Mariela Goy Luciano Andreychuk
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Desde hace algún tiempo, las escuelas de la ciudad se convirtieron en el blanco del delito: incendios intencionales, robos, destrozos y hasta un tiroteo en la calle que puso en jaque a toda una comunidad escolar. Esos son los últimos episodios resonantes, pero el listado es más amplio e incluye la “naturalización” de situaciones que nada tienen que ver con lo pedagógico. Hay escuelas que se acostumbraron a edificios enrejados como cárceles, al policía en la puerta, a escuchar en las noticias sobre el asesinato de ex alumnos o al movimiento anual de escolares que “migran” de barrio -y de institución- por los conflictos entre bandos familiares que se disputan poder territorial.
“Vivimos una generalizada crisis de valores y la escuela no está al margen. La violencia que se vive en la sociedad argentina es lamentable pero es real e impacta en la educación”. La lectura pertenece a Javier Perino, director de la secundaria Nº 512 Alfredo Bravo (Estrada 2290), del barrio Santa Rosa de Lima. El establecimiento sufrió hace poco un robo y un incendio intencional, que dejó importantes daños.
“En mi opinión, los adultos apostamos en los ‘90 a un proyecto de país que les robó el futuro a los chicos. Hoy, existe un enfrentamiento muy grande tanto ideológico como social. Y la escuela es la caja de resonancia de todo lo que ocurre en la sociedad”, considera Perino.
En la secundaria 512 no hay enfrentamientos entre bandas en las aulas, “pero sí tenemos conflictos barriales irresueltos que se trasladan adentro de la escuela”, dice el director. Perino también nota que el consumo de drogas entre los jóvenes “fue en aumento” y que los adolescentes “están muy solos”, sin límites ni acompañamiento en su crianza.
Contextos peligrosos
La primaria Simón Bolívar está ubicada detrás de los monoblocks del Fonavi Centenario, a pocas cuadras de la escuela Itatí, que el mes pasado vivió un día de terror cuando dos grupos de delincuentes se trenzaron a los tiros frente a la institución, y chicos y maestras terminaron tirados en el suelo para refugiarse. En la Bolívar pasó algo parecido hace un par de años, cuando dos personas en moto dispararon contra el Fonavi. “Hay épocas en que no podemos hacer el recorrido por el barrio con nuestros chicos porque no está garantizada la seguridad”, indica Silvia Sánchez, directora de la Simón Bolívar.
“Esta es una escuela con una matrícula de niños en riesgo social que proceden de los barrios Arenales, San Lorenzo, Chalet, Varadero Sarsotti, Villa Centenario y unos pocos del Fonavi. Estamos acostumbradas a las problemáticas vinculadas con la situación de vulnerabilidad de nuestra matrícula. Pero nunca en 25 años que trabajo aquí, hemos tenido tantas muertes seguidas de ex alumnos. De los 7 ú 8 asesinatos que hubo este año, la mitad de ellos hizo su primaria aquí”, sostuvo Sánchez, aún impactada por el dato.
En el noroeste de la ciudad, una escuela impresiona porque parece una jaula. La técnica Nº 387 de San Agustín está toda blindada con rejas y, de no ser porque los enrejados y barrotes fueron pintados de azul, y no son grises ni están oxidados, parecería un presidio. “Yo sé que nuestra escuela parece una cárcel de afuera, pero es la única forma de proteger a nuestros alumnos, docentes y bienes materiales”, explica su director, Jorge Urrutia.
“Afortunadamente, por el momento no hemos tenido episodios de inseguridad. La escuela está enrejada por una cuestión de seguridad”, dijo Urrutia. A esa técnica asisten 326 alumnos.
Los chicos se van
Las rivalidades barriales generan oleadas de migración que arrastran a los chicos con ellas. En la Simón Bolívar, desde que empezaron las muertes, unos 60 alumnos se fueron a otras escuelas por la mudanza de sus familias. “También sabemos que hay gente que no puede pasar por el Fonavi o que desde San Lorenzo no puede transitar por Chalet. Es una problemática muy de fondo, social y de mucha vulnerabilidad. En ese sentido, nuestros chicos están en riesgo”, aduce Sánchez.
