Preludio de tango
Preludio de tango
El machismo y el tango
Manuel Adet
Se me ocurre que es innecesario desconocer la marca del machismo en el tango. Es más, los tangueros no lo niegan y no son pocas las letras donde, además, se jactan de ello. Sin embargo, hay matices y en algunos casos testimonios sorprendentes que plantean otras perspectivas, otra mirada respecto de la relación entre el hombre y la mujer y, muy en particular, la mirada del hombre respecto de ellas.
Es verdad que el tango es cosa de hombres, como se dijo alguna vez. Hay una reivindicación de la hombría, de la ceremonia de la amistad entre hombres y desde ese lugar resulta previsible el deslizamiento hacia la misoginia, el machismo y una de sus variantes más lastimosas: el resentimiento contra las mujeres. Sobre ese tema nadie debería sorprenderse demasiado: los grandes poemas del tango pertenecen en su mayoría a la primera mitad del siglo veinte y el machismo entonces no era un patrimonio exclusivo del tango, estaba incorporado a la sociedad y atravesaba a todas las clases sociales.
Importa ahora destacar algún puñado de poemas que permiten registrar otro punto de vista, más matizado, más justo, más humano con relación a las mujeres. Los tangos a los que me voy a referir no son marginales, flores exóticas en el paisaje del dos por cuatro. Por el contrario, todos han sido muy populares, interpretados por las grandes orquestas y los mejores cantores.
“Que me importa tu pasado” es un poema escrito por Roberto Giménez con música de Manuel Sucher. El título mismo es un alegato en contra de uno de los mitos machistas más nocivos; la exigencia de la mujer virgen y la condena rápida, impiadosa y concluyente a la que “pecó”. Hay una estrofa elocuente presente en el estribillo: “Qué me importa tu pasado, no llorés mi buena amiga, no es un crimen ser golpeado ni es delito haber rodado en las vueltas de la vida. Qué me importa tu pasado, si yo que nunca aflojé, si te ofende algún cobarde te lo juro por mi madre me planto donde me ves”. Las versiones de Ángel Cárdenas con Aníbal Troilo y Julio Sosa con Armando Pontier, son excelentes.
“No me hablen de ella” es un tango cuya letra y música pertenecen a Jorge Moreira. La primera estrofa es toda una declaración de principios: “No gasten palabras, ni pierdan el tiempo, hablándome de ella porque ella es mi amor. Que importa si viene de un triste pasado, yo también regreso de un mundo de horror. Soy hombre y me pongo en juez y culpable, mil bocas mintieron porque yo mentí, no puedo juzgarla porque yo he rodado y sé lo que cuesta con honra vivir”. Rodolfo Lesica con Héctor Varela y Jorge Maciel con Osvaldo Pugliese, han grabado versiones de muy buena calidad.
“La última” es un tango de Julio Camilloni y Antonio Blanco. “Ya no puedo equivocarme, sos la última en mi vida” dice en sus primeros versos un hombre que sabe que al final del camino ése es un lujo que no puede permitirse. Después agrega: “Sos la última moneda que me queda por jugar, si no gano tu cariño la daré por bien perdida, ya que nunca más la vida me permitirá ganar”.
No hay margen para el machismo y las compadradas. Mucho menos para despreciar a la mujer por prejuicios tontos y desalmados. “Sos la última y espero, que me traigas la ternura, ésa que he buscado en tantas y que no pude encontrar, yo no quiero pasionismos ni amoríos ni aventuras, yo te quiero compañera para ayudarme a luchar”. Ni sirviente ni objeto amoroso; compañera, de igual a igual.
Si alguna duda queda, la siguiente estrofa la despeja en toda la línea: “No me importa tu pasado, ni soy quién para juzgarte, ya que anduve a los sopapos con la vida yo también. Además hay un motivo para quererte y cuidarte, se adivina con mirarte que no te han querido bien”. La militante feminista más enconada no vacilaría en aprobarlo a libro cerrado. Aconsejo la versión de Ángel Cárdenas con Aníbal Troilo, pero la de Jorge Durán con Armando Pontier merece la atención del tanguero más exigente.
“Mala suerte” es un tango de 1939 escrito por Francisco Gorrindo con música de Francisco Lomuto. Lo novedoso de este poema es que el hombre parece reunir todos los atributos del machista clásico: calavera, milonguero, farrista, y podemos permitirnos la licencia de agregarle unos cuantos atributos más. Sin embargo, su relación con la mujer que termina de dejarlo no es machista y mucho menos resentida. “Se acabó nuestro cariño me dijiste fríamente, yo pensé pa mis adentros puede que tengas razón, lo pensé y te dejé sola, sola y dueña de tu vida, mientras yo con mi conciencia me jugaba el corazón”. ¿Machista? No lo creo. Y no lo creo porque él está dispuesto a pagar el precio por su elección de vida. La última estrofa disipa cualquier duda al respecto: “He tenido mala suerte, pero hablando francamente, yo te quedo agradecido has sido novia y mujer; si la vida ha de apurarme con rigores algún día, ya podés estar segura que de vos me acordaré”.
Está claro que el muchacho protagonista de este tango no es lo que se dice el mejor yerno del mundo, pero su relación con las mujeres no es la de un energúmeno. Julio Sosa con Francisco Rotundo, logra en 1959 la versión más divulgada y, a mi criterio, la más lograda. Pero a este tango también se le animaron en el pasado Jorge Omar con Francisco Lomuto y unos años después Ernesto Fama con Francisco Canaro.
Para concluir, me referiré a lo que muchos calificaron como un poema existencialista, un poema que Jean Paúl Sartre hubiera ponderado sin sacarse la pipa de la boca. Se trata de “Infamia”, con letra y música de Enrique Santos Discépolo, como no podía ser de otra manera. Edmundo Rivero con Atilio Stamponi y Floreal Ruiz con Francisco Rotundo, son los grandes intérpretes de este poema terrible.
“Infamia” no pretende ser un alegato a favor de la mujer, pero la sensibilidad, el dolor y la compasión que expresa está en las antípodas del machismo en sus versiones clásicas.
“La gente que es brutal cuando se ensaña, la gente que es feroz cuando hace un mal, buscó para hacer títeres en su guiñol la imagen de tu amor y mi esperanza”. También en este caso al hombre le importa la condición humana de la mujer, no su pasado supuestamente pecaminoso. No es un detalle. El primer síntoma de un machista se expresa en estos celos retrospectivos del hombre que con inspirada retórica supo plantear Alfonsina Storni: “Tu me quieres blanca, tu me quieres pura.”
Después dice: “A mí qué me importaba tu pasado, si tu alma entraba pura a un porvenir, dichoso abrí los brazos a tu afán y con mi amor, salimos de payasos a vivir”. El final es conmovedor: “Tu angustia comprendió que era imposible, luchar contra la gente es infernal, por eso me dejaste sin decirlo, ¡amor! y fuiste a hundirte al fin en tu destino. Tu vida desde entonces fue un suicidio, vorágine de horrores y de alcohol, anoche te mataste ya del todo y mi emoción, te llora en tu descanso.¡corazón!” ¿Qué tal? Sólo Discépolo es capaz de escribir semejante testimonio sobre el dolor, el fracaso y la muerte. Justamente él, cuya relación con Tania fue muchas cosas, menos la de un machista.