La vuelta al mundo
La vuelta al mundo
Estados Unidos se saca una molestia de encima
Los presidentes de EE.UU., Barack Obama, y de Cuba, Raúl Castro. Cuba sabe que la globalización es una realidad insoslayable y se prepara para involucrarse en ella. Lo hará a su manera, pero lo hará. La apertura comercial ya se ha iniciado. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
Sólo a la Señora Cristina se le puede ocurrir que el reciente acuerdo de Barack Obama con Raúl Castro es una victoria de la revolución cubana. Para que así fuera, sería necesario -por ejemplo- que en Cuba haya una revolución activa, cosa que si alguna vez la hubo falleció por inanición, despotismo y pobreza hace muchos años. Hoy, Cuba no discute la emancipación de los trabajadores, la constitución del hombre nuevo o un orden social igualitario. Si algún debate hay, éste gira alrededor de cómo compaginar la dictadura política con una economía de mercado.
Sesenta años de dictadura, sesenta años de despotismo con paredones, campos de trabajos forzados, exiliados y represión interna; sesenta años con una sociedad civil despolitizada y sometida, para arribar a la conclusión de que la economía de mercado es necesaria, pero eso sí, sin libertades políticas y civiles. La Cuba del “huracán sobre el azúcar”, la patria socialista del Che, el único territorio liberado de América Latina, hoy no es más que una lamentable dictadura tropical gobernada por ancianos despóticos y algo chiflados.
¿Nada para rescatar? Según sea el punto de vista que se mire. La toma del poder en 1959 se hizo en nombre de la libertad y la democracia. Ninguna de esas banderas se respetó, pero el impulso revolucionario en clave leninista o stalinista promovió reformas sociales interesantes en el campo de la educación y la salud, por ejemplo. Todo muy lindo hasta que llegó el momento de debatir cómo se financian estos avances. La “solidaridad de la URSS” fue una respuesta tentativa que permitió alentar la ilusión de que todo era posible. Después, los hechos demostraron que las imposibilidades materiales existen y que en el laboratorio social cualquier iniciativa debe hacerse cargo, en primer lugar, de sus costos.
Si el acuerdo con Obama no es una victoria de Cuba, ¿es acaso una victoria de EE.UU.? Tampoco lo es, porque EE.UU. no ganó ahora, ganó en 1990 cuando se derrumbó la URSS y, por ese camino concluyó la llamada guerra fría, con un ganador y un perdedor. Por lo tanto, estos acuerdos son apenas un trámite para poner fin a anacronismos que deberían haber concluido hace, por lo menos, un cuarto de siglo. Cuba ya no da miedo, da lástima; Cuba no crece, sobrevive. La otrora esperanza revolucionaria para América Latina es un fracaso económico, social y político en donde lo único que sobrevive intacto es el dictador y la dictadura, con su afilado aparato represivo y sus eficaces servicios de inteligencia, de donde, seguramente, surgirán los nuevos líderes políticos, porque en estos regímenes, el héroe se suele confundir con el verdugo.
Lo que acaba de hacer EE.UU. con Cuba, por lo tanto, es sacarse un problema de encima, una cascarita en el zapato, para ser más preciso. Al exilio cubano la decisión no le gustó, pero a estos señores habría que recordarles que durante casi cincuenta años EE.UU. sostuvo, financió y acompañó las conspiraciones de los llamados “gusanos”. Los resultados están a la vista: los Castro intactos y los exiliados financiando con remesas a sus desafortunados parientes residentes en la isla.
EE.UU. hoy sabe que Cuba no representa ninguna amenaza para su seguridad interna y para la seguridad hemisférica. Es verdad que se trata de una dictadura que no incluye en sus planes inmediatos y mediatos dejar de serlo. También es verdad que Cuba no va a dar una respuesta a las expropiaciones realizadas contra empresas norteamericanos en los inicios de la revolución. Todo esto es cierto, pero a esta altura de los acontecimientos, EE.UU. está dispuesto a dejar pasar estos reclamos porque su objetivo central es normalizar las relaciones con una isla que, con todo respeto, es apenas un barrio de algunas de sus ciudades más populosas.
