BEATRIZ SARLO EN LA APERTURA DEL ARGENTINO

Barthes: el viaje como traducción imposible

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Beatriz Sarlo en el Paraninfo. Foto: PABLO AGUIRRE

 

Estanislao Giménez Corte

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I

En uno de sus libros de la década del noventa, en “Navegaciones”, Aníbal Ford alude reiteradamente a la figura del homo viator (“rodar tierra, rodar sentido”, escribe), como una suerte de metáfora genérica de las relaciones entre los viajes, los viajeros y una de sus consecuencias casi inevitable: sus escrituras. Puede decirse que parte no menor de la literatura es literatura de viajes. Pero esto no alcanza sólo a la ficción: el género de la crónica moderna, por ejemplo, encuentra uno de sus orígenes en las “Crónicas de Indias”. Unos, los literatos, recrean sus viajes a partir de descripciones de culturas y personas foráneas. Otros, los cronistas, lo hacen pero sin objeto ficcional: cuentan para documentar. Los científicos sociales, ya como diario íntimo, ya como pequeño ensayo, relatan sus traslados, sospechamos, con ánimo de comprender. Roland Barthes, a fines de los sesenta, pensó y escribió el Japón en “El imperio de los signos”.

II

El martes 17 de junio, Beatriz Sarlo, intelectual, escritora, crítica de la cultura (y la enumeración podría seguir) presentó en el Paraninfo UNL, en el marco de la apertura del Décimo Argentino de Literatura, una conferencia sobre “los muchos hombres” que Barthes supo ser: el viajero. Como bien señaló el investigador y programador Paulo Ricci en la introducción, a Sarlo la anteceden sus propios pergaminos, pero aun así, dijo, “voy a caer en la tentación de decir que no necesita presentación”. Como docente, como gestora, como ensayista, dijo Ricci, la performance de la autora de “La máquina cultural” en el campo intelectual de las últimas tres décadas es destacado y reconocido. Pero además, Sarlo -prosiguió- “ha leído en tiempo presente a gran parte de la literatura argentina de los últimos tiempos (...) con una generosa mirada hacia los nuevos autores” -Selva Almada, Hernán Ronsino- que han encontrado en sus textos una mirada crítica de enorme valor. Pese a que fue su “debut” en este ya tradicional encuentro, Ricci (como antes Analía Gerbaudo -docente, investigadora-, y el propio rector de la casa de estudios, Albor Cantard), refirió que la “presencia” de Sarlo en estos diez años había sido notable en debates, tertulias, ponencias y discusiones varias. Finalmente, el presentador fijó la importancia que tuvo para lectores y estudiosos de Juan José Saer la tarea de Sarlo como divulgadora y analista de su obra.

III

Producto de años de docencia y de exposiciones, pero antes producto de años de lectura y formación, Sarlo tiene un discurso oral por momentos fascinante, que combina erudición, humor, referencias a cosas y personas no necesariamente centrales (desvíos) pero que sirven para volver con más determinación al tema central. “Una insistencia fuerte y amical (amigable) fue la que me trajo hasta acá”, dijo la expositora. Hay “una suerte de amistad con la ciudad y con personas como Raúl Beceyro, con la poesía (y luego con la persona) de Hugo Gola, con Marilyn Contardi, con el propio Saer, (que) refuerza con vetas de acero las vetas de seda que puede tramar la literatura”, dijo, bellamente. Barthes, sostuvo, “es uno de los autores que de manera más permanente impactó sobre mi vida, a lo largo de 50 años. Puedo hacer los balances de una persona de mi edad y allí está Barthes, leído de las maneras más diversas. Un eje alrededor del cual me formé: como marxista y barthesiana me definía un amigo”. Sarlo refirió a las primeras ediciones de Barthes en castellano, llegadas a nuestro país en los años 60. “Soy contemporánea de las traducciones, no de las ‘Mitologías’, por caso, que se publicaron originalmente en la década del 50”, explicó. Pese a definirse como “no bibliófila”, Sarlo contó (y mostró) que conserva esas primeras ediciones. “Es una prueba de mi devoción por Barthes”, dijo. Esa devoción también está presente en una suerte de homenaje que la propia autora le rinde a uno de los títulos de sus libros: “El imperio de los signos” del francés encuentra su eco argentino en “El imperio de los sentimientos”, que Sarlo publicó originalmente en 1985 (con reedición en 2000).