Igual diagnóstico de situación traza el director de la escuela Pascual Echagüe (Entre Ríos 3642), a la que asisten chicos de San Lorenzo, Chalet y Arenales. “Tenemos una movilidad de 50 ó 60 alumnos por año: cada tanto se mudan a La Lona, La Guardia, Santo Tomé; a veces vuelven cuando todo se tranquiliza. Algunas casas las abandonan y después son intrusadas por las bandas”, sostiene el director de la Echagüe, José Luis Troncoso.
“Ahora es preocupante el tema de la violencia y los chicos no pueden estar en la vereda, no tienen club, no tienen plazas. Jugar al fútbol en la calle es imposible porque a cualquier hora del día se arma una balacera y siempre los que terminan heridos y graves son los inocentes. Así hemos perdido a nuestro alumno Marquitos, dos años atrás, y a varios ex alumnos”, acota.
Naturalización
Afuera de la escuela Nº 1234 Prof. Luis Ravera (Tte. Loza 7500), un policía bosteza su modorra apoyado contra un árbol. Su turno es rotativo, porque allí hay guardia policial las 24 horas. Esa institución primaria recibe unos 800 alumnos de San Agustín I y II, La Ranita y la Tablada, al noroeste de la ciudad. Está toda enrejada. Además tiene una alarma monitoreada por la Municipalidad.
“La guardia policial nos viene bien, nos sentimos cuidados. Yo sé que no es habitual que un policía tenga que vigilar una escuela. Pero las cosas en el barrio son así”, advierte Graciela López, directora. La vice, Adela Bonet, trabaja en la primaria nocturna. “A eso de las 20.30 esto parece tierra de nadie. Hay mucho temor a la salida. Se acrecienta más el problema porque está más oscuro. Se escuchan corridas y tiroteos en el barrio”, relata.
Álvaro Salazar es docente de 6º grado. Escucha en el aula los testimonios de sus alumnos sobre cómo viven su infancia en ese conflictivo distrito de la ciudad. “Si bien acá adentro nunca padecimos un episodio grave de inseguridad, sí escucho los relatos de los chicos. Cuentan que se escuchan tiros desde las 18, y desde esa hora ya no salen a la calle; conocen quienes son los ‘narcos’ del barrio, así los llaman”, dice.
El docente asegura que los alumnos relatan esas vivencias crudas como algo natural, cotidiano. “Es decir, ellos tienen naturalizado el estado de inseguridad. Es algo muy grave, porque todo lo cuentan sin ningún asombro, sino como algo natural de sus vidas. Y muchos chicos me dicen que desearían irse del barrio, por miedo”, indica.
Programa Vínculos
En la escuela primaria Nº 1109 Hipólito Yrigoyen, de barrio Yapeyú, también hay una guardia policial no permanente, “pero cuando necesitamos un policía, mandan uno y viene. Están, y eso nos viene dando seguridad”, coincidieron Analía Hossenlopp, directora de esa institución, y Sergio Acosta, el vice. La inseguridad aparece en las inmediaciones de la escuela, no adentro.
“El Gabinete Social de la provincia nos está capacitando en el marco de un programa llamado Vínculos, que busca generar proyectos de convivencia y de prevención de inseguridad reuniendo las instituciones de Yapeyú, como la vecinal, las escuelas, la parroquia, etc. Es una buena iniciativa”, ponderó Acosta.
El último episodio de robo fue en vacaciones. Desconocidos entraron al comedor de esa escuela y se llevaron ollas y otros objetos. “Tenemos un pedido que vamos a elevar para que nos pongan más rejas en la parte trasera del edificio, que es la parte más vulnerable”, agregó Hossenlopp.