Saussure y su curso, un siglo después

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Ferdinand de Saussure.

 

Federico Ternavasio

No sería extraño que a muchos de los que leen estas palabras, el nombre de Ferdinand de Saussure no les diga nada. Sí, quizás les suene conocido a aquellos que hayan transitado algún espacio académico de las humanidades, las ciencias sociales o la comunicación, quienes a su vez puedan asociarlo con el título de un libro, el “Curso de Lingüística General”, que muchos historiadores de las ideas consideran revolucionario, si bien, puestas las cosas en perspectiva, los consensos ya no sean tan unánimes. Algo es seguro: la publicación de ese texto transformó la lingüística -la disciplina que se encarga del estudio del lenguaje y sus fenómenos asociados-, si es que no la inauguró en tanto ciencia.

Saussure, nacido en Ginebra en 1857, ya a los quince años intentaba concebir raíces primitivas para ciertos sonidos de un puñado de lenguas; y muy joven, a los veintiuno, se ganó el respeto de sus colegas con su “Memoria sobre el sistema primitivo de vocales en las lenguas indoeuropeas”. Luego de una estadía en Berlín y más de diez años enseñando en París, regresó a Suiza como docente de estudios indoeuropeos, cargo que ocupará el resto de su vida.

Es difícil que haya podido imaginar que su legado iba a estar tan profundamente vinculado con tres cursos generales que dictó entre 1906 y 1911, ya que en 1913 la muerte lo encontró con cincuenta y cinco años y todavía sin escribir una obra que pintara en un cuadro completo su pensamiento.

Fueron Charles Bally y Albert Sechehaye quienes publicaron, en 1916, el “Cours de linguistique générale”, basándose en su propia experiencia como discípulos de Saussure, unos pocos papeles de él y las notas de otros estudiantes que cursaron su cátedra.

La invención del lenguaje

Una serie de conceptos y distinciones fundamentales hicieron del libro una lectura obligatoria en el área de las ciencias del lenguaje, comenzando por la delimitación de dos objetos diferentes: por un lado la lengua (langue), un sistema de signos, convencional, heredado y completo solamente en la totalidad de las mentes de una comunidad; y por el otro el habla (parole), el uso individual y siempre espontáneo, que practican los usuarios de una lengua.

A su vez, el signo lingüístico es concebido sin involucrar al intrincado problema de la relación de las palabras con el mundo, planteándolo como una entidad doble, compuesta por la imagen mental de una cadena de sonidos, a la que se le da el nombre de significante, que se asocia arbitrariamente a un concepto -también mental- al que se llama significado. La idea de un vínculo arbitrario entre esas dos dimensiones que componen el signo quiere decir que, entre la cadena de sonidos que corresponde a la palabra “pared”, por dar un ejemplo, y su significado, no hay una relación onomatopéyica ni nada que se le parezca, por lo que en otro sistema de signos puede ser wall, mur o wand el significante asociado al mismo concepto.

Las distinciones y definiciones siguen, trazando un mapa que organiza la lingüística y comienza con la tarea de definir qué se está investigando, con una insistencia particular en que, como reza el Cours, “lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto”. En otras palabras, el objeto de estudio que se plantea no es algo que esté dado de antemano, sino que es la mirada del científico la que crea esa “cosa” a indagar, el lenguaje.

Otro Saussure

El problema detrás de todo esto es que nadie puede afirmar con seguridad que lo que se expresaba en las páginas del Cours era lo que habría querido escribir Saussure, quien, celoso en extremo de no afirmar nada de lo que no estuviera convencido y que pudiera tomarse como una verdad incuestionable, destruía casi todas sus notas y no tenía ningún apuro en publicar sus ideas.

En 1957, cuarenta y un años después de que se publicara el Cours, Robert Godel emprendió la tarea de realizar un análisis de alrededor de doscientas páginas escritas a mano por Saussure y otras mil páginas de los cuadernillos de sus estudiantes que, puestas en comparación con el texto publicado por Bally y Sechehaye, lo llevaron a la conclusión de que en realidad se imprimieron como afirmaciones muchas cuestiones que para Saussure eran más bien preguntas.

Otro lingüista de gran influencia, Émile Benveniste, publicó en 1964 una serie de cartas que Antoine Meillet había recibido de su amigo Saussure, donde se deja ver la preocupación por lo inadecuado de la terminología de la lingüística de su época para dar cuenta de “qué clase de objeto es la lengua en general”, lo que, según afirma el ginebrino en una carta, “terminará, a mi pesar, en un libro en el que, sin entusiasmo ni pasión, explicaré por qué no hay un solo término empleado en lingüística al que yo conceda sentido alguno”.

Recién hace veinte años se encontraron, en el invernadero de la mansión de los Saussure, notas inéditas en las que se refuerza la conclusión que ya había dado Godel, y se vislumbran matices del lingüista que lo alejan de ese otro que emerge del Cours.

Cien años después

Con homenajes en todo el mundo, este año se cumple un siglo de la publicación del “Curso de lingüística general”, esa obra que tanto influyó en el pensamiento sobre el lenguaje y que todavía hoy circula en librerías y en las mochilas de estudiantes e investigadores. El modo en que las ideas del lingüista fueron plasmadas por sus discípulos es sin dudas discutible, y quizás otra habría sido la historia si en lugar de afirmaciones contundentes se hubiera mantenido el tono dubitativo del ginebrino.

Quizás lo que habría que rescatar de Saussure, más allá de sus conceptos, es esa actitud intelectual de revisión frente a lo dado de antemano, la actitud crítica frente a las teorías hegemónicas, y la puja por renovar las categorías de su propia disciplina, invocando la reflexión epistemológica allí donde el pensamiento parece haberse dormido.

Quizás otra habría sido la historia si en lugar de afirmaciones contundentes se hubiera mantenido el tono dubitativo del ginebrino.

Nadie puede afirmar con seguridad que lo que se expresaba en las páginas del Cours era lo que habría querido escribir Saussure.