IV

“De los viajes de Barthes, me interesan los que hizo al norte de África, al Japón y a China, a mediados de la década del 70”, relató. De esas experiencias surge “una suerte de diario relativamente íntimo, de un Japón hiperconstruido”. Allí se estableció la primera de varias comparaciones posibles: “Barthes, como Borges, es siempre original. Es un inexcusable, un desmarcado que plantea siempre un corrimiento. Un crítico de la doxa que produce un corrimiento de lo esperado. Donde uno los busca, no están. Jamás están respondiendo aquello que se les pregunta. Responden a la tipología del intelectual original. Cortázar y García Márquez, por ejemplo, siempre contestan lo que se espera que contesten. Borges no, Barthes no”, explicó Sarlo. Más adelante, en su alocución, se observaría otra relación posible entre Barthes y Borges: la fascinación común por los haikus (forma poética breve característica del Japón).

“Barthes hace todo lo contrario a un relato de viajes. Éstos, en términos generales, responden al género representativo y realista. Pero Barthes, sin pretender representar nada ni analizar la menor realidad, toma de aquel mundo un cierto número de rasgos y los concibe como sistema. Y dice, a ese sistema lo llamaré Japón”. Es, dijo, “la promesa en contrario de quien va a relatar un viaje”.

“En el caso de Darwin y el Beagle -ejemplificó- éste quiere representar las especies. Es el momento clásico del relato de viajes. Descubren cosas y especies; las descubren para ellos, claro. Lévi-Strauss, aunque era mayor que Barthes y aunque en “Tristes Trópicos” toma la postura dandy de decir que lo hartan los viajes, tiene un modo de representar de manera realista y un talento antropológico. Por ejemplo contó Sarlo, deliciosamente- cuando describe la preparación del mate en Río Grande do Sul, me preparé como quien va a cazar una presa (como lectora, para ver qué decía de algo que conocemos muy bien) y allí se ve su talento. El viaje de un hombre de ciencia es representativo”.

“Pero Barthes hace el giro del original. Trabaja sobre los rasgos y quiere construir un sistema a partir de ellos. ¿Qué es un viaje?, se pregunta: es una recopilación de una enciclopedia de una realidad lejana, una recopilación de sentidos”. Sarlo refirió luego a los casos de Sarmiento y Tocqueville, como representantes de una “riqueza de lo concreto” y como autores con un alto grado de realismo y representación. “Para Barthes, un relato de viajes es ir hacia lo desconocido, sin llegar a conocerlo como localidad. Un ligero vértigo que me arrastra en su vacío artificial, desembarazado, libre. Libre de todo sentido pleno. Barthes goza de aquello que desespera a los otros viajeros; por ejemplo, que no se entienda la lengua. Es un satori (una iluminación), la nada, tolerar el vacío de sentidos y con esos pocos signos construir el sistema. En este sentido, fue un vanguardista, en el límite de las cosas. Es un descenso hacia aquello que no puede ser traducido. Otros hacen el viaje para traducir; Barthes, para afirmar que esa traducción es imposible”. Por ello, para Sarlo, “Barthes no busca el pleno del sentido, busca la fisura, el crack, el lugar donde siempre aparece hundido el significado”. Se propone, explicó, no hacer sociología, ni análisis cultural, ni antropología. “Lo exótico ha tenido demasiado de esto. Se propone no escribir del viejo Japón ni del actual, porque Japón, desde Voltaire, es un barro de mitos. Trabaja con una persistencia en la forma de hacer sistema. No busca símbolos que sean diferentes a los occidentales. No busca un sistema de correspondencia. Se propone pensar el Japón como si fuera un sistema de raíz no indoeuropea (...) Lo que Barthes descubre es una forma poética, el haiku: la semilla de la cual, si prende, puede salir un relato; éste no admite comentarios, no se pueden hacer sobre él paráfrasis. Barthes cuestiona que la crítica literaria haga paráfrasis (qué quiso el texto decir). El haiku interrumpe, es una fractura del sentido”.

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Roland Barthes. Foto: Archivo El Litoral

Las traducciones

  • “Barthes, como escritor traducido, viajó de Argentina a México en las ediciones de Siglo XXI (esas ediciones volvieron a publicarse en el país después de la dictadura). Fue traducido por Nicolás Rosa, Eliseo Verón, José Bianco y Héctor Schmucler. Éste es el viaje que Barthes no esperó (que no hizo) pero que modeló nuestras vidas”, dijo la autora.