Inteligencia artificial
Inteligencia artificial
“La ingeniería subestima al cerebro”
Los robots futbolistas ayudan a entender el funcionamiento del cerebro humano. Foto: Archivo El Litoral
Noemí G. Gómez
Efe
La ingeniería frecuentemente subestima al cerebro, un órgano cuya forma de operar es todavía “una gran incógnita”, por eso hay que ser muy cuidadosos a la hora de hablar de que pudiéramos ser suplantados por las máquinas: “Las computadoras no van a ser más inteligentes que los humanos”.
Así lo cree el profesor de Matemáticas e Informática de la Universidad Libre de Berlín Raúl Rojas, quien afirma que en la ingeniería existe “la perniciosa tendencia” a pensar que ya conocemos lo esencial del cerebro y que por eso lo podemos duplicar electrónicamente, pero queda mucho por investigar.
“No sé qué porcentaje entendemos -del cerebro- y cuál no, pero sí que lo que nos queda por conocer es más que lo que ya sabemos”.
Por eso, añade este profesor mexicano de inteligencia artificial, “a las computadoras no se les da la creatividad”, aunque haya ejemplos como el del sistema Watson de IBM que ha logrado salir vencedor en un concurso de preguntas y respuestas (Trivial Pursuit).
El cerebro es un órgano tremendamente complejo y las máquinas pueden sustituir a los humanos sobre todo en tareas repetitivas, como leer los códigos postales de las cartas o soldando las partes de un coche.
Esto es positivo, pero provoca también una serie de problemas, entre ellos el del creciente desempleo, advierte Rojas.
Demasiado rápido
Este experto en robótica explica que a diferencia de revoluciones industriales previas, los cambios ahora se están produciendo demasiado rápido, en sólo 10 ó 15 años y no en 30 ó 40 años. Estos tiempos son insuficientes para la reeducación de los trabajadores.
En nuestro sistema capitalista se argumenta que la sustitución del trabajador por la máquina producirá nuevos y suficientes empleos, por ejemplo, para el mantenimiento e incluso diseño de la máquina. Esto podría ser, insiste, sólo si hubiera suficiente tiempo para la reconversión.
Otro de los problemas de las tecnologías de la información, como internet, es que la sociedad las adopta de forma poco crítica: “No hay nada más que ver a los niños que ya no juegan en la calle”.
“Hay que ser conscientes de los efectos de la técnica porque lo que puede pasar es que las máquinas sean cada vez más inteligentes, pero las personas cada vez menos”, ironiza Rojas, invitado por Casa de América a dar una charla sobre el cerebro y la mente dentro del formato Temas (T+), junto a Susana Martínez-Conde y Facundo Manes.
Rojas habla también de la “burbuja tecnológica” y pone como ejemplo a Facebook (que él no utiliza), una red social que te presenta “nuevas ofertas de amistades o informaciones”, pero siempre cercanos a los intereses de cada uno. “Esto puede ser bueno, pero también un riesgo porque nos retroalimenta la falta de diversidad y nos impide ver que hay algo más allá de nuestro círculo más inmediato de correligionarios”.
Robots futbolistas
Este investigador asegura no ser un fanático de la tecnología y estar en este campo porque, entre otras cosas, quiere aprender cómo funciona el cerebro humano. Construir robots ayuda en esa investigación.
Por ejemplo, los humanos no estamos pensando continuamente lo que vamos a hacer: andamos por el mundo en “automático”, reaccionado por reflejos (si alguien nos va a pegar en la cara cerramos los ojos antes de que al cerebro le llegue la señal de peligro).
Esto es justamente lo que utiliza la llamada robótica reactiva, en la cual no se programan robots de manera complicada, con reglas largas y numerosas, sino que a la máquina se la provee de pocos reflejos elementales pero que en combinación producen un comportamiento complejo.
Los robots futbolistas de Rojas se programan justamente así: un primer reflejo es el de patear inmediatamente si el robot tiene una pelota de frente al arco contrario. Otro reflejo sería acercarse a la pelota y otro más sería el de pasarla hacia el centro cuando al robot que va por el lateral se le acaba el terreno.
“Un comportamiento tan complejo como el juego en equipo puede ser producido por un número muy reducido de reglas como éstas”, subraya.