Epifanías

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Diego Colomba

Foto: Archivo El Litoral 

Por Julio Anselmi

“Inmemorial”, de Diego Colomba. Baltasara Editora. Rosario, 2015.

La nostalgia no goza actualmente de prestigio, ni de prestigio existencial ni de prestigio literario. Es fácil y es una trampa, como puntualiza Diego Colomba en uno de los poemas de su Inmemorial. Es un sentimiento que ante cualquier golpe bajo puede llevarnos a pisar el palito del estremecimiento (bastaría, por ejemplo, que trinara el corbatita en la hierba rala). ¿Cuál es entonces la forma más justa, digamos más poética, de rever un buen y rico pasado? Ésa es justamente la principal respuesta de este hermoso libro de poesía.

La cita de Cesare Pavese que abre el poemario no es casual. Inmemorial nos habla de la mitología personal que puede crearnos la niñez para quien haya tenido la suerte de crecer en un marco eglógico de naturaleza o haya sido capaz de inventárselo. Para quien alimente su memoria del sabor agrio de racimos de uvas pequeñísimas, con fuertes imágenes y sensaciones, en suma, que están más allá de cualquier elucubración lingüística (“No hay palabras en la patria de la infancia”). Como para el Marcel de Proust, una sensación (pero casi como una ironía, es la del olor a zorrino) lleva al poeta (al narrador) a hundir sus pasos en la tierra natal.

Breves, concisos, de límpidas y definidas imágenes de la naturaleza que ilustran una secuela de consideraciones íntimas (que a la vez irradian mayor vivacidad a la enumeración elegíaca), los poemas de Inmemorial no pocas veces recuerdan los destellos de los poemas orientales: “En las horas más baldías / los colores del corazón”.

Dividido en cinco partes, Inmemorial es un tratado de poética, como señala Carlos Battilana en la introducción, rastreando su tradición en la gauchesca del siglo XIX, el sencillismo de Baldomero Fernández Moreno y en la luminosa melancolía de Campo nuestro, el extenso poema de Oliverio Girondo.