“La gran apuesta”
“La gran apuesta”
Profetas del Armagedón
Los financistas Vinny Daniel (Jeremy Strong), Danny Moses (Rafe Spall) y Porter Collins (Hamish Linklater) increpan al agente bancario Jared Vennett (Ryan Gosling) sobre el valor de las subprimes, mientras que Mark Baum (Steve Carell) reflexiona sobre la cuestión.
Foto: Gentileza Paramount Pictures
Ignacio Andrés Amarillo
Finalmente tenía que pasar. Desde que explotó la burbuja de las subprimes en 2007, el cine empezó a interesarse en mostrar lo malo del sistema financiero. Pero encaró por el lado de bandidos solitarios, como el Jordan Belfort de “El lobo de Wall Street”, o Bernard Madoff (que en la vida real fue un chivo expiatorio de ese mundo en plena crisis) que podríamos leer en “Blue Jasmine”. Pero nadie se había metido con la cuestión estructural, al menos desde la ficción: el didáctico documental “Inside Job”, dirigido por Charles Ferguson, se encargó de enseñar cómo había sido posible una estafa esquizofrénica y global.
“La gran apuesta” es toda una apuesta en sí misma, porque se juega a contar en un relato de ficción de qué se trató (y de qué se puede volver a tratar, desgraciadamente) un sistema disparatado que repartió dividendos entre millonarios y terminó repartiendo pobreza en sectores populares. Y contar significa explicar, desde que en 1970 un tal Lewis Ranieri inventó los bonos de hipotecas.
Sobre el libro de Michael Lewis (también autor detrás de “El juego de la fortuna”, que fuera protagonizada por Brad Pitt), Adam McKay recurre a una panoplia de recursos narrativos y didácticos para recorrer la historia de varios outsiders de las finanzas que descubrieron lo que estaba a punto de pasar, y al mismo tiempo explicar los términos y las siglas, porque de entrada nos dicen que en ese mundo se habla difícil para jodernos.
El hilo conductor lo lleva Jared Vennett (basado en un tipo real llamado Greg Lippmann), un empleado del Deutsche Bank que está en medio de la cuestión. Él mete diálogos a cámara (a lo “House of Cards”) y voces en off sarcásticas para cortar la acción (al estilo de la saga de “Zeitgeist” de Peter Joseph) para dar entrada a alguna celebridades que explican con ejemplos llanos cada una de las picardías del sistema, cuya base partió de empezar a sumar hipotecas incobrables disimuladas en paquetes más grandes: dar certeza financiera sobre la base de situaciones habitacionales propias del Don Ramón de “El Chavo del 8”.
Detrás de la fachada
En 2005, Michael Burry (un médico antisocial y desaliñado que maneja un fondo de inversión) se da cuenta mediante un estudio sistemático que el mercado inmobiliario es inestable, y realiza la primera operación contra el sistema: si todo va bien pierde dinero, pero sabe que a dos años si se desploma todo se llevará mucho más. Ahí, Vennett entra en acción, se da cuenta de que es cierto y convence a Mark Baum (el original se llama Steve Eisman), director de otro fondo (con sus propios problemas con el mundo), que realiza su propia investigación en el terreno y confirma la teoría. También entran en el juego Charlie Geller y Finn Wittrock (en realidad se llamaban Charlie Ledley y Jamie Mai), dos jóvenes inversionistas que se enteran de las ideas de Vennett y entran a hacer lo mismo, apoyados por un financista retirado, Ben Rickert (basado en Ben Hockett, asqueado de ese universo).
McKay logra convertir una cuestión de números y papeles en una épica de locura, adrenalina, decepción y crítica social. Y todo esto, mostrando en ficción y metraje documental el clima de época: los consumos culturales (la música, sobre todo) y tecnológicos y la nube en la que vivían los desprevenidos, asociado con la bacanal de los financistas: casi como el último baile en “El arca rusa”, danzando sobre la bomba a punto de explotar. La yuxtaposición de la situación de ricos y de pobres en oportunos ejercicios de montaje sirve para meter a la gente real: el que alquila una casa impaga, la stripper que no entiende lo que está refinanciando, los que se quedan sin casa por una timba de los de arriba. Quizás esa toma de posición sea, junto al desafío narrativo, lo más interesante de esta cinta.
Visionarios
Las tres actuaciones centrales, cada uno destacada a su manera, son las de Christian Bale, Steve Carell y Ryan Gosling. El primero como Burry, entre el Asperger y el thrash metal, en el otro extremo de su actuación en “El lobo de Wall Street”. El segundo como Baum, el más humano de todos, el que ve la maldad sistémica, en una actuación reveladora, muy diferente a la que desplegó un año atrás en Foxcatcher. Y el tercero como el taimado Vennett, el conspirador que busca su propio beneficio.
Los secundan prolijas actuaciones de John Magaro (Geller), Finn Wittrock (Shipley) y Brad Pitt como Rickert; como productor de la cinta, el rubio se elige uno de esos roles secundarios que lo atraen; en este caso, el más “contrera” de todos, el que mejor entiende el impacto de las decisiones de arriba. Junto a ellos, se luce el trío de Hamish Linklater (Porter Collins), Rafe Spall (Danny Moses) y Jeremy Strong (Vinny Daniel), el equipo de Baum, tan peculiares como su jefe. Los papeles femeninos están en las manos de dos reivindicadas en los últimos tiempos: Marisa Tomei (como Cynthia, la esposa de Baum) y Melissa Leo (Georgia Hale, una analista de la calificadora Standard & Poor’s).
La actriz Margot Robbie, la actriz y cantante Selena Gómez, el economista Richard Thaler y el chef televisivo Anthony Bourdain son las celebridades que aportan que se suman a la “docencia”, con momentos logrados. Valga entonces esa pedagogía como contribución para el futuro, a fin de evitar tropezar con las mismas piedras.
Muy buena * * * *
“La gran apuesta”