La selva en llamas
La selva en llamas
LEJOS DE LA ESPECTACULAR PROMOCIÓN QUE HAN TENIDO PELÍCULAS NACIONALES RECIENTES COMO “MUERTE EN BUENOS AIRES” Y “RELATOS SALVAJES”, SE ESTRENÓ UNA DE LAS MEJORES PELÍCULAS ARGENTINAS DEL AÑO: EL TERCER LARGOMETRAJE DE PABLO FENDRIK.
Fotos: Gentileza producción
Rosa Gronda
La historia transcurre en algún lugar impreciso de la selva misionera entre Argentina, Brasil y Paraguay, donde una mezcla de chamán y guerrero solitario (Gael García Bernal) llega a una precaria pero extensa finca tabacalera, en el difícil momento en que un grupo de mercenarios está acosando a los indefensos propietarios (un padre y su hija adolescente) para robarles sus tierras. El imponente marco de la selva misionera y los mercenarios dispuestos a despejarla de sus habitantes originarios genera situaciones ideales para que florezcan los condimentos esenciales del western: la venganza espectacular que desemboca en un duelo épico entre villanos y justicieros.
La película apuesta al cine de género con encuadres, planos y personajes aventureros pero también toma algunas licencias y tiene ciertas zonas de realismo mágico, donde la tensión del relato se orienta hacia una búsqueda más personal e inclasificable. El tratamiento del personaje central es por lo menos extraño y roza lo sobrenatural: cómo se lo presenta: emerge del río, tiene conocimientos medicinales y guerreros; actúa sólo cuando es imprescindible; su mirada siempre va más allá de la situación en que se encuentra y no se ata a relaciones individuales. Su armoniosa relación con el tigre carnicero y con las plantas curativas interna en un clima que trasciende lo puramente beligerante.
Con vena mística y social
Fendrik sostuvo que el suyo “es un western atípico donde ocurren cosas que no siguen al pie de la letra los cánones del género. La película dialoga con ese molde, la fotografía deslumbra con sus localizaciones y expone una interesante vena mística sobre las culturas indígenas de México, América Central y Sudamérica, donde los nahual eran los intermediarios entre los vivos y los muertos, compañeros en el mundo espiritual y protectores a los que se invoca en caso de peligro.
García Bernal encarna a un personaje mitológico, una especie de “nahual”, la versión humana de un jaguareté, donde se establece un vínculo con lo sagrado.
Paralelamente, si bien los términos ecológicos no condicionan sino que se desprenden, se deducen de la historia, Fendrik desarrolla un alegato que denuncia la destruccion sistemática de la naturaleza. El director declara haber buscado durante casi un año una zona selvática intacta de Misiones para poder filmar, porque el 80% de la flora originaria fue arrasada para plantar pinos. In situ, el realizador pudo apreciar de primera mano las historias de mercenarios que han hecho fortunas injustas que fueron motivo de inspiración para la trama.
El drama social, el contenido telúrico, la integridad del héroe, el paisaje imponente acercan a “El ardor” a ese tipo de cine de grandes ambientes que se pone del lado del desposeído y que lleva al espectador a identificarse contra el usurpador, despertando la resistencia a la injusticia del poder que se impone por la fuerza.
Como en la modélica película social de Mario Soffici “Prisioneros de la tierra” de 1939, la selva misionera no es simplemente un escenario, sino lo que da sentido a todo el drama y obliga a un rodaje estoico que también demuestra la ejercitación de los músculos, entre enjambres de mosquitos desafiando la paciencia.
“El ardor” retoma esencialmente el eterno conflicto entre naturaleza y civilización, partiendo de leyendas ancestrales que recuperan el espíritu americano y reavivando el cine de aventuras, sumando una subtrama romántica donde Gael García Bernal y Alice Braga aportan mucho más que la perfección estética de sus hermosos cuerpos.
“El ardor”
excelente
El ardor