La familia en riesgo de extinción
Todos los integrantes de la familia protagonista de “Alexander y un día terrible, horrible, malo ¡muy malo!”, dirigida por Miguel Arteta.
Foto: Gentileza Walt Disney Pictures
Laura Osti
Una fábula de Disney adaptada a los tiempos que corren. Una familia tipo norteamericana que hace malabares para sobrevivir en un medio que conspira por todos los frentes contra, precisamente, la estructura familiar y sus roles internos y externos. Y un director de origen portorriqueño con un apellido impronunciable.
Ben (Steve Carell) es el papá y Kelly (Jennifer Garner) es la mamá de cuatro niños. Uno de ellos, Alexander (Ed Oxenbould) está en vísperas de cumplir 12 años y justamente ese día, anterior a su cumpleaños, es el que da título a la película, todo le sale mal, como si estuviera me... por los perros, diríamos por estas tierras.
En la casa es ninguneado por los demás, que están metidos en sus propios asuntos. Papá es un físico espacial desempleado que, mientras mamá trabaja en una editorial que publica libros para niños, cuida del bebé (que todavía no camina), de la casa y de los otros hijos. El mayor es un adolescente que está todo el día pendiente de su novia y de su inminente examen para obtener la licencia para conducir autos. Y la hermana que le sigue, está absorbida por su participación como actriz en una comedia para una fiesta escolar.
Alexander empieza el día con un chicle pegado a su cabello y las cosas irán empeorando a medida que avancen las horas. En la escuela es víctima de bulling, de parte de su peor enemigo: otro chico que ha organizado una fiesta en su casa justo el mismo día del cumpleaños de Alex, sólo para robarle todos los invitados y fastidiarlo. Hasta su mejor amigo y la chica que le gusta le avisan que irán a la fiesta del otro.
Con total desánimo, el niño espera encontrar en su familia algo de comprensión y ayuda en su peor momento, y sólo recibe desplantes. Una vez más, todos están metidos en sus propios asuntos, y no quieren ni enterarse de lo que le pasa a él. Y lo peor de todo es que papá y mamá cultivan un optimismo militante que pasa por encima de las dificultades, no para resolverlas, sino directamente para negarlas.
Entonces el chico, a medianoche, en el primer minuto de su día de cumpleaños, hace un festejo solitario en la cocina, mientras todos duermen, pidiendo un deseo vengativo: que todos los integrantes de la familia tengan un día malo muy malo para que así entiendan cómo se siente él.
Y como por arte de magia, las cosas empiezan a ir según el deseo de Alexander. Todos tienen un día terrible. Las cosas se complican y se ponen cada vez peor, hasta que al final, el niño, avergonzado y con sentimiento de culpa, les confiesa a sus familiares su acto de maldad. Como era de esperar, ninguno está dispuesto a admitir que la travesura de un chico como Alexander pueda tener tanto poder para influir en sus asuntos y empiezan a repartirse culpas entre ellos.
Bueno, la cuestión es que al final del día y cuando todo parecía que iba directo al mismo infierno, las cosas se acomodarán y hasta Alexander tendrá su fiesta de cumpleaños con total éxito (porque hay que decir que el día maldito también afectó a su rival).
La comedia es absolutamente predecible, bastante sobreactuada, con moraleja típica de Disney y una crítica implícita, aunque no muy ácida, a los males de la vida moderna, en la que se desdibujan los roles parentales, el éxito fácil y el dinero se llevan todo puesto, y los teléfonos celulares tienen más protagonismo que las personas.
Una mención especial merece el bebé, por lejos, el mejor actor del elenco y el más simpático.