La normalización interna incluye la única libertad que el régimen tiene previsto reconocer: la libertad religiosa y, sobre todo, la libertad de la Iglesia Católica para practicar su fe. El acuerdo pudo lograrse gracias a las progresivas concesiones mutuas. Los Castro dejaron de perseguir a los católicos y, sobre todo, a sus jerarquías religiosas, pero los católicos cubanos, a través de sus máximas autoridades locales y con el visto bueno del Papa, dejaron -en realidad, si le vamos a creer a los disidentes, dejaron hace rato- de denunciar las persecuciones. Tarde, los Castro advirtieron que si a los católicos se les deja practicar su religión, sus sacerdotes y obispos reducen al mínimo las denuncias sociales y políticas.
Pendiente para el futuro queda Guantánamo, ese territorio que EE.UU. ocupa desde principios de siglo pasado y que, según los entendidos, los yanquis estarían dispuestos a ceder porque su exclusiva utilidad en los últimos años fue la de cumplir funciones de presidio, una tarea insostenible para el futuro inmediato. Guantánamo, por lo tanto, volvería a ser administrada por Cuba, como corresponde.
En definitiva, Cuba será para los cubanos. O, para decirlo de otra manera, para que los cubanos arreglen sus problemas, como puedan o como sepan. ¿Y el bloqueo? Digamos para ser más precisos, el embargo, poco a poco se irá reduciendo. Cuba sabe que la globalización es una realidad insoslayable y se prepara para involucrase en ella. Lo hará a su manera, pero lo hará. La apertura comercial ya se ha iniciado; las “bocas” a cargo de esa tarea están funcionando.
El capitalismo es el horizonte irreversible de la isla. Será un capitalismo al estilo chino o vietnamita, es decir, con dictadura política y partido único. La otra alternativa puede ser la rusa, pero sería la más complicada, porque ella incluye a los burócratas comunistas transformados en voraces capitalistas y dedicados a apropiarse de las empresas públicas para transformarlas en negocios privados.
Todo puede ser posible en esta Cuba cuyo fracaso histórico se presenta como una victoria política. La pregunta al respecto es la siguiente: Si es una victoria, ¿a quién le ganó? ¿A EE.UU.? Ya probamos que no. ¿Al imperialismo? Allí está el supuesto imperialismo gozando de muy buena salud, mientras que consignas como hacer dos o tres Vietnam, parecen delirios de chiflados.
Cuba no exporta revoluciones desde hace rato, tampoco se propone catequizar a favor del socialismo en el mundo, entre otras cosas porque se ha quedado sin Libros Sagrados; mucho menos, se propone enviar tropas “libertadoras” como lo hizo en su momento a Angola y a otros países africanos; tampoco alienta prácticas foquistas, mientras que su última esperanza para proyectarse hacia América Latina, el chavismo, agoniza golpeado por la corrupción, la inseguridad y la caída acelerada de la renta petrolera. A Fidel lo sucedió Raúl y a Chávez, Maduro. El signo que se mantiene constante es la decadencia.
Lo único que sobrevive de tanta jarana, de tantas promesas y fantasías es la dictadura, el régimen de dominación y control de los Castro. ¿Por cuánto tiempo sobrevivirá? No lo sabemos. Después de más de medio siglo de despotismo no es fácil imaginar alternativas superadoras, sobre todo por parte de una sociedad habituada a la obediencia, el miedo y la resignación.
Lo novedoso de aquí en más es que Cuba, por primera vez se encuentra frente a sí misma sin coartadas ideológicas, sin mitos, sin leyendas, sin fantasmas... Ahora, no estará el imperialismo y su “infame e inhumano bloqueo”. Y mucho menos las ayudas “solidarias” de la URSS, en su momento, y de Venezuela, en otro. El mito dominante de la revolución que tantos beneficios extras les ha prodigado a los Castro, seguirá influyendo sobre las conciencias, pero cada vez menos. Incluso, la izquierda contemporánea ya sabe desde hace rato que más que la patria del socialismo, Cuba es el cementerio del socialismo, mientras que la otrora luz del faro de la revolución americana es apenas la luz de algunos de lo burdeles que desde hace años funcionan en La Habana como en los mejores tiempos de Batista, aunque esta vez, los clientes no son los yanquis sino los pródigos y sensuales turistas de la Unión Europea.