“El Sorprendente Hombre Araña 2: La amenaza de Electro”
La edad de la madurez
Un punto fuerte es la imagen de Spider-Man en acción: el héroe fuerte y ágil, pero desgarbado al descolgarse y dejarse caer entre los edificios.
Fotos: Gentileza Sony Pictures
Ignacio Andrés Amarillo
En esta secuela, la historia del héroe arácnido adolescente se pone psicológica. Un poco por las tribulaciones que pasará el personaje central (empezando por el cambio de ciclo que representa el fin de la secundaria y el comienzo de la era de responsabilidades), y la presión de su promesa al capitán Stacy (en el primer filme: la cara de Denis Leary se le sigue apareciendo) de mantener lejos a Gwen de su vida arácnida y los riesgos que conlleva. Peter la ama pero con ese amor de los 18 años, donde los jamás y los para siempre se mezclan con las contingencias. El es lindo, ella es dueña de una belleza entre rústica y elaborada: una pareja ideal, si no fuera porque no estamos en una comedia adolescente y pasan cosas feas ahí afuera.
Enojados con el mundo
El desarrollo psicológico está también en la construcción de los villanos. Empezando por Electro, que es el que sale en el título: Jamie Foxx se pone en la piel de Max Dillon, un ingeniero eléctrico de Oscorp al que nadie tiene en cuenta, es un “invisible” (¿Alguien recuerda el episodio de Buffy la Cazavampiros de la chica que se volvía invisible porque nadie le daba bola?) al que Spidey le salva la vida y se fanatiza por el héroe: ese gesto y uno de los habituales comentarios que se hacen en casos de crisis: “te necesito conmigo”, “eres mis ojos y mis oídos”, lo hizo sentir importante por un ratito.
En determinado momento Max sufrirá un accidente que la corporación tratará de tapar, que lo convertirá en Electro. El gran villano no es otra cosa que un tipo demasiado común y resentido, que ahora tiene mucho poder. Por supuesto, Foxx se luce más como Max que como el brilloso Electro.
Entretanto, Norman Osborne muere (sin convertirse en Duende Verde, pensará algún fanático), dejándole su imperio a su hijo Harry: un chico que pasó ocho años en un internado, resentido él también con su padre, que además de legarle dinero le deja una enfermedad mortal que fue el origen de la investigación arácnida de Richard Parker, el padre de Peter (cuya historia se empezará a desenredar aquí). Harry, interpretado por Dane DeHaan (bien con su estampa enfermiza y enojona), ata cabos y deduce que Spider-Man tiene que ser la culminación de ese trabajo y quiere su sangre (literalmente, para tratarse). Pero Peter no quiere dársela por seguridad: ahí tenemos otro resentido más. Y tiene plata, y una corporación que genera exotrajes con aerodeslizadores.
Dos a quererse
Uno de los puntos fuertes del filme es la química entre la pareja protagónica: el juego entre Andrew Garfield y Emma Stone es encantador, para nada forzado, digno de las buenas comedias románticas que todos recuerdan con cariño. Ahora se entiende la apuesta de los creadores de esta nueva saga al haber elegido a Gwen Stacy como interés romántico (un personaje recordado y querido de los cómics) por encima de la obvia y omnipresente Mary Jane Watson.
Lo central es (para los que conozcan la historia de Gwen) que el guión lleva al final de la historia de Gwen. Lo que generará un quiebre en el relato y en protagonista, lo cual le da verosimilitud pero genera algunas turbulencias en el script. Algunos también se pueden quejar de que se “queme” rápidamente a otro villano como el Duende Verde (y el Rhino, de paso), aunque a la vez quede alguna puerta abierta para reciclarlos y se puede especular para dónde irá la próxima cinta: una opción es que el villano venidero sea el Dr. Octopus, y que el nuevo interés romántico sea Felicia Hardy (Gata Negra), otra olvidada de las películas que ocupó el corazón del arácnido durante años.
Araña saltarina
Otro punto fuerte es la cuestión estética: está muy lograda la puesta visual, empezando por la imagen de Spider-Man en acción: el héroe fuerte y ágil, pero desgarbado al descolgarse y dejarse caer entre los edificios, se parece mucho a cómo varias generaciones imaginaron al personaje. A esto se suma la textura del traje (estrenado en el filme anterior), que fusiona sin fisuras la actuación real con la animación digital. Ayuda tal vez que a Garfield le salgan mejor algunos bocadillos entre pavotes y cancheros (propios del personaje) que a Tobey Maguire (más apto para encarnar al Peter Parker pelotazo).
Puesta al día
El guión de Alex Kurtzman, Roberto Orci y Jeff Pinkner (sobre historia de ellos y James Vanderbilt) rodado por Marc Webb está bastante bien en la manera en que lleva el relato (al menos hasta el clímax) aunque algún criticón pueda decir que algunos puntos de la historia están resueltos a hachazos. Como dijimos cuando hablamos de la primera de esta nueva etapa, tampoco hay patrioterismos ni banderas (por el contrario, hay un chiste sobre lavar la bandera), y una buena escena maternal de Sally Field como la tía May, joven y activa, lejos de las representaciones de abuelitas algo extraviadas.
Como extra está el cameo típico de los filmes marvelianos de Stanley Martin Lieber: Stan Lee, “The Man”, el cerebro que hace cinco décadas tuvo una hemorragia de creatividad y como guionista y escritor y editor multitarea generó personajes inolvidables e historias que, con las actualizaciones del caso, siguen dando combustible para la máquina de sueños.