“Laberinto de mentiras”
“Laberinto de mentiras”
No eran cuatro psicópatas sueltos
Alexander Fehling, en el papel del fiscal Johann Radmann, junto a Tim Williams, como el oficial estadounidense a cargo de los archivos nazis, en una escena de la película “Laberinto de mentiras” que describe la etapa previa a los juicios de Frankfurt. Foto: Gentileza CDI Films
Laura Osti
“Laberinto de mentiras”, película realizada en Alemania en 2014, escrita y dirigida por un italiano, Giulio Ricciarelli, es un producto elaborado con la clara intención de ilustrar un período de la historia de una nación.
Partiendo de datos y de personajes reales, Ricciarelli y su coguionista Elisabeth Bartel incorporan un personaje ficticio al que le dan el rol de protagonista, con la evidente intención de que el relato gane algo de flexibilidad.
Es por todos conocida la característica alemana del orden, la rigidez, las líneas geométricas, el esquematismo y si bien llevan varias décadas procesando y revisando su conflictivo pasado nazi, parece que nunca terminan de sacudirse de encima los prejuicios y los corsés del pensamiento.
Johann Radmann es un joven fiscal federal que trabaja bajo las órdenes del fiscal general Bauer (personaje histórico), quien fue el que llevó adelante en Frankfurt los primeros juicios a quienes habían participado en torturas y asesinatos en campos de concentración, especialmente en Auschwitz. Esto sucedió entre 1958 y 1963, año en que los tribunales comenzaron a ventilar los casos.
Lo que quiere mostrar “Laberinto de mentiras” es el clima social que se vivía en esa época previa al enjuiciamiento, cuando Estados Unidos seguía teniendo el control de algunos asuntos alemanes delicados y los aliados no se habían retirado aún del territorio. Según señala Ricciarelli en una entrevista, “en los ‘60 los hijos empezaron a sospechar de sus padres”, descubrieron que “los nazis no eran cuatro psicópatas sueltos”, sino que la gran mayoría del país era nazi o simpatizaba con ellos.
La gente intentaba llevar una vida normal, y la primera reacción parecía ser dar vuelta rápido la página, pero las heridas eran muy profundas y la convivencia entre las víctimas del régimen nazi y quienes habían participado activamente en él producía cortocircuitos a menudo, difíciles de predecir y de controlar.
En ese marco, un periodista, Thomas Gnielka, encabeza un movimiento que empieza a presionar a través de la prensa para que se abran los archivos y se busque a los responsables de crímenes del nazismo para llevarlos a juicio. Gnielka forma parte de un grupo de gente joven que protagoniza una movida crítica y libertaria, que quiere saldar cuentas con el pasado.
Pero esa corriente que busca verdad y justicia se encuentra con enormes resistencias en prácticamente todos los frentes, ya que algunos no quieren ventilar el pasado por estar comprometidos y otros, porque les resulta muy doloroso revivir momentos aciagos.
La película muestra a Radmann atravesando por distintas instancias en su lucha contra todas esas resistencias, comienza con gran ímpetu pero poco a poco se va hundiendo en el fracaso y la frustración, descubre también verdades incómodas que involucran a su propia familia y sintiéndose vencido, decide renunciar. Pero Bauer y su equipo no eran los únicos que estaban tras los nazis en esa época. Los israelíes estaban presionando internacionalmente para ubicar sobre todo a aquellos que habían huido de Alemania y se habían refugiado en países latinoamericanos, como Eichmann y Mengele, por ejemplo.
La cuestión es que los tiempos iban cambiando y pese al dolor y a los sentimientos de culpa, la investigación se encaminó, las pruebas fueron apareciendo y los primeros juicios fueron posibles, en 1963, en Frankfurt, iniciando así el proceso de revisión del pasado por parte de un pueblo desgarrado por divisiones internas todavía presentes. Un proceso que al día de hoy permanece vigente y sigue dando que hablar.
El film adopta una estructura clásica, con una estética de corte brechtiano y visualmente le da una gran preponderancia a la arquitectura típica de la época, con sus líneas geométricas simples, despejadas y carentes de adornos superfluos. La reconstrucción de época incluye también un vestuario detallista y minucioso, y un tratamiento de la fotografía que le da un tenue tono sepia a la imagen.
“Laberinto de mentiras” es una película de interés sociohistórico más que de ficción o entretenimiento, en la que la mirada del autor trata de desmitificar algunas cuestiones y sobre todo, no quiere mostrar a los protagonistas como seres complejos, contradictorios y sin rasgos de héroes, sino todo lo contrario.
buena
Laberinto de mentiras