Preludio de tango
Antonio De Marchi, el barón del tango
Preludio de tango
Antonio De Marchi, el barón del tango
Manuel Adet
La leyenda cuenta que el pasaje del tango desde el barrio al centro no fue espontáneo. La intervención de algunos hombres pertenecientes al mundo intelectual o al universo de las clases altas fue decisiva para permitir que las clases más acomodadas aceptasen una música que en sus orígenes se confundía con el hampa y los bajos fondos y sus manifestaciones bailables y poéticas eran consideradas procaces y, en alguno punto, pornográficas.
También pertenece al campo de la leyenda, afirmar que el tango primero fue aprobado en París y con esas credenciales respetables regresó a Buenos Aires para ser aceptado por las clases altas. Habría que agregar -por último- una observación: el tango que en los años veinte estuvo presente en los grandes salones poco y nada tiene que ver con las versiones originales. La transformación se da en todos los niveles: en la música, los versos y el baile. Ganar respetabilidad -en este caso- significó calidad musical y poética y una renovada estética bailable. Así se explica que “el reptil de lupanar”, según la calificación escabrosa de Leopoldo Lugones, se transforme en la música del Río de la Plata y en la principal credencial cultural de los argentinos a la hora de presentarse en cualquier parte del mundo.
A decir verdad, el tango conquista su definitiva identidad a través de un complejo proceso cultural en el que están presentes músicos, poetas, dramaturgos y personajes de la aguerrida y deliciosa bohemia de entonces. Capítulo aparte merecen los “niños bien” que comprometen sus relaciones, sus recursos y su propio encanto para hacer del tango la gran música nacional. Antonio de Marchi, el barón De Marchi, fue el representante más genuino de este proceso.
Nació en Pallenza, Italia, el 25 de agosto de 1875, pero antes de fin de siglo ya estaba viviendo en Buenos Aires, la ciudad en la que no era un forastero ya que por tradición y linaje estaba relacionado con familias de la elite porteña. Su abuelo, don Silvestre, llegó a Buenos Aires en los tiempos de Bernardino Rivadavia e instaló una droguería que durante años llegó a ser la más importante de la ciudad.
Su padre, Antonio, se casó con Mercedes Quiroga, hija del desvelado Tigre de Los Llanos. Nuestro personaje contrajo nupcias con María Roca, hija de Julio Argentino. Antonio desde muchacho se reveló como un niño bien. Elegante distinguido, culto, fue amigo de Jorge Newery, motivo por el cual cuando éste acompañado de Aarón Anchorena- decidió volar con su globo Pampero, el despegue lo hizo desde uno de los campos de la familia De Marchi.
Amigo de los deportes, de la esgrima, el boxeo, el polo y, más adelante, de los autos, ninguna de esas satisfacciones le impidió vivir de noche, frecuentar ambientes nocturnos poco respetables y relacionarse con personajes menos respetables aún. Como todo “niño bien”, De Marchi gustaba de pasar largas temporadas en Europa y, muy en particular, en su glorioso París. Para esos años, músicos, cantores y aventureros de todo pelaje marchaban hacia la Ciudad Luz, deseosos de ganarse unos pesos. A diferencia de ellos, De Marchi no viajaba a Europa para ganar plata sino para gastarla.
En ese contexto creció y maduró su relación con el tango. Fue compañero de correrías de Pizarro, De Caro, Gardel, Contursi, Arolas y Cadícamo. Al muchacho le gustaban todas y no le decía que no a nada, pero a diferencia de sus pares de clase, en Buenos Aires nunca se arrepintió de lo que hacía en París, motivo por el cual se transformó en su ciudad, en un verdadero militante del tango.
En 1912, De Marchi organiza en el mítico Palais de Glace una de esas veladas tangueras que él descubrió en París. En la ocasión, estuvo presente la orquesta del maestro y bandoneonista Genaro Espósito. Lo acompañaban Vicente Pacci con el violín y Guillermo Saborido el hermano de Enrique- en flauta. Puede que esa noche haya estado presente en el Palais de Glace, Bautista Deambroggio, es decir Bachicha. Pero más allá de los detalles, lo cierto es que de la mano del barón De Marchi, el tango empezaba a ser aceptado por la elite porteña.
Al año siguiente organiza desde la presidencia de la Sociedad Sportiva, el primer gran concurso de tango. El espectáculo se realiza en el Palace Teathre de calle Corrientes. La orquesta de Carlos Marchal pone la música para los bailarines que participan del concurso. Allí están presentes Francisco Ducasse, Juan Carlos Herrera, César Ratti y Argentino Podestá. Herrero será el ganador de este concurso de baile en el que participaron más de sesenta bailarines. También recibirán reconocimientos, jóvenes músicos como Francisco Canaro y Vicente Greco. El premio a la música lo gana José de Wabrin con “El Tony”. La otra mención será para Maglio, más conocido con el apodo de Pacho. En estas jornadas nocturnas está presente una platea novedosa para el género. Particular curiosidad despierta la presencia de la señora Esther Lavallol de Roca, suegra del organizador de la fiesta.
No eran buenos tiempos para divulgar el tango. Sacerdotes y obispos lo habían desacreditado y prohibían a sus fieles bailar esa danza pornográfica. Intelectuales como Manuel Gálvez y Carlos Ibarguren lo descalificaban con los peores términos, mientras el reconocido escritor costumbrista, Fray Mocho, aseguraba que antes de 1915 el tango desaparecería de la Argentina, constituyéndose -dicho sea de paso- en el primer vaticinador de la muerte del tango; el primero pero no el último, aunque muy a pesar de ellos el tango seguirá gozando de muy buena salud.
La contribución de De Marchi a favor del tango es importante para la mayoría de sus biógrafos. El hombre fue todo un personaje de su tiempo, pero así como supo ganar afectos y lealtades, también conquistará empecinados enemigos, muchos de los cuales niegan en toda la línea sus aportes a la divulgación de un tango legitimado por las clases altas.
De Marchi fue tanguero, trasnochador y simpático, pero también fue un reaccionario en toda la línea. En 1910 integró públicamente la patota de “nenes bien” que con la complicidad de la policía de entonces se dedicaron a incendiar locales y bibliotecas anarquistas y socialistas. El malón de chicos patricios no perdonó a rusos y judíos considerados portadores de males bíblicos. De Marchi entonces participaba de la Sociedad Sportiva y consideraba que socialistas, judíos y anarquistas eran algo así como una peste social.
No conforme con ello, nunca disimuló sus simpatías por Mussolini. Sus críticos aseguran que el título de barón que exhibía se lo había otorgado el Duce por los patrióticos servidos prestados; otros aseguran que la distinción nobiliaria se la otorgó el rey Víctor Manuel. En cualquiera de los casos, estas adhesiones le valieron enemigos enconados y persistentes. Antonio de Marchi murió el 21 de febrero de 1934.