La Echagüe y un proyecto que sigue vigente
La Echagüe y un proyecto que sigue vigente
Una escuela flexible, sin grados, donde el avance es continuo
El sistema no graduado de este proyecto se constituye en una propuesta de flexibilidad e innovación. El propósito central es brindar a los 270 chicos de esta primaria la oportunidad de ir adquiriendo los contenidos prioritarios según sus propios ritmos y posibilidades.
En las aulas se lee “grupo” en vez de “grado”. Los agrupamientos flexibles son una particularidad del proyecto. Foto: Flavio Raina
Mariela Goy
La Escuela Nº 570 Pascual Echagüe de Santa Fe lleva adelante una interesante experiencia educativa que rompe con las estructuras convencionales. Es una escuela no graduada de avance continuo, lo que significa básicamente que sus alumnos no pasan de grado en el plazo que dura el año escolar, sino que van alcanzando los contenidos en sus propios ritmos.
La idea base del Proyecto de Avance Continuo comenzó a gestarse hace 30 años a partir del diagnóstico que hicieron los maestros de aquel momento sobre la gran diversidad que había en los modos y tiempos de aprendizaje de los alumnos, los altos índices de repitencia, deserción y sobreedad, así como las problemáticas derivadas del contexto de marginalidad urbana.
La práctica docente diaria se topaba de lleno con esas problemáticas, que hoy están agravadas, y los docentes de la Echagüe, ubicada en calle Entre Ríos 3642, decidieron que algo había que hacer. Empezaron a salirse del molde y a pensar en una escuela “flexible” que atendiera la diversidad de sus alumnos, provenientes de San Lorenzo, Chalet y Arenales, todos barrios periféricos. Los conceptos de escuela flexible, diversidad e inclusión, que hoy están extendidos en la pedagogía, no tenían lugar en el debate educativo de aquel momento.
Los chicos repetían de grado, se hacían más grandes y sumaban una frustración más a la larga lista de padereces producto de su vulnerable realidad socioeconómica. Entonces, desertaban de la escuela y se iban a trabajar a la feria de la Estación Mitre. “En aquel entonces -años 1983 y 1984-, había un 70% de repitencia y un 40% de desgranamiento del alumnado. Los docentes sabían que había que encontrar respuestas a la metodología de aprendizaje y a la disposición por grados”, explicó José Luis Troncoso, director de la escuela Pascual Echagüe.
El proyecto de avance continuo se fue nutriendo con el aporte de todos. “Primero fue una idea, luego otra, hubo mucho debate, se hicieron cursos y, con el paso de los años, sobre todo desde 1988 en adelante, se fue dando forma más concreta a la propuesta. Hubo prácticas que funcionaron, otras que fueron modificadas. Fue un proceso de construcción colaborativa que tuvo sus momentos de resistencia, tanto puertas adentro de la escuela como desde afuera, porque no es fácil salirse de las estructuras”, destacó el director.
Sin grados
“No tenemos grados, lo que hay son agrupamientos flexibles. Por un lado, están los Talleres Individualizados para las áreas de lengua y matemática, donde ubicamos a los alumnos -previa evaluación de procesos y resultados- de acuerdo a la fase de la lectoescritura que transitan o de formalización de las operaciones matemáticas”, detalló Troncoso.
La otra forma de flexibilizar los agrupamientos pasa por el año de escolaridad y se llaman Talleres de Pertenencia. “Ubicamos a los niños por edad para los talleres de las áreas de ciencias naturales y sociales, para el abordaje de la cultura y las competencias ciudadanas”, explicó.
El taller de Apoyo Personalizado, por otra parte, se creó para apuntalar y acentuar la alfabetización de los alumnos que tienen dificultades. También están los Talleres Optativos que es una forma más de agrupamiento que busca mejorar la convivencia de los alumnos entre las distintas edades y tiene un objetivo determinado, como presentar un producto para la feria de ciencias o ayudar a las campañas del barrio.
Claudia Cámara, docente del Grupo 1, está convencida de que la no gradualidad es la alternativa para trabajar con el fracaso y la frustración que representa repetir. “Realmente se tienen en cuenta los procesos de cada chico, que son muy personales, y que no se pueden estancar en un primer grado o nivelar con otros”, indicó.
Promoción y autoevaluación
La promoción de los alumnos a un taller superior se da en cualquier momento de año. Se realizan evaluaciones diagnósticas permanentes para que no le toquen los contenidos difíciles ni fáciles para su edad y avances. “Les ofrecemos talleres que sean productivos para el chico, para que él pueda seguir construyendo sus aprendizajes y tenga un desafío”, destacó Troncoso.
La docente Florencia Massola, a cargo del Grupo 7, explicó cómo funciona: “Los chicos se van movilizando durante todo el año, a medida que van alcanzando los contenidos u objetivos que a ellos les faltan. Por ejemplo, estos días envié a un alumno a otro agrupamiento porque tenía dificultades con los párrafos; una vez que alcance el tema, vuelve. Los chicos saben que no tienen siempre los mismos compañeros y se acostumbraron a compartir con otros”.
La otra particularidad del proyecto es la autoevaluación. Las libretas vienen con un agregado donde los propios alumnos van poniendo conceptos de su avance o de lo que deben mejorar.
“Este proyecto sirve para esta comunidad donde los chicos están continuamente desertando por conflictos que hay en el barrio entre las bandas, o porque no logran comprender contenidos y tienen tan baja autoestima que abandonan a la primera dificultad. Con el avance continuo, los podemos sostener en la escuela”, cerraron los docentes.
otra mirada
por M.G.
Carlitos y la cartuchera
“Pepe, dame una cartuchera”. Un pibito flaco, de unos 9 o 10 años y buzo azul, interrumpe la entrevista con el director José Luis Troncoso. “Ya te dije que todavía no me llegaron”, le responde el docente al niño. Luego aclara que un concejal de la ciudad les manda una caja de cartucheras al iniciar las clases, pero la esperada donación aún no había llegado este año.
El chico sigue atento por dónde se mueve el diario pero, sobre todo, persigue a Pepe y le consulta otras cosas. Luego de varios intentos porque nos diga su nombre, responde sin levantar la mirada: “Carlitos”.
“Es complicado ver cómo llegan los chicos cada mañana, atravesados por su realidad de pobreza, por ahí sin dormir, con hambre y vestidos con una remera en invierno. Hay situaciones cotidianas graves de las que nos tenemos que hacer cargo los docentes por una cuestión humana, pero que nos desbordan y debieran ser atendidas por los organismos públicos. A pesar de todo, elijo esta escuela y este proyecto educativo desde que me recibí, hace 7 años, porque me encanta y creo que es la forma de sostener a estos chicos”, dice la maestra Claudia Cámara, con la voz entrecortada.
A su lado pasa otra vez Carlitos, carpeta bajo el brazo, listo como para moverse a otro taller. La birome asomando por el bolsillo del pantalón porque, claro, no tiene cartuchera.