“En tus zapatos”
“En tus zapatos”
Desventuras de un laburante
Max Simkin (Adam Sandler) descubriendo la magia que se escondía en su taller de zapatero remendón.
Foto: Gentileza Image Entertainment
Ignacio Andrés Amarillo
El folclore judío de la Mitteleuropa es generoso en historias de sastres (y oficios similares) que reciben una gracia de algún desconocido que termina siendo un ángel, en parte como compensación de las penurias cotidianas. En ese basamento se apoyaron Thomas McCarthy (también director) y Paul Sado para disparar el guión de “En tus zapatos”. La cinta arranca a principios del siglo XX, con una reunión secreta de inmigrantes hablando en ídish sobre problemas con un propietario inmobiliario, piden al zapatero del grupo que ayude, entregándole una muestra del calzado del sujeto en cuestión. Puesto manos a la obra, le contará a su hijo que su padre ayudó a un vagabundo y al otro día encontró una máquina de coser suelas como regalo de “un ángel”.
Ya en el presente, nos encontramos con Max Simkin, zapatero del Lower East Side neoyorquino, en una zona que está cambiando a nivel inmobiliario. No se preocupa tanto por eso: está peleado con su vida y con el trabajo que heredó de su padre, que lo abandonó con una madre que ahora está bastante “perdida” en el tiempo y el espacio. Hasta que un día un gángster negro le deja sus zapatos de cocodrilo y, cuando se le rompa la máquina, tratará de coserlos con un viejo aparato que encontró en el sótano.
Como el lector podrá ir imaginando, esa es la máquina de sus ancestros, y el poder que tiene es el de dar la apariencia del dueño del calzado con ella reparado. Con ese disparador, Max se meterá en una serie de aventuras que lo involucrará primero con el hampón y de allí con una trama que lo unirá con la chica que desde el primer momento está llamada a ser el interés romántico del protagonista: una activista barrial latina llamada Carmen, de entrada la contracara de Taryn, la novia del vecino.
Algo visto
Y ahí entramos en el problema. Porque a la media hora la trama está medio previsible (al final la vecinita termina siendo menos importante de lo esperado, lo único) y vista, en muchos casos en otras películas estelarizadas por el propio Adam Sandler. Dentro de cierta línea de “comedia edificante”, donde un elemento sobrenatural (como el control remoto en “Click”) rompe la vida cotidiana, dispara las desventuras y hace que el protagonista se encuentre a sí mismo y decida cambiar su destino mientras ayuda a otros. Sí, también hay algo de ese ADN en filmes como “La vida secreta de Walter Mitty”, donde Ben Stiller es el soltero cuarentón y rutinario.
Es cierto que después la historia se abre para otros lados, donde Max tiene que ser el héroe de la jornada y se revelará el enigma de su padre. Pero todo eso de una manera un poco desaforada y forzando el verosímil.
Otro tema es el recurso de “continuidad” del protagonista: un sobretodo y una bufanda que le fueron obsequiados son los elementos que le dice al espectador que ese es efectivamente Max, aunque sólo en un par de casos tomará la apariencia de personajes que entran en la trama. Alguno dirá que es medio de dibujo animado, pero digamos que funciona.
Figuras
En medio de todo esto, un elenco con figuras la pilotea, con más o menos posibilidad de lucirse. Steve Buscemi es uno de los que más tiempo en pantalla tiene, como el barbero Jimmy (también con algunas revelaciones), vecino de la zapatería. Dustin Hoffman como Abraham, el padre de Max, apenas hace un par de apariciones en piloto automático.
Melonie Diaz luce bonita y auténtica como Carmen, la heroína ideal para este filme, mientras que la incombustible Ellen Barkin construye una villana de manual en la piel de Elaine Greenawalt, magnate inmobiliaria. Por su parte, Cliff “Method Man” Smith plantea a su Leon Ludlow como un gánster de manual (casi en el límite de la estigmatización, podría decirse desde el progresismo).
Por último, Lynn Cohen tiene algún momento como para enternecer encarnando a la mamá de Max, mientras que Kim Cloutier genera curiosidad como la bella vecina.
El disparador para el director y guionista, según contó él mismo, fue la idea de que para comprender a alguien, hay que haber caminado en sus zapatos (que no viene de la tradición judía, sino de los sioux de las Grandes Praderas). Bueno, eso no tiene nada que ver con el argumento. Pero hay una puerta abierta a la secuela, por ahí a lo mejor todo se desarrolla ahí.
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“En tus zapatos”