no todos los afganos son talibanes”, sino que ni siquiera todos los pashtunes (recordemos que la Alianza del Norte estaba motorizada por tayikos y kazajos). Entonces la ecuación es perfecta: es por estos tipos bonachones que hay que estar ahí y cargarse caudillos y señores de la guerra.
Las caras de la guerra
El retrato de la guerra moderna (tecnificados y entrenados versus milicianos mal armados) está muy bien logrado, al igual que la narración de la batalla, incluso a nivel sinestésico, sensorial, desde la fotografía a las coreografiadas caídas.
En lo actoral se apoya en el siempre justo trabajo de Mark Wahlberg (Luttrell), acompañado por Taylor Kitsch (Murphy), Emile Hirsch (Dietz), Ben Foster (Axelson), Ali Suliman (Gulab, el aldeano que trabará relación con Luttrell), Alexander Ludwig (el novato Shane Patton) y Eric Bana (Kristensen). El toque tierno lo pondrá el niño Rohan Chand como hijo de Gulab (algunos lo recordarán como Issa, el hijo de Abu Nazir en la serie “Homeland”).
Como ya dijimos, ideológicamente es un filme complejo, porque más allá de la exaltación de la “hermandad en armas”, desnuda el desbande militar de las últimas campañas, e incluso es probable que haga pensar a algunos estadounidenses sobre la necesidad de mandar sus hijos a morir allá lejos.
Buena * * *
“El sobreviviente”